¿Cómo se despide alguien que ya no quiere la vida?
… esta pregunta me inquiere en forma lenta, deslastra cierta parte de una esencia que huía a través de infinitas dudas, dudas que como las antípodas de los cuentos siempre explotan en forma extraña, nadie sabe hacia donde van tantas partículas, o tantos recuerdos. Mientras la vista y el pulso se me va, aún me alcanza para escribir el epílogo al final de un túnel; ese dolor físico que confieso me atormenta, ya lo he sabido soportar, sin embargo, ¿que he aprendido de todo esto?...que ya no quiero vivir, que lo sentido en los últimos años me ha marchitado hasta el sufrir, que pido una tregua al perdón ya que éste me asfixia por no poder darlo. Lo importante y tal vez sea un artificio inventado por la circunstancia es que he tenido la oportunidad como pequeña y modesta porción de ser, de vivir la vida intensamente. No creo que haya sido el predilecto de los que estuvieron cerca de mí, esta duda me la llevo a la tumba; pude haber sido un terrible adversario. De alguna manera mis cuatro hijos, cada uno a su manera ha logrado desarrollar una forma de existir inédita, muy particular, muy de ellos. Puede ser que tengan algo de mis sombras furtivas en sus personalidades, y esto lo respeto. Las mujeres que amé, las amé deseándolas con rabia, con ardor, con gusto salvaje, ellas me dieron lo mejor de la vida, no sólo placer, sino la oportunidad de amarlas al trasluz de contactos físicos transfigurados, me enseñaron a robustecer un espíritu herido por deseos traviesos. Aprendí a destiempo a valorar lo importante de tener la compañía de una mujer, de una esposa, amiga o amante en los caminos del miedo. Los amigos siempre fueron escasos, quizá por no arriesgarme en esas lagunas de vanidad pendeja. Esto siempre fue una defensa o una payasada de mi parte. A mi familia que me hizo hombre todo el agradecimiento eterno de un moribundo, me dieron la vida, el camino, el pan, el amor y la luz cuando el sendero era estrecho. A mi familia de sangre, desaparecida en acción, el rencor hace tiempo que perdió su temple, eterna dicha y beneplácito por traerme al guión de un mundo feroz. Por lo tanto todo termina según lo aprendido de maestros sencillos, cuya manera de pensar y concebir la existencia siempre me resultó sorprendente y distante… sólo ahora percibo esa tenue lluvia, afuera el bullicio de una realidad extremadamente loca no permite que este soplo sea la nota final de un acordeón; puede ser que el tiempo, esa flecha graciosa sin dirección, aún me guiñe un rato más… a donde vaya sólo llevaré el amor al misterio de la vida, la inutilidad de creer en dioses y diablos, y esas sonrisas de los niños que pueblan el mundo…
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