Era ella quien miraba tras la ventana.
En sus manos tenía sus ojos tatuados; y
por las calles cuando los vientos de la tarde,
inspiraban a los árboles danzas majestuosas;
Los ojos de sus manos tomaban forma en su camino
Entonces ella, se sentaba a un costado de la ruta,
para sonreírles dulcemente.
Posados en el aire, un suspiro delineaba el rostro,
de aquel poseedor de esos bellos ojos.
Allí el viento lo acercaba, reemplazaba el vidrio por la luz de una mirada.
Se secaba de repente, como se secan las hojas de los árboles en otoño.
Se quebraban en mil pedazos y volaban en el cielo como pájaros sin nido.
No había palabras, solo su mirada... por veces tibia, por veces fría y silenciosa.
Al costado del camino, sentada, ella esperaba su mirada, alegre y radiante hasta que él se alejaba.