He ansiado en los caminos etéreos tu llegada de meteoro,
sé que has venido desde lejos, de esos lugares donde hay estrellas traviesas.
Agradezco a los luceros que te hayan visto, sin desenfrenos ni elogios,
a la magia y a la niebla aquél momento virginal, tú, esbelta, lúcida y altiva;
a tus besos candorosos y eternos el deseado morir en el ocaso;
a la fugacidad no buscada por tus vuelos encendidos, penetrantes;
y al calor de la noche por tu sueños míticos y sagrados.
Te he sentido cómo has herido mis entrañas más preciadas, sé que aún estoy
latiendo, y es tan fuerte lo que siento que veo como lloran los gorriones de la tarde
cuando recorres ese trecho que te aleja de mi esencia.
Como el amor todo lo puede, esperaré a que retornen somnolientos los anhelos a tu
frente, si no vuelves a mi tiempo, sólo más allá de la muerte dejaré de quererte
y de esperarte.
Quisiera expresarte a través de las palabras ocultas
que emergen del silencio todo lo que puedo sentir por tí.
Es cierto por que lo dicen las aves que vienen del sur,
tu canto traspasa las fronteras de mi ser, trasciende tus alas de rocío
y te impregnan de una gran melancolía.
¿Por qué crees que te dicen Azucena?
Blanca Azucena, la de la mirada de coral.
No has notado que cuando sonríes es como si un niño naciera mil veces más.
Por eso pudiera amarte más de una vez, hasta que se vayan los ríos,
hasta que se devuelva la muerte.
El amor como lo siento me persigue por las sombras de tu ser,
tómame mientras pasa la vida; no permitas que me escape por senderos de temor.
Dale a tu instinto de fiera embravecida por los golpes del tiempo un momento de
locura, permítete entonces apaciguar tu sed enardecida con el néctar de mi cuerpo.
Acepta estas dádivas benditas
que te cede mi alma encendida por tus manos,
noches de satén les imploro no se pierdan el tesoro:
deseos de atraparte en los escondites
sagrados de tus sueños;
pasiones por adornar tus ansias locas,
sedientas de lujuria;
nostalgias por tocar tu imagen en los pozos, susurrarte mis delirios.
Tengo días de locura, no aceptas que mis manos te tocan en el viento,
que mis ojos te atrapan mientras tus caderas huyen en las farolas
doradas del sueño del noctámbulo.
¿Dime entonces mariposa, que puedo hacer en tu regazo, si apartar tus pensamientos en mi pecho mientras duermo, o mantener tu imagen con las pompas de jabón?
Al menos me he ganado un castigo de tus labios, dame te lo imploro esos látigos
soberbios y certeros en el alma.
Aquella tarde en que te vi, vital, bella y graciosa,
como la aureola de la lluvia encantada, pensé y sentí con las fuerzas de la vida.
Entonces fui haciendo de tu figura cual soneto un castillo celestial.
En el cuarto principal sentí como izaba el demiurgo de tu cuerpo, fundí en él trozos y néctar de cometas encendidos, pudimos juntos pintar la creación.
En tantas noches taciturnas, esos gritos siderales han escrito mil pecados por tu
nombre, mil lujurias por tus besos, mil deseos encontrados.
Entonces apareciste quedamente en la niebla de mi estancia, más no supe qué hacer, si correr por tus labios candorosos, o huir con tu brazo angelical.
Bailé un deseo donde corrías por los valles empinados, amaneceres calmos donde el sol se glorifica en horizontes; venías presurosa como la brisa hacia el encuentro;
nos besamos, nos mordimos, pudo ser todo un gran tiempo; ese muy largo día que
nos mojamos en la miel, sólo sentí pedazos de tu carne, bastante de tu ser.
Siento lo sublime de tu aspecto, cuando te traspaso, cuando te invado
me lacera en ambos casos un sentimiento muy complejo de expresar;
he palpitado por esos reflejos en el lago,
de sus brumas han salido tus encantos, tus frutos tibios
y tus manos de azafrán.
Luego, he despertado en fronteras lejanas, y allí te he acariciado
el vientre, lo he hecho sin cesar, frente al mar.
Nos ha mirado hambrienta solo la brisa de coral.
Esos duendes trémulos han dibujado tu molde inconcluso; esbelta ante mis ojos
has sido difusa en mis vértigos de poeta; ansiosamente te he buscado en las
madrigueras de mi ocaso; si apareces como eres no te vayas vida mía, permíteme
seducirte, darte sortilegios y libar el oasis encendido de tu piel, préstale a tus labios
pulposos ese tiempo tan necesitado de caricias, ese sentir masacrado por tus penas
furibundas, deja que penetre al menos una saeta extraviada en las ruinas del edén.
He sentido pasos sediento de ti,
como un lobo montañero.
Y sólo tengo una voraz fuga
que transfiere a tus olores
de hembra voluptuosa
ese vapor que me aletarga.
No corras más han de decirte mis deseos,
no te resistas a mis tormentos,
ellos sólo evocan ese pequeño
mundo en que te adoro.
Alguien pintó unas palabras en lo alto de la roca
las lanzó sin pensar más allá de la tarde
donde las melodías escapadas de la noche
buscan los espacios tibios;
ellas sí expresan esos mágicos momentos
esos instantes sublimes
que en murmullos adosados a tu nombre
replican cual campanas temblorosas
esa tremenda manera de extrañarte.
Esos demonios encadenados del amor
han atravesado mis más abyectos pensamientos
sólo han socavado mis instintos
sé que me han puesto al descubierto.
Porque esta manera de amarte
de desearte inmaculadamente
a través de los años
mientras armo sin paciencia
estos trozos de poemas olvidados;
aún permanece inquebrantable
fiel a tus besos, a tu cuerpo hundido
en la arena cómplice
a esas olas que se alejan
mientras soplo tu nuca distraída.
Ambos sentimos el calor que baila las locuras
cuando enciendes tus miradas y tus risas
entonces desvaneces deseos de atraparme
en los sitios más oscuros y sórdidos
de ese lecho que en las noches
nos espera con la calma de las sábanas tendidas.
Ese suspenso leve que te incita
a descoser desvaríos
marcarlos con dientes diferentes
trasmutados por el jugo de tus labios
ganas locas y sueltas ocultas al trasluz
de una lámpara encendida,
ese dolor en tu vientre, que te asfixia
mientras tratas de lanzar gemidos quedos
cortos, efímeros y tercos que nos cruzan
en las noches ausentes;
tantos momentos cercanos
un lecho que de nuevo nos busca
nos atrapa una vez más sin dolores delicados.
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