El mar estaba intranquilo. Era un magnifico vitral multicolor reflejado por el sol. Ya casi se despedìa para madrugar en un nuevo dìa y por lo tanto su calor tenuemente lo sentìa. La brisa con su enorme abanico invisible revolvìa mi cabello convirtièndolo en una maraña de pelos enredados, mi vestido de hilo blanco, lo batìa como una bandera colándolo entre mis piernas. Me sentè en la arena desperezada. Y... la vì. Una botella verde flotaba a dos pasos de mì. Al principio no le dì importancia. No llamò mi atención. Con flojera y desgano seguì mordisqueando un pan con mermelada de frambuesa y miraba cinco gaviotas que con audaces piruetas y hàbiles picos hacìan trucos sin desistir por atrapar sus presas. Pero ... allì estaba. Y una vez màs mis ojos insistìan en pegarse en aquel pedazo de vidrio algoso y verde. Me llamaba. No supe si fue mi intuición o la desidia lo que me hizo levantarme y atraparla.
Con torpeza le saquè el corcho.
Si me lees quiero que seas el primero que sepa la angustia que me carcome y me combate las ganas de vivir. Aquí estoy en la playa de Fortlauderdale, Flo. Abatido por una pena tan grande que no se la cuento a nadie. Ni siquiera a mis hi jos. No me entenderían. Ni tù ... y ni siquiera Dios.
Pero mi tribulaciòn es tan amarga que he echado este mensaje en aguas de nadie. Sè que no la encontraran, por lo menos, en lo que me resta de vida. Pero puede que estas letras desahoguen un poco mi afligido espìritu, mis remordimientos, y este pesar que llevo clavado por dentro y que su acidez me agobia sin darme un solo segundo de respiro.
Mi esposa por màs de cincuenta años, tras una penosa enfermedad, falleciò ayer, 3 de Octubre de 1995. Una terrible enfermedad en la cual està mucho màs solo el que la acompaña que el que la padece. ¡Maldita Alzheimer!, que te demuele el espìritu y despoja la memoria sin dejarte vestigios de un solo momento.
Fue mi ùnica compañera en todos estos largos años. Jamàs le fui infiel ... jamàs. No porque no hubièse tenido oportunidades, de esas hubìeron muchas, sino por el simple hecho de que ella lo llenaba todo para mì.
Me diò tres buenos hijos, fuertes y guapos, los cuales se fajaron estudiando y actualmente son destacados profesionales, estos a su vez, nos dieron cinco revoltosos chiquillos.
Tambièn un hogar lleno de música y algarabía. Era vivir en una interminable fiesta. Tocaba el piano con destreza y cantaba como solo ella lo sabia hacer. Mi casa siempre olìa a galletas recièn hornea-das, bizcochos y chocolate, y cuando nos visitaban nuestros bulliciosos nietecitos, ella les entretejía fantásticos cuentos de su propia invención.
Me acompañò durante todo este tiempo entre penalidades y frustraciones, sin dejar la buena cara, y su admirable empeño de echar para alante por màs nefastas que las circunstancias fueran. Me esperò sin chistar, de mi regreso de Europa, con los brazos abiertos y sus hermosos ojos azules llenos de ilusiòn, despuès de aquellos terribles años de la segunda guerra mundial, en que yo tuve la inmensa fortuna de darme de baja por recibir metralla en una pierna y con la buena nueva de regresar a sus brazos antes de lo previsto.
Èramos uno en todo, no dos individuos, sino solo uno, fundidos en una pieza y a pesar de los años el amor no cambiò de lugar, al contrario, se afianzò màs entre nosotros, creciendo a pulso y a base de buenas intenciones. La admiración es mi premisa para amar, para mì este es el verdadero sendero por donde llega el autèntico amor, en su inagotable avalancha, se posesiona de uno porque admiras al ser amado. Mis ojos se iluminaban con tan solo verla. Los años la volvieron mucho màs hermosa ante mi vista.
Con el paso inexorable del tiempo su piel se convirtió en un aperlado pergamino, su mirada màs madura e inteligente, sus gestos màs suaves y pausados que me daban la quietud, sus manos con surcos y secas como corteza de arbol por los incesantes y desagradecidos oficios del hogar ... ¡pero como las añoro con tantas caricias que me prodigaban!. Su semblante habìa perdido lozanìa sin embargo las huellas del tiempo -de ser posible- le aumentaron distinciòn. Su abundante cabellera antes muy rubia y llena de rayos de sol pasò a tornarse mucho màs hermosa cuando la inundaron las plateadas hebras de la luna.
Sufrimos muchos años ante esta desvastadora enfermedad. Si hubiese sido posible, sin pensarlo dos veces, me hubiese amputado una pierna a cambio de restaularle la salud y menguar su agonìa. Se marchitò como una hoja seca abandonada entre pàginas de un viejo libro. Vì cada dìa como su inteligencia y memoria se marchaban, no sè a que rincón de sus oscuros laberintos, para ni recordar tan siquiera mi nombre. Tras varias espantosas convulsiones y ya cuando la enfermedad entrò en etapa terminal esta la habìa consumido sin tregua, apagándole la mente, exterminando sus pensamientos y eliminándole el raciocinio para convertirla en un objeto inanimado.
Ni expresión quedò en su bello rostro y ni tan siquiera un mìnimo halo de luz.
Solo he tenido una vida, nada màs que esta, no tengo parámetros de comparación con otras para saber si mi decisión ha sido acertada y por lo tanto no sè si lo que hice en esta fue correcto o inco- rrecto. Eso no lo sè. Pero la ayudè a emigrar del nido como un ave digna que uno libra para que vuele al regazo del Señor antes de lo que El lo tuviese dispuesto.
Solo anhelo reencontrarme con ella muy pronto y lo que desesperadamente imploro es ... ¡que me reconozca!.
Estrujè aquella confesión, de temblorosas letras, entre mis dedos, para cerrarlo para siempre en un apretado puño ... y pensè.
-¡Yo sì te entiendo y tambièn ....mi Dios!. |