Llevo tres días sentado en este piso de madera. Lentamente veo como van cayendo los pocos pelos de cordura que me quedan, tocan el piso y se convierten en arañitas que escapan por de entre las maderas del piso.
Respiro húmedo, debe ser por que llovió durante la noche o porque mi mente ya se esta escurriendo por mis oídos, en un intento desesperado de huir de esta alma atormentada.
He perdido la noción del tiempo, y estoy perdido en mi propia habitación. He memorizado cada línea e imperfección de la madera que me rodea, lentamente sigo cada línea hasta que les empiezo a hallar forma. Las líneas se convierten en figuras, y las figuras ahora se han convertido en pequeños personajes; personitas esbeltas sin ropa que, en vez de bocas tienen hocicos como el de un asno, colas largas y puntiagudas. Los observo curioso.
Estas pequeñas creaturas, al parecer son asexuales, o no hay ninguna señal de lo contrario. Bailan inadvertidos de mi presencia. Uno de ellos carga con un bastón o cetro, decorado con unos listoncillos que le cuelgan y en una orilla, el cráneo de un ave (al menos eso creo, dado que cuenta con un pico y es pequeño).
Tienen una gracia tan deliciosa para moverse al ritmo de… nada, solo bailan acompañados del silencio. Semejante idea me pareció tan hilarante, que no pude evitar echar una carcajadita. Error. Los compañeritos voltean sorprendidos a verme. No fue hasta ese momento, que pude verles los ojos. A pesar de que todos eran color madera, tienen ojos rojo oscuro, esos pequeños puntitos fulminan y rasguñan con escalofríos mi piel.
El que carga con el cetro, que imagino es algún tipo de señal de liderazgo, comienza a señalarme lleno de rabia y a gritarme, la cosa es que mueve su boca, pero no emite ningún sonido, darse cuenta de esto solo lo hizo ponerse rojo de la ira, y empieza a perder el control y gritar aun mas. Ver su desesperación e impotencia de no poder hacer nada ante mi presencia, me causa la sensación y necesidad de burlarme de él, así que, suelto la risotada más ruidosa que mi cuerpo puede producir. Tanto fue, que tuve que tomarme el estomago y darme un zape en la pierna.
Volteo a ver a las personitas, casi explotan del coraje. El del cetro, empieza entonces, a levantarse de la madera, como un muerto levantándose de su tumba se libera del piso. Los demás empiezan a seguirle uno a uno. Ya imaginaran mi espanto. Ya no me reía, de hecho, ya no hacia nada más que ver fijamente a la personita del cetro. Comienza a señalarme y gritarme de nuevo en un dialecto que no entiendo. Al terminar de hablar, empiezan a borbotar personitas de cada recoveco de la habitación. Son tal vez de la altura de un puño, ya no son color madera, si no un negro cenizo y ojos rojo vino. Salen como hormigas de sus hormigueros y se dirigen corriendo hacia mí.
- No es real, no es real, solo es tu imaginación…
Lloriqueo con los ojos cerrados y las manos en los oídos, pero es inútil. Siento como empiezan a subir a través de mis piernas y meterse por dentro de mi ropa y me invaden por todos lados. Sus colas puntiagudas, se vuelven mas afiladas y empiezan a clavármelas, se sienten como dolorosos piquetes de abeja, lo hacen una y otra vez por todo mi cuerpo.
Me reincorporo y los trato de quitar uno a uno. Tomo a uno y lo embarro contra la pared, es inútil, se regenera al ser aplastado. Piso a otro, que hizo lo mismo, la plasta se reincorpora y vuelve otra vez hacia mí. Mis desesperadas sacudidas no logran quitarlos.
- ¡YAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA! – grito desesperado-.
Para mi sorpresa, las criaturitas desaparecieron. Solo quedamos el ensordecedor silencio y yo. Después de todo, estoy solo, solo en esta cabaña, en medio de este solo bosque. Suspiro aliviado. Estoy agotado, no puedo conmigo mismo. No confío en lo que es real y lo que no.
- Necesito un cigarrillo…
Voy a la cocina por uno de mis anicotinados compañeros. Abro el cajón de la alacena y saco uno, lo prendo y le doy una inhalada profunda. Me recargo sobre la mesa mientras me lo fumo. Por unos instantes el humo ayuda a olvidarme de que venir a escribir solo a una cabaña, es una muy mala idea.
Del silencio vino un chillido. Mi oreja atenta captó el ruido, todo mi cuerpo y mente se concentraron a tratar de averiguar que era ese sonido. El chillido se vuelve a repetir pero ahora no cesa, ahora pasa a ser una sinfonía de un chillido agudo y uno grave, intermitente. Ese chillido es de la madera del piso, pero que hará que la madera haga ese soni… la mecedora…
La mecedora se encontraba en la habitación contigua a la cocina. Seguro estoy que es imposible que alguien pudiera estar dentro de ese cuarto y, el viento no podría hacer que la mecedora se moviera de esa manera; sin embargo, el sonido esta ahí, no lo estoy imaginando.
