Esa mañana, cuándo entré al bar, tuve el presentimiento de que algo distinto iba a pasar. En realidad creo que eso era mas bien un deseo ya que nunca pasa nada en el bar de Risso.
Dicen que en otras épocas, en las épocas de gloria, el bar se llenaba de gente y eran comunes las guitarreadas, los campeonatos de truco y mus y las peleas a causa del exceso de copas. Pero eso era en otros tiempos. Ahora pocos frecuentaban el bar y los que lo hacían era para matar las horas de soledad. Para pasar el rato nomás.
Al entrar le di la mano a los tres o cuatro parroquianos que se encontraban diseminados en el salón, lo salude a Risso al mismo tiempo que le pedía una cerveza bien fría y me senté en una mesa junto a una de las dos ventanas que dan a la calle. Desde ahí puedo ver el momento en que los chicos comienzan a salir de la escuela.
Los martes y jueves yo soy el encargado de retirar a mis hijos del colegio y como tengo que hacer tiempo paso por el bar a tomar un trago. En realidad la cerveza es una excusa ya que lo que realmente disfruto es la sensación que me provoca ese ambiente. Ese lugar tan alejado de la actualidad, del ruido, del rating, el marketing y todas esas cuestiones que inundan inútilmente nuestras vidas. En ese lugar uno puede pedir que le reciten de memoria la formación del Racing del 67 o discutir cuál fue el mejor goleador entre Erico, Labruna o Masantonio pero nadie sabrá responderle sobre la última moda de la farándula o las peleas de las vedettes por cuestiones de cartel.
El bar está en una esquina y se ingresa por la ochaba. Tiene dos ventanales altos con postigos de madera y una pequeña verja de hierro en cada una. Las ventanas dan una a cada calle. Sobre el piso de tablas se distribuyen ocho o nueve mesas y al fondo contra el gran mostrador de madera en forma de ele, de pared a pared, algunas banquetas altas descansan esperando la llegada de algún cliente que prefiera “acodarse” en la barra.
El mostrador, al igual que las paredes, está pintado de un color grisáceo, tirando a celeste. Sobre la pared del fondo, detrás de la barra, una gran estantería de madera, con sus estantes forrados con hule al tono del lugar, sostiene botellas, vasos y platitos de acero para copetín. Sobre las paredes hay tres posters: en uno, de la revista parabrisas, los hermanos Galvez levantan un trofeo parados junto a su Ford azul con la leyenda Atma, en otro, de la revista goles, Kempes y Luque lucen sus pequeños pantalones negros y la camiseta de pique adidas en el monumental, creo que es el de la final contra Holanda y en el ultimo, de la revista antena, se ve a la coca Sarli, en su mejor momento, apenas cubierta por un tapado de piel y unas botas de taco grueso.
Como cada martes y jueves tomé mi ubicación y volví a pensar en como transcurre la lenta y rutinaria vida de esa gente. Detrás de la barra Carlos Risso, a punto de cumplir cincuenta años ininterrumpidos atendiendo ese bar. En la mesa que está junto a la otra ventana siempre se sienta el Ruso Francciotti, que ni el sabe por que le dicen ruso ya que es morocho y descendiente de italianos. Cerca de el, en una mesa junto a la barra está don Castro con su infaltable Legui. De este lado, junto a otra mesa cercana a la barra, con su espalda apoyada en la pared y el brazo izquierdo sobre el respaldo de la silla, el Negro Pascualito y su vino blanco con soda y algunas aceitunas para engañar el estomago. Desde que me separé, hace tres años, pienso en cual de esos personajes me convertiré yo cuando pasen los años.
Me encontraba sumergido en mis pensamientos cuándo entró ella. Rubia. Muy alta. Muy bonita. Una mujer de otro mundo, de este planeta pero de otro mundo. Todos la miramos sin poder creer lo que veíamos. No lo digo solo por su belleza sino porque la única mujer, que en los últimos tiempos, había entrado a ese bar era la mujer del Ruso Francciotti que hecha una furia aparecía gritando y se lo llevaba bajo amenaza de que esta sí era la última vez que se la perdonaba y por supuesto, de mas está decirlo, la mujer del ruso esta muy lejos de ser miss universo.
La rubia dio un par de pasos dentro del salón haciendo sonar sus tacos sobre las tablas, espero unos segundos a que sus pupilas, encandiladas por el sol de marzo, se acostumbraran a la poca luz del lugar y miró detenidamente a cada uno de nosotros. Yo no podía creer la belleza de aquella mujer. Por debajo de su corto vestido rojo se podían apreciar un par de piernas bien torneadas y doradas por el sol.
Cuando terminó con su paneo del lugar giró graciosamente su cuerpo hacia la derecha y se dirigió directamente hacia mi mesa. No lo podía creer. Tengo que admitir que desde que me separé no me han llovido las propuestas amorosas y mucho menos de esa calidad pero, sin pecar de soberbio, viendo lo que había a mi alrededor era obvio que se quedaría conmigo.
Al llegar a mi mesa, con una hermosa sonrisa, preguntó si podía sentarse. Por supuesto dije yo al tiempo que miraba por la ventana deseando que los chicos se quedaran después de hora. ¿Tomas una cerveza?, le dije sin poder dejar de mirar sus hermosos labios, bueno dale, me contestó mientras abría una pequeña carpeta de cuero. Ojos verdes, un provocativo escote y esa piel tan suave y bronceada que junto con su perfume completaban una escena que seguramente no me olvidaría por mucho tiempo. Risso!!! traete otra cerveza bien fría, vociferé, la del pechito celeste agregué haciéndome el canchero.
Me sorprendió la velocidad con que se tomó la cerveza y lo frontal que fue la mina. No se anduvo con rodeos. Nada de charlas que no conducen a nada y que solo te hacen perder el tiempo. Convencida de sus atributos de mujer irresistible y que seguramente notó que mis ojos la miraban como embobado me ofreció todo lo que tenia de una sola vez. Me sorprendió con que seguridad y frontalidad encaró el tema. En menos de diez minutos ya me había enchufado tres rifas y se las pagué de contado. Mientras la veía irse no podía salir de mi asombro.
Risso!!! me voy porque salieron los chicos de la escuela, ah! Y anotame las cervezas porque me quedé sin censillo. El cantinero meneaba la cabeza y sonreía como si supiera de antemano lo que le iba a pedir.
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