La interacción que tuve con el cielo esta mañana fue áspera, me miraba con su lado más tenso y me acribillaba con sus balas cocodrilas, de yegua fundida, y me abrigaba con el manto violeta de su tono, que me contagio con el virus de la melancolía de día nublado y descongestiono mi mente con el suave mentol de tierra húmeda, que es tan fácil, que flirtea con la primera hoja desposada que reposa en su vientre, que es capas de incubar cual semilla repose en ella, ahora entiendo, el cielo celoso no solo me acribillaba a mí, si no que baleaba también, a todo el que estuviera encima de su infiel compañera, de la dulcinea más traidora, de su musa más puta, que extasiada y mojada reía del cielo llorón, y yo el espectador, el violinista sin tejado incómodamente me hacia el huevòn y observaba y a la vez sufría las consecuencias de volver a cambiarme la ropa mojada y secar las cuerdas del violín que presencio el quiebre del cielo y la tierra.