Abro lentamente la puerta del cuarto, la perilla esta helada (siendo que es verano), y entro a la habitación. La iluminación es diferente, como si de la ventana entrara luz de un cielo nublado. Lo primero que veo es la cama, perfectamente tendida con un cobertor antiguo, tejido a mano. En seguida de la cama esta el buró, en el que hay un cenicero y dentro del cenicero, un cigarrillo prendido que desprende un hilito de humo danzarín que se desvanece al elevarse al techo de la habitación, el filtro tiene marcas de un colorete rojo vivo. En seguida de el buró esta la mecedora, de espaldas a mi y viendo hacia la ventana. Yo solo observo desde el marco de la puerta. Efectivamente la mecedora se está moviendo, hay alguien en ella. Ahora la persona empieza a tararear, nunca había odio esa canción, es claramente la voz de una mujer. La mano fina y blanca toma el cigarrillo, le da un fume y lo vuelve a poner en su lugar.
- ¡Oye cabrona! ¡¿Qué chingados haces aquí?! – le grito, con la esperanza de poder ahuyentarla-.
La mujer no me presta atención y sigue tarareando. Asustado voy a la cocina por un cuchillo de carnicero. Me vuelvo a parar imponente en el marco de la puerta.
- ¡Te doy hasta tres para que te largues, o si no, voy a entrar tirando cuchillazos!
La mujer deja de tararear. Se para, dando a descubrir así, una muy fina espalda desnuda y unas caderas igual de perfectas (e igual de desnudas), evidentemente le pertenecen a una mujer joven. El cuarto empezó a helar aun más, tanto que de mi boca sale vaho. La mujer desnuda se voltea para dirigir a mí su mirada. Sus ojos son verdes, su boca esta pintada con un rojo vivo, sus pechos son perfectos, redondos y enormes. Empieza a caminar hacia mí, yo sigo congelado ante tal visión. Se acerca hasta a estar unos dos centímetros de mi cara. Lleva su mano hasta mi cinto y lo desabrocha, lo mismo hace con el botón del pantalón, mete su mano dentro y me empieza a tocar.
- ¿Qué haces? Déjame… -le dije aterrorizado-.
La extraña solo sonríe, tiene una perfecta línea de dientes blancos, grandes y bien alineados. Mis manos sin fuerzas sueltan el cuchillo. La extraña me besa; siendo honesto, no puedo resistirme –después de todo ¿Quién puede resistirse a los besos de una mujer hermosa?- me arranca con una facilidad la camisa que llevo puesta, me besa desde el cuello, pasa por mi pecho, besa mi ombligo hasta quedar ella de rodillas, ya sabia a donde iba dirigido esto. Baja mis pantalones y empieza a hacerme sexo oral, en este punto bajo la guardia, me olvido de todo, cierro los ojos y miro hacia arriba.
La extraña entonces me muerde con la fuerza de un cocodrilo. El dolor es tanto que no se ni como reaccionar, no me suelta, cada vez aprieta mas los dientes y la quijada. Me tiro al piso tratando de desprenderme, y lo logro. Tirado en el piso, veo como estoy cubierto de sangre en toda el área de la entrepierna, no me había dado cuenta que tengo los ojos llenos de lagrimas.
La extraña ya no tiene ese semblante hermoso, ahora solo es un cráneo cubierto en sangre, como si le hubieran arrancado la cara, pero sus ojos verdes seguían ahí, viéndome fijamente, sus pechos y cuerpo estaba cubiertos en sangre (mía imagino).
- ¡Aléjate de mí! – le grité, lloriqueando y arrastrándome hacia atrás, hacia la cocina-.
En eso, mi mano topa con el cuchillo de carnicero, lo tomo y se lo apunto.
- ¡Ándale cabrona! ¡Acércate nomás!...
La extraña suelta una risotada peor que la mía, ensordecedora y chillante. Se hecha a mi, y con sus dientes empieza a arrancar pedazos de mi cuello y de mi pecho, yo con el cuchillo la apuñalo en la espalda. La sangre me salpica en la cara, tanto que no puedo ver.
De la nada, la extraña ya no esta, mi camisa no esta rasgada y mis pantalones están abrochados. Pero si esto era una alucinación, ¿Por qué aun tengo sangre sigue en mi cara y ropa? me limpio la sangre de los ojos y veo a mi alrededor tratando de buscar una explicación razonable.
Solo veo un cuchillo de carnicero clavado en mi vientre, al igual que otras 11 puñaladas.
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