Es gris la tarde. Llena de vaporosas nubes. Vientos y correntadas que anuncian la posibilidad de lluvia. Y yo sola en esta casa.
Es gris la tarde y se parece a tu alma, y se parece a la niebla que embadurna la mía. Y se parece a esas fotos en blanco y negro, que me traen nostalgia, me recuerdan otros días.
Tan sólo quisiera… que en una tarde así de gris, así de perfecta, tú estuvieras conmigo. Mi lobo estepario, mi aspecto prohibido, me lejanía intacta por la caducidad del destino.
Me recuesto en la cama y respiro, apacible. Dejo abierta la ventana, para sentir algo de frío. Me cubro con las sábanas, respiro el lino. Solamente faltas tú. Solamente faltan esos matices de tus ojos y esa sonrisa como lejana, como si todo lo que en mí vieras te gustara…
Es gris la tarde, es gris mi alma y son grises tus ojos. Que me despeine el viento, que me moje la lluvia la cara, y que pueda sentirte conmigo. Tú siempre eres gris, nunca blanco o negro, tú siempre eres gris. Tan hermoso, tan perfecto. Lleno de enigmas, encarnas para mí un misterio. Pero me gusta ese color de tu ánima, eso que siento al estar contigo, un hálito dulce en mi cara, la inocencia de un niño pequeño.
Cuando te vas, dejas flotando en el aire (cual bruma sombrea en la mar) cierto recuerdo constante, cierto relieve agreste y salvaje. Esa es la impresión que me quedo de ti. Te imprimes en el negativo de cada fotografía que tomo. Te imprimes en mí y tomas diferentes formas… verdad, simpleza, confusión, duda, partida y llegada. Simplemente, no te vallas. Porque así de gris como está la tarde, es perfecta para recibir tu llamada.
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