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Inicio / Cuenteros Locales / minuteski2009 / cuentos de una página 7

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Abriste la puerta como quién se despide de los muertos, no sé por qué lo hiciste, tan solo el pomo de la puerta quedó inmensamente frío. Sabía por noticias de hace unos días que habían asaltado aquél banco, ese que quedaba detrás de la iglesia mestiza, más no supe sino hasta ahora lo violenta que podías ser. Entraste con tu blanca palidez y esa escopeta echando más que humo, y sin que nadie lo anunciara sabía al ver tu rostro que íbamos a pasar por momentos muy difíciles. Afuera las sirenas tocaban secamente ese ruido que sólo se siente cuando buscan a furibundos exaltados, siempre me acordaré de esa imagen tuya, lanzando ese inmenso morral tostado por el sol, furiosamente hacia el piso y seguidamente me pareció salvaje como con la punta de esa arma destrozabas la ventana, la que daba a la calle, por donde entraba el sol de la mañana. Me pareció gracioso como volaste la matita de sábila, esa que protegía nuestra casa de los malos espíritus.

Mientras los vidrios volaban en cámara lenta persiguiendo el matero que igual corría hacia afuera empezaste a disparar con la misma furia con que hacías el amor, un golpe demoledor y un ruido seco entró en mi oido y luego en mi ser mientras escuchaba el vendaval de disparos que atormentaban la casa. Todo sucedía solo en segundos, el corazón me palpitaba y repentinamente doblaste la silla en que todavía perplejo observaba lo que no creía que estaba sucediendo. Recuerdo también que frunciendo el seño me diste unos empujones con tus pies, tal vez echándome debajo de la cama para protegerme del tiroteo.
En esa posición observé como jorungabas el morral y de él sacaste una K47, la armaste rápidamente así como lo hacen los expertos, volviste a retumbar la ventana, luego disparaste con tanta furia que pensaba que ibas a volar con la metralla.

El colmo llegó luego cuando tomaste de esa bolsa infernal algo que me pareció eran frutas pero de tu velocidad en desencajarlas y lanzarlas hacia afuera con tanta rapidez tan solo me quedó esa explosión desprevenida que llenó de humo la cuadra entera, allí fue que entendí que también una lluvia de balas entraba en la casa y que el ruido quedó mudo y del humo el silencio y de afuera venían llantos, la prisa de unas voces quedas y luego algo de brisa ya no más voces. Vi como con cautela te asomabas sigilosa, primero tímidamente y después como un cometa. Al rato, oí como otros disparos secos y al asomarme a la tortuosa ventana te vi esbelta, entre tres patrullas sangrantes, en el piso yacían ocho cuerpos, todos doblados como mirando hacia las nubes. El humo aún vertía de la tierra, me miraste desde lejos al mismo tiempo que guardabas la pistola en la cintura, luego ví en tu rostro esa mirada de posesa, la misma que me lanzabas a mi rostro cuando discutíamos por nimiedades.

Esa tarde terminé por ver tus pasos que se acercaban hacia mi con la insigne seguridad de la victoria; agarraste el morral, lo aseguraste con tiras desgastadas y te quedaste frente a mi; yo de pie sin proferir palabras, tú allí con los ojos exaltados, mirándome con una risa traviesa... luego el tiempo se detuvo, los segundos fueron eternos. Aún huelo en mi memoria tu aroma lujurioso, al sentir tus labios de pólvora atravesar los míos me besaste como nunca, como la guerrera de la muerte. Tu lengua y tu aliento me sentenciaron en vida. Nunca había sentido ese beso tuyo que me quemara el corazón, no sé cuanto duró pudo ser la eternidad, al final sentí tu mano calurosa y tierna como acariciaba mi tez, cerré los ojos y escuché que te marchabas, te montaste en esa motocicleta y huiste hacia el sol, más allá del mar, a lo lejos de tus pequeños anhelos.

Texto agregado el 25-02-2009, y leído por 169 visitantes. (0 votos)


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