“ A la luz del ocaso vi tu silueta pisando la arena de aquella dulce playa bañada por un mar de azules ojos parecidos a los que tienes estacionados en tu rostro sutil y humilde con que refriegas mi pelo y me llevas al éxtasis más infinito del amor que guarda mi corazón ultrajado por tu leve brisa de sol y de sombras rosadas que caminan sobre mi palma llegando así a mis dedos inundándolos de una esencia pura y eterna como si tú fueses una aparición virginal por la ruta de mi destino despojado por una felicidad absoluta que conmueve mi dulce y amargo mirar que me dice delicadamente al oído que debo amarte hasta la muerte. No obstante, no puedo, ya que aunque esté yo vivo o muerto mi amor seguirá fluyendo en tu honor sincero de luna que mereces por ser la más tierna flor que corrompe mi alma llevándola a una apacible locura de miel embrujada por un sabor débil de tus labios rojos y radiantes…

Te amo mi vida tierna y fugaz que paso a paso predices mi destino inexistentemente condenado a vagar hasta el inframundo con la dicha de estar enamorado de tu fisonomía espiritual entera; te amo irracionalmente con el delirio constante del poeta que ha padecido anhelando el amor de la alondra silenciosa del jardín del corazón de su amada…

Un delirio enfermo y nefastamente encantador que cautiva a mi ángel aprisionando con él todos mis deseos más deseablemente deseados de vivir toda una historia en tus brazos abrigado por tus hábiles besos de manzanas rojas o azules o amarillas sin importar que soy tan sólo un maniático delirando de fiebre asolapado por tu ojos cubiertos de misterio tras no saber decir si es pecado o virtud el amar desesperadamente mi cuerpo y mi alma…”