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¿Cuáles son los límites del cuento fantástico? ¿Quién lo define, el lector, el escritor? En los vaivenes de la literatura, las batutas son hierbas que crecen entre gente que no quiere aceptar, o acepta demasiado.

Abogado: Licenciado o doctor en derecho que ejerce profesionalmente la dirección y defensa de las partes en toda clase de procesos o el asesoramiento y consejo jurídico.
Fantasma: Visión quimérica como la que se da en los sueños o en las figuraciones de la imaginación. Imagen de una persona muerta que, según algunos, se aparece a los vivos.



Dicen que con la cara blanca, los colmillos relucientes y su miraba que denotaba su no-estar-allí-ahora; el abogado veía la lluvia caer a trompadas, y el suelo siquiera servía como cuerdas del ring. Las lajas al final de la gran escalinata -en palabras de vago símil con los expresados por algún curioso allí presente- tenía cualidades elásticas: por lo que devolvía a la barbilla, toda aquella agua que la nariz haya podido sortear. Los ojos se le caían de grises, y la mitad de su cabeza esquivaba los flashes, incansables de tanto disparar. Todo en un sentido estamos con un pie en la vereda de los muertos, pensaba al elegir cada paso. La piedra blanca de tribunales no expresaba la pureza –flácida como el asfalto- de aquella farsa ocurrida puertas adentro. El abogado entendía lo indigno provocado en el forzar la realidad hacia un lugar más tolerable. Los familiares de la víctima lloraban de asombro: su venganza jamás será cometida. El cerebro del abogado carburaba a niveles fantasmagórico, en túneles donde la palabra -obesa y segura- no podría cruzar. Muchos hablarán de la baba que caía entre la prensa, por un enfermo, un para-normal, suelto en las calles dispuesto a liberar -con ayuda de su espesa labia- a cuanto asesino ande dando vuelta por Tribunales. Esto, al abogado no le producía siquiera insomnio. Lo fantasmagórico no puede ser percibido en este mundo. Sus construcciones de brillante ficción funcionaban por sobre cualquier ética: salvando con sus preciosas palabras a los clientes más perdidos. Los curas hablarán de injusticias, de lo incorrecto, de lo que no debió haber sido. Sostendrán todos aquellos estandartes que apenas si entienden. El abogado estaba más allá, menos próximo a la vereda de los Dioses que de las Musas. Ya que los fantasmas no pueden ser tocados, deben ser rodeados: encontrarlos en sus representaciones. Aún sigue bajando las escaleras del Juzgado. Se burla de todas esa palabras en mayúscula, prefiriendo aquellas con inclinaciones más ambiguas. La prensa se apelmazaba con bolsas de letras a las que llamaban preguntas, pero que no viajaban a ninguna verdad. La búsqueda de la apariencia trae más rédito.
-¿Qué le pareció el veredicto?
Cayó como piedra. Todavía estaba peleándole a la lluvia cuando aquellas palabras soportaron el colador. Sus intenciones eran idénticas a las de sus vagos contrincantes, pero el azar tiene propiedades que lo lleva en ocasiones a punterías extrañas.
El abogado dejó de lado sus negativas –ya que en sí no era-, pasando del juego líquido al sólido, pasar del alma al cuerpo. Miró fijo al entrevistador. No importa si realmente era él a quien se le escaparon aquellas peculiares palabras. Era una letra “i” significando a todos los de su clase. Admitir que un fantasma existe, es aceptar que todos ellos lo hacen: en encontrar el primero está la clave. El mundo entero se ha callado en esa mirada. Sus labios se empararían de un momento a otro con palabras que hundan o salvan a millones de oídos absortos de lucha tan ruin. Por lo general se asocia a los fantasmas con el miedo, ¿Qué más tenebroso que hallarse del otro lado, con total ingenuidad de lo que vendrá? Más seguro dormir en colchas con mujeres ca(n)sadas, con la televisión prendida (a nuestros cuerpos), y dejando que el tiempo nos am(ain)e. Los fantasmas funcionan como paréntesis. Son los accidentes que tuercen la verdad, como las falacias de cualquier abogado.
Cuando la calle llegó a la cumbre del mutismo, cuando la apertura en la cara del abogado comenzó a recibir aire, cuando la lluvia ya era inútil y simplemente frenó su prisa: las lentes de todos allí presentes se abrieron para que no se le escape mínima evidencia. El ectoplasma empezó a caérsele por los labios. La sangre le coloró la cara, la frente le dio la dimensión exacta a sus palabras y los temblores (tal vez de espanto) que alcanzaron sus cuerdas bocales hicieron el resto.
-Totalmente injusto, para eso me pagan.
El pánico pobló la habitación de todas las amas de casa bien educadas, de todos los periódicos con tinta grande para vender, en todos aquellos que buscaban de este lado de la calle –encima de la humedad en la vereda de Tribunales- los fantasmas que no brotaron de las facciones químicas o físicas del abogado. En cambio, aquella masa espumosa que flotaba en traje y corbata blanca sobre el asfalto, sentía su deber cumplido. Todos tuercen la realidad hacia la vereda más tolerable. La diferencia está en que los fantasmas cuentan además con recibos de pago.

Texto agregado el 14-02-2009, y leído por 172 visitantes. (0 votos)


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