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Talaverita “ El 9” / Cap. 6


El joven saltó del catre hasta detrás de la puerta, apenas oyó un leve alboroto en el gallinero lindante al dormitorio, dispuesto a todo, se parapeto contra un muro y comenzó a hurgar en lo oscuro del rincón en busca de un garrote macizo guardado ahí para estas ocasiones, aunque nunca antes lo había utilizado. Espiaba por la rendija a ver si el causante de tal alboroto era un cristiano o un bicho mal entrañado merodeando cerca de sus gallinas. Descalzo y con el torso desnudo, se aferró fuertemente de un retazo de frazada hilada mil años atrás, seca. En la otra mano sus dedos se hundían en el tronco.

Se aprestó al salto. Muchas veces se imaginó realizando este acto; de un envión llegaría hasta la mitad del gallinero - sus piernas eran fuertes - y tras un convincente y lapidario grito golpearía en la cabeza o en donde sea, a quien se anime a rozarle una sola pluma a su querido gallo.

El Rojo apenas alcanzaba en tamaño a la más endeble paloma de campo, pero era su mejor amigo y eso bastaba. Saltó hasta el centro del escenario apuntando a todas y cada una de las sombras sin que ninguna le fuera desconocida. El grito se hundió inútilmente en el solitario y oscuro monte. El Rojo apenas abría un ojo para seguir concentrado, espoleando sobre una gallina inmensa que ni lo sentía. Guido se encontraba un tanto nervioso, acomodó nuevamente el machete contra la tapia detrás de la puerta. Ya no pudo dormir.

Sobre la copa de los árboles lentamente se dibujaban tenuemente los rayos tibios de un sol que pronto haría arder al suelo rojo de su tierra, tomó un balde de hojalata, caminó hasta el borde del arroyo. Era tibio el vapor del mismo, llenó el balde de murmullos y regreso a su choza, las hojas raídas por el rocío le lavaban la cara como a lengüetazos. El rojo seguía inamovible sobre la gallina, camino hasta el brasero a remover las cenizas, luego se seco el rostro. El ómnibus saldría de Campana recién cerca del mediodía para desviarse luego hasta Goya y sobre el atardecer partir a Buenos Aires.

Recordó aquel partido donde el Profesor le dijo que si todo seguía así, en el próximo campeonato debutaría. -Contra Rácin mita´í- Apenado, fue hasta una pequeña loma, tomo asiento junto una cruz pintada de color blanco. Rezó por su suerte. -Si mama- Si mama- Las lagrimas estallaban en su interior. Pero esta era la orden -Aní ndé rasé- Se persignó mil veces antes de bajar nuevamente hasta bajo a la choza para sacarle un brillo mas a su único par de botines, se acercaba la hora de partir.
Descolgó de la pared un recorte de diario que lo mostraba gritando un gol en la reserva de su glorioso y quebrado Mandiyú de Corrientes. La tierra le agregaba el tono rojizo al sudor que estampado en la tela de una camisa que se adheria a su piel. Los potreros al costado del camino elevaban sus brazos quebrados en arco ante su paso y las palmeras secas se arrodillaban ante el ultimo que vieron correr bajo el hilo de sus sombras.

Texto agregado el 15-02-2009, y leído por 163 visitantes. (0 votos)


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