Se escucha el aspersor del jardín;
en el fondo, incansables, los grillos;
a mi lado, un crujir de patatas fritas;
los pasos mudos de una gata en celo
y, cuando hago un alto,
los hielos de un gin-tonic,
peleando por no derretirse
o, acaso, aplaudiendo
por volver a su estado natural,
más natural.
El músico de las patatas fritas
ya no tiene partitura
e improvisa
con unas ramas de... ¿De qué?
Y decide,
decide que hay que ir,
¿a dónde?
A buscar sensaciones
nuevas, otras,
no las de aquí.
Se me escapa, después,
si puedo,
os cuento un poco más...
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