La vi tirada sobre la cama frente al enorme espejo que adornaba la pared delante de la cama con las piernas abiertas cuidando de no rasgar la colcha con los finos tacones de sus zapatos mientras comenzaba acariciarse la concha y concentrarse en la humedad y el calor que emanaba y que podía sentirse a través de la tela de la tanga. Sus dedos, sólo las yemas, comenzaron a presionar circularmente, de dentro afuera, con suavidad, y alcance a oír el sonido característico de los labios que se separan, cubiertos de espeso flujo vaginal. Sus caderas comenzaron a moverse muy despacio, separándose unos centímetros de la cama, manteniendo la tensión un instante y volviendo a caer. Incrementó la presión evitando adrede el contacto con su clítoris. Era obvio que tocarlo seria terminar en un orgasmo que precisamente quería prolongar el momento. Masajeó los labios con más intensidad, separándolos y volviéndolos a unir en una lenta cadencia. Su cuerpo estaba respondiendo con un ligero temblor que agitó sus pechos y le arrancó un ahogado gemido. Imaginaba el calor en sus mejillas, expandiéndose como una marea roja y la excitación que se adueñaba de su voluntad a partir de entonces. Una mano palpó la entrada de su escote y liberó uno de sus pechos para atrapar a continuación un pezón excitado y retorcerlo con furia. Su otra mano se cerró sobre la entrepierna atrapando la tanga y dio un fuerte tirón hacia arriba. La prenda entera se incrustó entre sus labios empapados. Y siguió tironeando, frotando las costuras sobre su clítoris, adelantando las caderas para abrirse más a la invasión de su concha para sentir el nudo trasero pasar por su culo, que reclamaba una lengua o un dedo que se internara en él. Un pene hubiera sido el paraíso. Un gemido ronco, entrecortado, llenaba la habitación, parecía la agonía de un enfermo si no hubiera sido porque estaba espléndidamente abierta encima de la cama y en vez de perderse y extinguirse crecía en fuerza y pasión mientras sentía que un orgasmo se acercaba y amenazaba con vaciar sus pulmones en un último espasmo de placer. De repente su cuerpo se arqueó, se tensó, vi su cara de dolor y goce, el orgasmo explotó en su vientre mientras un grito corto y agudo anunció que acababa. Su piel percibía el aire alrededor y respiraba por cada poro. Sus dientes apretados, la cara mostrando la tensión del interminable orgasmo, y sus ojos fuertemente cerrados, mientras sus miembros se aflojaban y se volvía cubierta de una fina capa de sudor empapando su cuerpo y su respiración, todavía agitada, recuperaban lentamente el compás perdido durante su finalización. Me retire silenciosamente y a punto de explotar, apenas alcance a entrar a mi cuarto cuando un torrente de semen se derramo a borbotones sobre mis manos para evitar que salten al suelo. Fui al baño, me lave y me metí nuevamente en la cama quedando profundamente dormido
Mateo Colon
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