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Compañía femenina

Iba a ser un día de “esos”. Mi jefe me llamó a su oficina cerca del mediodía. Me encargó cuatro cosas de rutina antes de hacer el pedido especial: -Necesitamos compañía -acentuó la palabra de manera extraña- para el auditor extranjero que llega esta tarde. Tenga especial cuidado en escoger el perfil y solicite absoluta reserva. El evento es esta noche a las 20.30 hs. Cítela en el Milton Palace habitación 422.
Esperé más precisiones pero la entrevista había acabado y la mirada de mi jefe, fija en el monitor, indicaba que me fuera. Supuse que estos menesteres los cumplía con sumo recelo Marita, que estaba de vacaciones, y que, ante su ausencia, debían confiar en mí.
No supe por donde empezar. La agenda de Marita estaba guardada en su archivo, no tenía la clave de acceso a su computadora y por supuesto no conocía este tipo de “políticas” que me habían encomendado. Estaba casi perdida.
El tema urgía así que tenía que ponerme en movimiento. Consulte en Internet agencias de compañía femenina. Inmediatamente se inundó mi pantalla de exuberancias fatales: enormes tetas, enormes culos, enormes miembros masculinos e innumerables combinaciones de cuerpos enlazados ¿Cómo encontrar seriedad en las variantes? Era mi problema.
-Cecila, 21 años, estudiante universitaria, exalta tus sentidos
-Enriqueta, masajista profesional.
-Carla y Mariángeles, hermanitas sensuales
-Lee You, técnicas orientales, cultura milenaria, sexo sin límites.
A medida que se sucedían las propuestas estaba más desorientada. Hubiera apostado a que las imágenes, terriblemente eróticas, definitivamente pornográficas, no lograrían conmoverme… y hubiera perdido.
Bajé un par de videos, más por complacerme que por cumplir con la empresa: uno francamente imposible y poco sutil, otro muy sensual que me erizó la piel, -mientras despertaba otras sensaciones-.
La realidad era que el resultado de mi incursión amateur en el mundillo del sexo virtual, había sido muy poco provechosa y turbadora.
Me acerqué a la oficina de Germán. Éramos amigos. Él se me insinuaba algunas veces, yo lo histeriqueaba otras. Él me contaba sus problemas conyugales, yo le lloraba mis fracasos amorosos, en fin, teníamos una relación estrecha. Le expuse el problema y me dio la solución.
Me pasó una tarjeta muy discreta: –Esta es la agencia de confianza de la compañía- me guiñó el ojo. Y yo me quedé pensando: ¿porque si el contacto lo tenía Germán me habían encargado a mí la tarea? Cavilación que duró lo que dura un pensamiento cuando el tiempo apremia, así que tomé un taxi decidida a conseguirle una puta cara al auditor extranjero.
La oficina que me recibió estaba en un edificio impresionante con vista al río. Me atendió una señorita impecable con aspecto muy normal.
De la corta entrevista que tuvimos saqué dos conclusiones: la primera: que no tenía idea de quién iba a pagar la enormidad que pedían por una compañía culta, bilingüe, preparada y sexy, ni cómo. La Segunda: que no conocía ni edad, ni preferencias del cliente.
Con una llamada de emergencia a Germán me enteré de que la empresa se hacía cargo de esos “gastos reservados” y que la transacción se hacía mediante banca electrónica con un número de cliente que tuve que pedirle a mi jefe.
Primera parte resuelta. Dejé muy claro a la agencia que exigíamos seriedad, compromiso y confidencialidad y me dediqué a mirar el archivo de fotos que la señorita “normal” me había pasado.
Elegí una morocha con profundas curvas, profesional, con dos idiomas -¿Habría primado mi gusto personal?- y terminé la operación.
Ya en el taxi de vuelta decidí comprometerme hasta el final con la tarea y presentarme en el Milton Palace para comprobar que todo anduviera sobre rieles. No sería responsable del fracaso de las “políticas amistosas” de nuestra empresa. Además yo tenía la mente abierta y estaba bien parada en el Siglo XXI, husmear un poco el mundo de la prostitución cara no me iba a quitar los anillos.
