Terminó su botella de vino recostado sobre un colchón de goma espuma maltrecho, estiró el cuello por encima de unos escombros de concreto para descubrir que sobre el horizonte lo acechaban unos nubarrones negros delimitando lo que fue de lo que en adelante sería. Los olores que ganaban en altura desde las cañerías, tanto como el silencio en el aire eran señales de que algo allá arriba se gestaba. Cuando en el cielo ya no quedó ni un solo resquicio de claridad y las bolsas blancas comenzaron a darle palmadas en la espalda reclamándole el lugar, se fumó una colilla de tres pitadas, y espero a que el viento dejara de confundirse con otras presencias. Pronto las brisas y aquella tenue llovizna cobrarían otra fuerza para transformarse en lo que presagiaban, una gran tormenta.
Una que lograra arrancarle la piel muerta, la mugre.
Sin mas, cargó su cabeza sobre los hombros y remontó pesadamente la avenida a través de la cortina espesa de lluvia. Caminó por la vereda del supermercado chino. Por debajo de los aleros. Observo que uno de ellos traficaba fideos detrás de un mostrador, este también lo vio, sonriéndole, para de ese modo hacerlo socio intrínseco de su felonía.
A lo largo de su corta infancia aprendió el significado de los gestos observando detenidamente y por horas enteras una vieja serie de televisión llamada Bonanza. Estos hombres de pantalones con flecos sabían que él los observaba. Por esta misma razón ocultaban sus miradas debajo de un sombrero de ala ancha. Pero el secreto no estaba en sus ojos sino en sus labios y en la fuerza con la que mordían una espiga de mala hierba.
De igual modo observaba al padre los domingos por la tarde, donde, luego de apretarse repetidas veces las manos entre si apuraba sus pasos entre murmullos en dirección al armario.
-Desde que se inventó la pólvora…- decía. Para descerrajarse un tiro en la sien. Unos segundos después todo volvía a la misma y tensa calma de los gestos en el televisor en blanco y negro, el gato seguía lamiéndose el lomo, el cartón de vino con la boca rota sobre el parqué desdentado, y el padre, ahí, cómo el vino, sobre el vino, con la camisa abierta hasta el ombligo y los ronquidos, los interminables ronquidos de cada domingo. Con el tiempo supo que aquello con lo que el padre jugaba no era mas que una replica de balines de goma.
-Puto- Pensó mientras recordaba esto y esperaba a que el chino terminara de cerrar la bolsa de fideos. Necesitaba parte del botín, sino en efectivo en esencias.
Así le habían enseñado. Así cobraban sus deudas en la casa. Y otra buena botella de vino al natural seria una buena manera de contrarrestar los escalofríos que de a ratos lo envolvían por completo. Pensó en las bolsas de plástico. Recordó a la madre, a la hermana.
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