Un mes después, la mujer... / Cap. 1
... la cuestión es que me decidí a hacerlo, carajo!- Masculló el hombre. Un perro famélico con la moquera seca surgió súbitamente del polvo, apuntando repetidas veces al vaho sanguinolento que el mascullante despedía a su paso.
Este cargaba en sus brazos una tonelada de carne muerta envuelta en una sabana blanca manchada de lamparones húmedos. Púrpuras. A la vera de sus pasos cansinos, se encendían algunas miradas detrás de las cortinas. Unos pocos valientes se animaban a mostrar parte de su nariz fuera del marco que cobijaba sus traseros.
-Si! mierda... esta no se ríe mas!- susurraba para sí el hombre. Mientras sopesaba por arriba de su carga si se acercaba o no al destacamento. El perro tironeaba de una punta de la manta.
Cuando al agente Espinozo lo designaron para esta dependencia. Festejó, puesto que su destino se encontraba perdido entre un número impar de provincias en un pueblo de no más de cien habitantes a los que conocería en poco menos de un mes. Qué podría pasar allí que no se solucionara con una amigable copa de grapa o un amable pase de facturas, gallinas muertas en el patio, de por medio.
Nada de lo que allí sucediera lo privaría de llegar a un pacifico pase a retiro. No. Espinozo encadenaba sus pensamientos recostado sobre su silla apoyada en dos patas contra la pared de la dependencia frente a la plaza. Mientras remordía la astilla de paja acomodada entre su caries preferida. La siesta se hacia sola. La polvareda invisible lo balanceaba mágicamente sobre su silla, a veces recostada en la pared, a veces no.
Unas pocas cuadras más atrás, caminaba hacia él quien se hundía en el polvo sin intentar cambiar su suerte. No daba nada más que los pasos necesarios para avanzar. De a uno. Sin pensar en abandonar su carga en alguna genuflexión.
La tonelada de carne se envolvía en sus brazos tensos, acalambrados.
Doblaba por la esquina cuando Espinozo pudo verlo. Y esperó a que la figura borrosa se distinguiera por entero del polvo. Descerrajo el fusil, apuntó a lo que normalmente sería una cabeza.
Fundió los dientes entre si y el cartílago del pómulo derecho apretado contra el fusil, confirmo la familiaridad de la figura a la que apuntaba. La misma, se acercaba lentamente, convencida de hacia donde ir. Las sabanas se arrastraban marcando un surco prolijamente zigzagueante sobre el suelo que dividía al pueblo.
El hombre continuaba su trayecto de manera firme, dando muestras de una fuerza que no le correspondía. Cuando apoyo un pie sobre el primer escalón de la seccional Espinozo se encontraba apostado detrás del tronco de un árbol. Asustado. Apuntando sin ver a quien, a qué, directamente a lo que sería la sien.
-Tardé un poco, si, pero aquí esta – Esto fue apenas un murmullo, una declaración firmada al pie de los escalones.
- Comisario… - Susurró Espinozo.
-Silencio!- Dijo el comisario, que apenas apoyó su carga en el piso, mando a callar a su subalterno. Segundos después el loco Pérez advirtió el barullo en la mesa de entrada. Los oficiales, estaban asustados.
Desde la última celda del pasillo, algunos detenidos golpeaban las rejas. El loco se contuvo por unos segundos mas, analizando lo que se vendría. Los días que se aproximaban. Algunos aullaban de placer al imaginarlo al comisario entre ellos, compartiendo la celda, la comida, ordenándoles cada pocillo en su lugar, sobándolos de a uno por vez. Otros se limitaban a sonreír, lujuriosos.
El loco Pérez también.
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