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La rosa se bañaba en esa agua cristalina que Gerardo rociaba todas las mañanas con su amor incondicional, así como el amor que aún sentía por su esposa Rosa, aunque suene redundante. Ella ya no estaba, pero seguía siempre con él en sus pensamientos y emociones.

Rosa había muerto hace unos años y no podía conformarse con aquello. La gran herencia que le había dejado fue esa flor roja que él admiraba con devoción, casi con locura. Era como si ella se hubiese reencarnado en ella, que se había convertido en el corazón de su jardín, imprescindible. Si ella brillaba; todo su jardín lo hacía.

Desde que murió su amada, Gerardo dedicaba gran parte de su tiempo a su jardín, que lo relajaba por completo. Era un arte para él tomar la manguera y la pala y crear una escultura que tenía vida de verdad. Llegaba la orquesta de las golondrinas y los gorriones y creaban un recital en su patio, que no era muy grande, pero sí acogedor. Puntualmente a las 7 AM daba frescura a su jardín y se vestía con ropa adecuada, casi todo lo realizaba como un gran ritual. Después de terminar, en al menos una hora, salía raudo a su trabajo. Apenas cruzaba el umbral de la puerta de su casa, su cara cambiaba por completo. Su adusta sonrisa se transformaba en una expresión triste de labios caídos y ceño fruncido.
Caminaba mecánicamente como un robot y miraba hacia adelante sin presenciar nada a a su alrededor. Era una rutina sin control y sin vida. Llegaba a su trabajo y timbraba tantas hojas como podía por segundo. Almorzaba. Seguía timbrando y volvía a su casa. Siempre lo mismo y no le regalaba ninguna sonrisa a nadie.

Llegaba a eso de las 8 PM su casa. Se quitaba la camisa y la corbata. Ya era casi otro. Se vestía con su ropa de jardinería y nuevamente comenzaba con su ritual que le daba felicidad. Ahí estaba su querida rosa. Comenzaba a dirigir su orquesta con la regadera. Después de terminar podía dormir en paz.

Gerardo nunca recibía visitas a su casa. Tenía un hijo, pero casi no le importaba, aunque él siempre lo llamaba o lo iba a ver para saber cómo estaba. Eso a él le tenía sin cuidado, nada más lo recibía por cortesía, pero no con un cariño placentero. En una ocasión, su hijo Fabián apareció de sorpresa. Le abrió la puerta con un poco de indiferencia y lo saludó así también con un abrazo frío. Mientras lo abrazaba sintió un ladrido agudo.que venía desde el suelo. Fabián venía con compañía.
- Es para ti, papá, un compañero-le dijo su hijo y le mostró un cachorrito boxer de no más de tres meses. La mirada de Gerardo fue de completa desaprobación e inmediatamente lo rechazó. "No, no y no...", le respitió más de diez veces, pero finalmente su hijo lo convenció a que se quedara al menos una semana con él, porque debía viajar fuera de Santiago y no podía cuidarlo por ese tiempo. Aceptó de mala gana a la petición.

El cachorrito no sabía que debería estar amarrado sólo con un plato de comida y de agua a su lado. Chilló toda la noche. Se sentía solo y huérfano. Ni siquiera tenía nombre, sólo le decía 'perro, cállate', despectivamente, era un anónimo más en la faz de la tierra.

En la mañana Gerardo se despertó y le dio la comida de mala gana. Limpió con rabia las fecas del pequeño boxer y después se relajó regando su jardín. El cachorrito lo único que hacía era mirarlo con cariño, mientras él lo despreciaba con una indiferencia latente.

Gerardo había terminado de regar. Miró su querida rosa y finalizó su ritual. Salió raudo a su trabajo para comenzar con sus timbres mecánicos y cambiar esa sonrisa adusta.

El cachorrito lloró toda la tarde. Había tironeado muchas veces la cuerda y comenzó aflojar el nudo que tenía. Finalmente, se soltó. Como un niño rebelde y juguetón se acercó a las plantas de su amo temporal. Comenzó a morder planta por planta. Se sentía libre otra vez, hasta que llegó a la rosa que fue la que le pareció más atractivo por los pétalos y por ese rojo intenso. Se pinchó con las espinas, pero después de un rato atrapó el tallo con sus caninos. Removió una y otra vez a la flor y los pétalos volaron por el aire. Corrió y corrió sin cesar hasta que ya no pudo más y se tendió en las baldosas.

Gerardo no tenía idea con lo que se encontraría al abrir la puerta de su jardín. Apenas la abrió se vio un gran descalabro. Su cara fue de asombro y después de un odio intenso. El pequeño boxer estaba sentado con su mirada cariñosa y moviendo su corta cola. En un acto impulsivo tomó la escoba y le dio al menos unos diez escobazos al cachorro que se escondió en un rincón con el miedo más grande de su corta vida. Después Gerardo se dirigió a su rosa y tomó los pétalos que yacían en el piso con una tristeza incontenible. Lloró y cayó al piso mirando al cielo. El corazón de su jardín había muerto,pero no estaba tan solo, porque aunque el cachorrito tenía miedo se le acercó al rostro y le languteó la cara en señal de amistad. Gerardo sintió verguenza y tuvo un cambio frente a esa demostración. Levantó su mano y le respondió con un pequeño cariño en el lomo del animal; en ese mismo instante, un botón nació del tallo de la rosa.

Texto agregado el 24-02-2009, y leído por 106 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
27-02-2009 Muy bueno.....mil aplausos solterito
26-02-2009 Precioso, plap,plap,plap,bravo estuvo estupendo tu trabajo. Fue genial leerte. inkaswork
 
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