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Me desaté de la nevera, saqué una cerveza, tomé un gran sorbo y me eché de espalda en la arena; estaba cansado. El cielo todavía tenía ciertos matices de luz confundiéndose entre las oscuras nubes que se retiraban hacia el oriente, a la naciente noche. Ahí estaba Venus, le pedí un deseo. Respiré profundo y cerré los ojos.
Mi horóscopo de hoy decía: Mal día para viajes. No se arriesgue en juegos de azar. En asuntos del corazón es mejor esperar. La Luna y Plutón lo predisponen a la reflexión. Me hizo reír cuando lo leí esta mañana en la cubierta del yate de mi suegro. El de Anna: Una gran tormenta atravesará su vida. Busque refugio. Bonitas metáforas.

La arena está húmeda y helada; me termino la cerveza, Aún me queda una. A lo largo de la playa voy encontrándome con los residuos de la tormenta. Los trozos de tela y mástil enredados con las algas se confunden con cadáveres después de una batalla.
Viejo estúpido, le advertí que no era conveniente alejarse tanto sin haber cargado combustible antes, pero él quería presumir frente a su hija con su yate nuevo. Puto fanfarrón.
- Disfrútalo, puedo esperar.- Pensaba yo mientras bebía de su whisky, sacado de su nevera, echado en la cubierta de su puto yate en una silla de playa, y metiéndole mano a su única hija, Anna, mi mujer. Al rato ya estaba borracho y dormía, y no habría despertado si no es porque Anna se me lanza encima gritando:
- ¡Tienes que hacer algo, Boris! ¡Tienes que hacer algo! ¡Yo no pretendo morir aquí!. Ella tenía razón. Estábamos en el medio del Atlántico, sin una gota de combustible y se acercaba una tormenta desde el oeste. Bajé a la cabina y encontré dos salvavidas. No sé en qué pensaba en ese momento, no sé por que lo hice, pero les entregué los flotadores. Los lancé al agua después de revisarlos bien, no sin antes propinarle una gran patada en la raja al viejo Gino, se la merecía. Ambos estaban histéricos, pero lograron nadar. Me quedé mirándolos desde la proa, y la tormenta empeoraba. Fue en ese momento que pensé - ¿Qué acabo de hacer? Los salvé. Y yo, que hago ahora. Volví a la cabina y encontré lo que buscaba, la cuerda. En la cubierta debía estar aún el que seria mi salvavidas, si no había sido arrastrado por las olas aún. Subí tan rápido como pude, rogando por que estuviera ahí, junto a la silla de playa, la nevera. Tuve suerte, no se habla movido. Saqué todo lo inservible, sólo dejé un par de cervezas y una botella de agua mineral. Sellé la tapa con cinta adhesiva y me amarré la nevera a la altura del estómago, bebí lo que quedaba en la botella de whisky y ya no recuerdo que más sucedió.
Desperté en ésta playa, amarrado a la nevera, vivo. No sé si ellos lo estarán, ojalá que no. Odiaría haberlos salvado y que me debieran sus vidas, sería como un castigo. Prefiero seguir siendo un superviviente o un desaparecido; que se olviden de mí, como si nunca nuestras vidas se hubieran tocado. Yo me quedaré aquí, bebiendo la última cerveza de mi vida, o quizás la primera.

Texto agregado el 10-04-2003, y leído por 191 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
10-04-2003 Jajaja está bueno, saludos, Ana C. AnaCecilia
 
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