Y nos dijimos adiós.
Intentaba subir las escaleras con tacto, como quién intenta sortear un campo minado,-reconozco que no en el mejor estado posible-, como quién intenta entrar en un lugar sin ser descubierto a las diez de la mañana de un día laborable. Me arrojé a la cama con esa mezcla de alcohol, sudor y esa amalgama de tabaco, amistad y buena música que destilaba El Alquimista y que mi ropa transportaba como un souvenir, gratuito recuerdo de una noche inolvidable. Desperté como no podía ser de otra forma con una resaca explosiva, sin noticias de mi conciencia productiva y haciendo ascos a cualquier intento por parte de mi subconsciente de probar cualquier tipo de alimento ya sea sólido o liquido. La noche la pasé igual, intentando estabilizarme, buscando un equilibrio que me mantuviera en la realidad de mi existencia y acaparando fuerzas, aún quedaban dos días más de trabajo antes del fin de semana. Para ser sinceros no pensé en Ernesto ni un segundo aunque me pese ahora, pero a veces la historia de nuestra vida se empieza a escribir en el día en que decides ser parte del mundo, y el mío no tenia fuerzas para redactar ni una línea. Al día siguiente cuando llegué al trabajo y tenia preparada mi disculpa, Ángel ya conocía los pormenores de mi aventura nocturna y por boca de alguien que no imaginaba, ahí empecé a acordarme de Ernesto que según el relato de Ángel, había estado el día anterior para cambiar el aceite y las pastillas de freno. No sé, pero ahí todo me cuadraba mas, imaginaba a Ernesto fuera del alcance de mis palabras, de mis afectos. Pude notar su ausencia, el mundo seguía escribiendo mi vida y no tenia la mas mínima intención de pedir explicaciones a su autor.
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