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Inicio / Cuenteros Locales / marxtuein / EL PRECIO DE LA VIDA

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El transcurrir del tiempo no alivió su penar, sino lo contrario, los días fueron semanas y estas meses de sufrimiento.
En su lánguido ánimo pesaba las deudas, los compromisos vergonzosamente postergados y, consecuencia de ese reflujo sin el alivio contrario, la pérdida paulatina e inevitable de lo poco que poseía.
La perspectiva de la soledad buscada como un acto de justicia por propia mano mostraba su cruda aparición. No ya como posibilidad, sino mensurable realidad en las caminatas agotadoras del trabajo a la casa. En la escasa cena y horas de desesperante aburrimiento frente al televisor. Y luego el insomnio despiadado.
Volvió a ser esclavo del cigarrillo y el licor barato.
Entonces decidió poner punto final a esa lenta agonía. Irrumpir en la alegría de la vida con una actitud despreocupada. Vivir a plenitud el momento, dando la espalda al futuro lleno de limitaciones.
Retiró del banco su paga quincenal, y con la billetera llena se sumergió en los placeres que anuncian los antros de la zona roja. Fueron un par de horas de copas, platillos, cigarrillos y grosero manoseo a la exuberante anatomía de una rubia oxigenada.
Un viaje solamente de ida. Porque el regreso, el resucitar de las cenizas ya no era posible.
Tampoco el instinto de sobre vivencia fue su aliado, porque la carrera para evitar la embestida de una pequeña caravana de automóviles solamente le alcanzó para llegar a la acera de enfrente, donde un paro cardíaco irrumpió evitandole la pena de sobrevivir el día siguiente en tan pobres y deplorables condiciones.
Una semana después una modesta colección de novelas, por todos sus haberes, fue a parar a los estantes de una librería de viejo, y el perro fiel a un asilo.
El pago del seguro permitió a sus allegados un leve respiro. Sus sospechas fueron realidad, valía más muerto que vivo.
En uno de los barrios más lujosos de la ciudad, un hombre regresa a su residencia después de una árdua y desalentadora jornada de trabajo. Le tranquiliza constatar que la cochera guarda la pequeña caravana de automóviles que suele escoltar a su mujer e hijos, y manda al criado somnoliento le prepare un whisky. Olfatea detenidamente un habano fino. Da un largo sorbo a su bebida y se dispone a olvidar lo mal que marcha el negocio. Dejar de pensar en esa obscena manía de los cuenta habientes de saldar sus deudas con su insignificante existencia.

Texto agregado el 19-02-2009, y leído por 324 visitantes. (11 votos)


Lectores Opinan
19-11-2012 Una forma de romper la dicotomia: que el hombre rico adopte la postura vital, al final, del pobre lo que le convirtiria en algo asi como un playboy. QuE te parece? Quiza sea mejor el punto medio, en realidad. Porque tu no renuncias al dinero, no? Lo ves como util, o no? Gracias por la calidad! oxi22
19-11-2012 Como en "porque no soy Cristiano": una falta de fundamento de la vida que no sea el dinero.Y una vez mas nos quedamos solo con la indignacion; pero la diferencia entre ambas partes de la dicotomia no es sino su union, esto es, la plata, y la consiguiente falta de sustento real humano vital-existencial. oxi22
09-04-2010 Gran texto, me ha gustado, la verdad, tanto el tema como la redacción. Una buena lectura para esta mañana. Saludos nayru
06-01-2010 Nose si es magnìfico ni si sos viejo, pero creo que este no es uno de tus mejores cuentos. pampita
19-02-2009 Un magnifico relato, viejo Marx mauro22
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