Hoy le llevamos al Moquiflojo a que visite a sus parientes en el manicomio. Seguro me están malinterpretando desde ahora: "le llevamos" suena a "le obligamos" y es más bien como "nos martirizó con indirectas al estilo de: Syd Barret me recuerda a esa ocasión en la que el Tío Hugo descubrió el karaoke del Muelle y las orcas tuvieron que hacerse nómadas de nuevo, y no nos quedó otra opción sino idearnos un reemplazo disque original para el picnic del domingo". Moquiflojo no tiene las agallas para proclamarse el Manipulador Universal, pero es de largo el más poderoso de nosotros. Lo que nos lleva una vez más a la refrán que no entiendo por qué nadie censura: "Todo el mundo te respeta si les amenazas con estornudarles". Obvio, sigue con gripe, y por eso mismo se quiere ir. Total y el Tío Hugo no ha sido sólo veterano de guerra, sino curandero, y, si los rumores son cierto, es un cevichista magnífico. Pero le comenté esto al Rulosfalsos y me respondió preguntándome quién carajo les iba a distribuir el marisco. Tengo estúpidas visiones sobre lluvias de camarón destrozando las tejas, lesionando transeúntes, perfumando avenidas. Saben mal, y más que como regalo divino mi Filtro del Subconciente la califica como uno de los films acerca de la Ira de Dios. Todos las tomas están en picada.
El Moquiflojo abre la puerta y las visiones se esfuman. Huele a pies pero a pies que cercanos huelen distantes. No que yo converse tanto con Gente_Descalza, pero mientras ellos buscan la profundidad de las minas en el deliniado de la retina, yo no soy tan huevón y les veo los tobillos. Siempre me dicen más, siempre me son más honestas, siempre acabo queriendo conocerlas menos. Supongo que Los de Arriba se la pasan todo el día deprimidos, porque para ellos ya no hay sutilezas ni secretos ni ganas de cortejar-- para qué si igual ya se qué dientes no mismo se van a cepillar. Hay retratos genéricos de gente genéricamente importante y por alguna razón todos sonrien. Estamos en un manicomio, boludo, me dice el Rulosfalsos. Hay ventanales que seguro les encandilarían en las noches despejadas y hay una máquina para cortar el césped, desmantelada, desconectada, estirilizada en una de las esquinas del comedor. Hay comida sobre la mesa, y sólo el Ramón ha tenido el valor de probarla. Dice que sabe mejor que la comida de los locos habitual.
Y entonces escuchamos el ruido del cambio de hora y entendemos que en este manicomio no puede haber un alma. Digo, almas, quizás, porque según el lema que leímos en la entrada la Gente de Acá estaba tan rayada que hasta podría querer quedarse, mordiendo el polvo y tratando de encontrarle el lado más amable: tendrían una eternidad para desilusionarse. Moquiflojo suspira, confuso, y tres péndulos mortales con mortadela en las puntas se activan a cada pared. Supusimos que el administrador estaba medio loco también, porque para servir embutidos subvalorados media docena debía bastar. El Moquiflojo saca un pañuelo y toma una rodaja y la examina como si fuese no de otro mundo sino de otro tipo de mamífero y nos dice "Lo que me temía, es de koala." "Uh?" decimos al unísono, y entonces cae la tarde con un atardecer poco memorable y oscurece y nadie ha llegado.
Paranoia, azucarada. De alguna manera la siento peor. Me invaden memorias de grillos chismosos contabilizando las estadías en el arco iris y cobrándoles por servicios que no consumieron, de osos hormigueros que no llegan a cruzar el río para saludar a sus parientes HumanoBastardos, a pequeños buzos terrestres que han confundido a los péndulos con aletas y los han acariciado con demasiada confianza, a los enfermos exiliados a la tierra de Nadie, el profesor, y lo han contagiado de sus malos hábitos y le han hecho confesarse, escucho las confesiones de Nadie y me dice que él por él no hubiese muerto si no hubiese confesádose antes "Seguro, mi Raskolnikof" le dice la mujer y Nadie le propina una mordida y todos gritan todos se han arrojado al suelo a rodar a rodar mi vida y los péndulos nos rapan y quiero recuperar mis comas y no hay nadie en este sanatorio y nadie me las va a devolver y piratas que fluyen de las montañas a salvarnos pero recuerdo que ellos siguen oliendo a camarón y no quiero que entres pero te vas a morir y no quiero que entres pero entonces no vas a parar de delirar y qué y es que te va a dar hambre y tú no tienes el valor, como ellos, de confundir ratas con raviolis y mortadelas con enfermeras permisivas.
- ¡El Jardín!- grita el Ramón, y se abalanza hacia la otra puerta y claro, allí están todos los locos, descalzos sobre el huerto, oliendo cercanos.
-¡Fresas!, ¡Fresas! - y comimos.
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