El rencuentro entre los enamorados ocurrió en la ciudad de Montevideo, la víspera de la XVIII Reunión de ******. Se hospedaron en el mismo hotel, como todos los invitados. Comieron, nadaron, descansaron en la playa; cada quien por su lado. Tenían prohibido verse. Todo normal. Como siempre.
Al anochecer, ya en sus respectivas habitaciones, el deseo de estar otra vez juntos les provocó insomnio. Con el sigilo de una persona cuadrapléjica salieron de sus cuartos, evadieron a los agentes de seguridad y, a la hora acordada, subieron por distintas escaleras a la parte más alta del hotel.
Ya en el helipuerto, el recibimiento que los novios se dieron fue intenso. Se besaron y metieron lengua en boca ajena. La ropa fue cayendo conforme la intensidad de las caricias avanzaba. Llegó el momento anhelado. Hicieron el amor y por diecisiete minutos en su mente sólo existieron ellos, como pareja.
El día comenzaba a clarear y la despedida se hizo inminente. Lloraron por la infelicidad de no poder estar juntos y lamentaron los prejuicios de una sociedad ignorante. Se dijeron adiós, con un beso.
Esa misma mañana, en plena apertura de la XVIII Reunión de ****** los amantes regresaron a su infame realidad. G. W. Bush y Hugo Chávez volvieron a fingir un odio mutuo y sin solución.
Este es sin duda el cuento o narración más detestable (en el aspecto literario, no así de argumento) que yo haya escrito. Sin embargo, fue el resultado de un concurso entre compañeros (abogados bastante medianos) del despacho.
El reto, decir más estupideces en menos tiempo.
Para mí sorpresa, no gané.
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