A las ocho en punto, espectacularmente vestida de cóctel y peinada de peluquería me paré en el hall del Milton esperando que llegara la dama en cuestión. Lo llamé a Germán para contarle. No contestaba. Le dejé un mensaje lo menos ambiguo posible y lo invité a salir cuando terminara mi trámite.
La joven llegó puntual. Yo me presenté respetuosa y subimos juntas por el ascensor. El viaje me mostró que la espectacular morocha, culta, profesional y bilingüe, no era ni espectacular, ni culta y mucho menos bilingüe. Eso sí era morocha, pero para el caso daba igual.
No sabía que hacer. Volví a llamar a Germán, esta vez me atendió enseguida: -¡Que importa que no hable inglés. Mientras pueda decir hello y go, go, go esta todo bien!- me dijo convencido.
Pero no estaba todo bien, yo había recibido una orden que, aunque un poco difusa, era clara en un punto: debía ser exigente con el perfil y la joven que tenía adelante estaba lejos de lo que se espera para estas “políticas”
- A la mierda con eso – me dijo Germán- Lo que importa es que coja bien. Olvidate del tema y venite a tomar algo al dpto.
Una nueva insinuación –pensé con picardía- esta vez voy a aceptar y sacarme las ganas, pero antes tengo que resolver el problema con esta chica y su perfil.
Se llamaba Elisa y era tan vulgar como su nombre.
Sin detenerme a analizar demasiado la mande devuelta. Llamé a la agencia y los conminé a resolver el malentendido de inmediato.
Obviamente se comprometieron a hacer lo imposible, pero tendríamos que esperar por lo menos 40 minutos.
¿Qué inventar, entonces?: Decidí hacer de tripas corazón y subir a explicarle al auditor la situación en mi impecable ingles de culta, profesional y bilingüe morocha. No tuve oportunidad: Un hombre impactante, joven, formalmente vestido y en un cerradísimo francés, me dio la bienvenida.
¿Por qué había supuesto que sería americano? ¿Por qué había supuesto que hablaría en inglés? ¿Por qué mierda yo no sabía una palabra en francés?
Preocupada por hacerme entender entré en la habitación –imponente- Había más gente ahí. Estaba mi jefe con una rubia que no era su esposa y que lo trataba con oficio. ¡Me quería morir!
Como una perfecta idiota pedí perdón por presentarme, les dije que había surgido un imprevisto con la joven a la que esperaban y quise hacerme invisible.
Mi jefe me fulminó con la mirada y en un castellano susurrado, pero imperioso, me conminó a quedarme o desaparecer para siempre.
Vaya decisión: el auditor no estaba nada mal, yo ya estaba bastante preparadita con el cóctel erótico que había tomado durante el día, no tenía compromisos y hacia rato que abandonaba las buenas costumbres algunas noches. Así que…
Así que… Nada. Primó el sentido común y el recato y me fui a casa desempleada y terriblemente sola.
Lo llamé a Germán, salvavidas de plomo: -Linda estoy con Gabi, estamos poniéndonos al día ¿Me entendés? Después me contas lo tuyo.
–Como siempre –pensé- cómo todos, nunca están cuando se los necesita.
Colgué angustiada y me acosté en una cama que destilaba ausencia masculina. Una voz adentro me repetía: sos una idiota, sos una idiota, idiota, idiota y desempleada.







Texto agregado el 24-02-2009, y leído por 247 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
07-06-2009 Es maravilloso!!! O, lo que es lo mismo, "five stars". Rid
05-04-2009 Estaba en mi biblioteca cuando decidí leerte. Tu prosa fluida me llevó querer leer la siguiente línea. Estaba tan concentrado que no reparé en el vaso con agua que tenía sobre el escritorio, a un lado de mi codo torpe. Cayó el vaso, el agua corrió y me di cuenta que todo estaba relacionado. Así es tu prosa, agua que corre. Cox
02-04-2009 Impecable,redonda,bella,múltiple ricardoleon69
27-03-2009 Anita, tu cuento, una invitación a gozar... de las buenas letras, por supuesto. Muy divertido y con una prosa más que correcta. Me parece que lo mejor está en la historia y como la hacés avanzar. Saludos arqui
24-02-2009 sion mayamon
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