Al abrirse la puerta, apareció la muerte, como siempre ha sucedido en los últimos 52 años de mi vida. Sonrió, esta vez de forma casi divina, me susurró algo tenue al oido, casi imperceptible. -¡has madurado tus amarguras!
Ella que ocasionamente me visitaba con aprehensión, con ironías, esta vez miró como no solía mirar, al menos en mis primeros 25 años. Le comenté que uno tiene que aprender forzosamente las cosas de la vida, para siempre caer en el error. Esto le gustó, siempre sospechaba que conocía mis limitaciones y que al menos estaba convencido de mi completa finitud. Pensé, soy un simple mortal, sin embargo, como siempre ella podía leer mis pensamientos, incluso los más atroces. Era imposible ocultarle cosas, ideas o sueños a la muerte. Después de mis 35 años descubrí que esa dama intimidante, de piel lozana, bella, de mirada certera directa hacia lo más profunda del alma, formaba parte de mí. Comprender esto no fué tarea nada fácil para ese aprendizaje no bien entendido de las viscisitudes de la vida. Cómo dominar el miedo hacia el dolor y hacias las pérdidas terribles y saber que la muerte estaba tan cerca de mí. Ella oía cada latido, cada angustia, cada anhelo de mi vivir. Sentía ansiedad percibir eso, sin embargo algo interno se fue acostumbrando a esa permanencia. Otra vez me miró en forma envolvente, quizá por saber una vez más lo que analizaba mi ego maltrecho. – sabes David, estás entrando en la recta final! epaaaa, date cuenta de eso. ¿Te das cuenta que aunque siempre te estas yendo hacia allá, hacia lo inconmensurable y misterioso de la vida, cada día y cada momento que pasa estás mas cerca de traspasar la puerta? –Te aproximas inexorablemente al calor de mis brazos.
-Nunca me habías dicho eso, no con tanta certeza, ¿es que acaso quieres intimidarme?.
Le dije mientras trataba de encontrar en su mirada alguna señal de lujuria. Aprendí no sin esfuerzo que a esa dama bien vestida, había que retarla con la mirada, en ese sentido las muchas veces que había permitido que la viera tan de cerca siempre estaba misteriosa, bien peinada, siempre con un dejo de brillantez en sus bellos ojos que delataba alegría, poder, notoriedad. Quizá la única vez que la observé seria y tremebunda fue cuando se llevó a mi hija pequeña, hace 23 años y unos cuantos meses. Me acuerdo que la miré con rencor, ella estaba allí cerca de la tumba donde yacía mi hija, tal vez en ese momento la desafié sin embargo nunca me devolvió esa mirada, estaba concentrada y muy seria observando la puesta de sol, esa tarde que laceró mis entrañas el dolor y la pérdida de un angel bendito.
Ahora hacía esa extraña pregunta, no sé si era para provocarme, para subvertir mi mundo interior. Creo que le facisnaba mi enojo tercermundista cercano a la angustia existencial. Sin titubear me contestó en forma por demás irónica.
-Ya deberías estar acostumbrado a las limitaciones de las relaciones, acaso crees que es perverso el desafiarte e intimidarte, es mi oficio, mi profesión, pongo en ello mi mejor estilo, y ustedes simples mortales o lo toman o lo dejan, tienen que vivir con ese estigma. Soy por naturaleza una provocadora, ustedes los humanos si yo no existiera tendrían que inventarme, ¿no te das cuenta que el aire que respiras tiene que ser absorbido por mi para justificar la continuación de tu especie?. Mientras, pronunciaba esas palabras como si estuviera en una sesión decisiva de un juicio penal ante un jurado ansioso de terminar la cuestión, otra vez se acercó muy cerca de mi rostro y depositó un suave beso en mi mejilla izquierda. Seguidamente apresuró el paso hacia la pared y desapareció hacia esa dimensión donde ella actúa, no sin antes volver su rostro inmaculado y depositar una sonrisa leve, casi perfecta. Esa tarde el tiempo se quedó flotando a mi alrededor como gotas volcánicas que venían desde allá, desde aquellos extraños espacios donde había aparecido la muerte... ¡como siempre me había enamorado una vez de su presencia y ella lo sabía!
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