Estaba entrando el otoño en la ciudad. Era las ocho de la noche y Tamara caminaba desde el gimnasio hacia el departamento que había comprado dos meses atrás. Algunos negocios estaban cerrando, compró un paquete de pastillas de menta en el kiosco al mismo tiempo que atendía el celular. Sebastián le avisaba que estaba esperándola en la puerta de entrada al edificio, ella aún estaba a unas tres cuadras. Apresuró el paso.
Sebastián estaba apoyado sobre el capot de su auto. Estaba nervioso, no le gustaba estar en ese lugar esperando y miraba seguido hacia la esquina por donde debería venir ella.
Cuando Tamara dobló la esquina notó que él estaba con el ceño fruncido. “Está de malhumor”, pensó. Lo saludó alegremente mientras que él sólo gruñó. Entraron y se dirigieron hacia el ascensor. Ella se acercó a Sebastián, le cruzó los brazos por el cuello y lo besó suavemente. El tomó su cara y buscó su boca. Su lengua recorrió los labios de ella y volvió a besarlo con apasionamiento. Subieron hasta el departamento. Ya en el palier se iban desprendiendo mutuamente la ropa. Cuando entraron ya estaban prácticamente desnudos. Cayeron sobre el sofá, él la sentó sobre sus piernas e hicieron el amor. Todo fue muy rápido. Hacía dos semanas que no se veían. Se habían deseado a través de mails y mensajes telefónicos, habían podido hablar un par de veces. Todo se había complicado cuando la mujer de Sebastian tuvo que ausentarse un par de días. Hasta ese momento se habían estado viendo dos o tres veces por semana.
Sebastián se sirvió un whisky, ella fue en busca de hielo. Reinaba el silencio, el ambiente estaba tenso, a él se le notaba el malestar. Tamara lo quería tanto que intentaba siempre complacerlo. Se sentaron en el sillón, ella acariciaba el cabello de Sebastián, pero la mirada de él estaba perdida. Tamara no dejó de observarlo mientras sus dedos jugueteaban con los cabellos. Hubiera dado cualquier cosa por tenerlo para ella siempre, pero la realidad era otra y la aceptaba. O por lo menos trataba. Algunas veces, sola en su cama a la noche, imaginaba que Sebastián se separaba de Carla y se iba a vivir con ella. Por su mente pasaban imágenes de felicidad y de situaciones idílicas. Pero en algún momento su conexión a tierra la hacía bajar, aparecían en su mente los hijos de Sebastian y ahí volvía a darse cuenta de que él, con su personalidad machista y posesiva, jamás iba a divorciarse y reconocer que había fracasado en su matrimonio.
Dejó de tocarlo y decidió preguntarle qué le pasaba. Él pareció volver de algún lugar lejos de ella y aclaró de mala manera que todo estaba bien. Tamara comenzó a contarle cosas triviales de su vida para distraerlo hasta que él se levantó fastidiado, buscó la campera y las llaves del auto y encaró hacia la puerta. A ella se le fue astillando el ánimo. ‘¿Ya se iba?’, se preguntó. ‘Pero si recién llega, no hace ni media hora que estamos juntos’. Y la bronca empezó a crecerle en el pecho. Se despidieron y él se marchó. Tamara se quedó unos instantes mirando la puerta que acababa de cerrar. Sus ojos se fueron humedeciendo pero ella no quería llorar, se estaba cansando de esperar lo que nunca sucedería. Decidida se dirigió al teléfono. Llamaría a su amiga para invitarla a salir, no se iba a encerrar a llorar.
A la mañana siguiente le dolía la cabeza. Demasiados tragos, demasiada gente, demasiada música. Todo lo demás era un exceso en su vida, excepto Sebastián. Se levantó y se vistió para ir a la facultad. Por lo menos en clase iba a dejar de pensar en él.
Todavía no lograba entender qué había pasado el día anterior con él, por qué estaba de tan mal humor. Era la primera vez que lo veía así. Sus encuentros habían sido intensos, él estaba siempre dispuesto al sexo, a pasarla bien. Aunque desde el principio había sido honesto con respecto a su situación personal, Tamara no era tonta y sabía que lo hacía para evitar planteamientos por parte de ella. Lo había aceptado pensando que no iba a enamorarse, pero ahora se sentía cada vez más involucrada. Y sabía que no podía permitírselo. Necesitaba terminar la carrera, buscar la beca tan deseada para irse a Europa... su vida recién empezaba, la de Sebastian ya estaba encaminada.
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Sebastián salió del departamento y respiró profundamente. Subió al auto y manejó hasta su casa. Sabía que le había hecho pasar un mal momento a Tamara, reconoció que no tendría que haber ido a buscarla. Pero ya habían pasado quince días desde que se habían visto la última vez. La necesitaba.
Cuando llegó a su casa encontró a Carla, su esposa, ya en la cama. Tenía la notebook sobre la falda mientras escribía. Le sonrió amablemente y le dijo que la comida estaba en la cocina, que la calentara. Los chicos ya dormían. Era evidente que Carla no lo esperaba tan temprano. Comió solo y miró un poco de televisión. No podía parar de pensar en la actitud de Carla en las últimas dos semanas. Estaba distante, lejana, pero no parecía deprimida. Mantenía la amabilidad con él y la notaba muy apegada a los chicos.
Algo había cambiado en ella. Siempre había estado atenta a sus salidas, a los horarios de él, a su desgano, a su cansancio. Ahora parecía no importarle, no le pedía explicaciones, no había reproches ni reclamos.
Se dio una ducha para borrar los recuerdos del sexo y se acostó. Su mujer ya dormía. La pc estaba sobre una silla. Se preguntó qué podría haber estado escribiendo ella a esa hora o a quién. Sintió una puntada en el pecho, nunca había desconfiado de Carla.
Al día siguiente recordó que la última vez que había mirado, el reloj marcaba las cinco de la mañana.
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