El primer vuelo.
La primavera es la época del año más colorida y más melodiosa, pues el canto de los pájaros y el colorido de las plantas son espectaculares. No hay lugar en el majestuoso trópico en donde la mano de Dios no se manifieste. Desde el florecimiento de un flamboyán hasta el cantar de una cigua palmera.
Aquí es donde más se manifiesta el famoso equilibrio de la armonía del universo en que Palestrina sostenía que este se encontraba. En el equilibrio de la flora y la fauna.
Ahora, quiénes son los que más disfrutan esta época del año, sin lugar a dudas que los niños. Y si estos viven el campo, mucho más aún. Desde salir ha pescar a los ríos, ha recoger mangos o la peor de las actividades infantiles, cazar aves con tira piedras. Pero en esta última actividad Carlito era el hazme reír del los niños de Baitoa, nunca le había pegado con su tira piedra ni a un tronco de un árbol. Era pésimo en la cacería de las aves. Su amigo, el viejo Manfloro, le decía para consolarlo que era Dios que le quitaba los pajaritos del medio a las piedras que el lanzaba.
Esto le producía cierta satisfacción a Carlito, pero cuando le lanzaba piedras a las botellas y no le daba, de nuevo le embargaba una duda abrumadora. Y se preguntaba qué si Dios también le quitaba las botellas. Y el viejo Manfloro volvía a decirle que era que Dios no quería que él aprendiera a cazar pajaritos.
La última vez que andaba cazando pajaritos tuvo en la mira de su tirador a una tórtola que se encontraba asentada en la rama de una mata de mango que se encontraba en la finca de Amable Núñez, y cuando iba ha soltar la piedra, un chillido de pichones hizo que se contuviera de lanzar la piedra. Y, efectivamente, a unas cuantas ramas de la tórtola que él estaba por matar había otra dando de comer a unos pichones.
Esto hizo que a Carlito le llegaran muchos pensamientos extraños como éste, que talvez era cierto que Dios no quiere que él mate pajaritos.
Y se propuso ir todos los días donde los pichones hasta ver su primer vuelo. Y así lo hizo durante quince días.
Pero un acontecimiento extraño que aconteció el último día de visita al nido, hizo que Carlito no volviera a tirarle piedras a los pajaritos.
Y fue que cuando el pichón más grande que estaba en el nido empezaba a dar los primeros saltos de rama en rama, es decir, practicando su primer vuelo. Un sonido ensordecedor detuvo las primeras prácticas de vuelo del pichón de tórtola, haciendo que éste se precipitara al suelo. Carlito que estaba feliz viendo el primer vuelo del pichón, corrió a gran velocidad hasta el pajarito. Lo tomó con sus manitas y vio como le salía la sangre por entre las plumitas que todavía le estaban creciendo.
El niño sintió el dolor del pichón mientras éste agonizaba entre sus manitas.
Un joven que coincidencialmente caminaba por el mismo lugar donde se encontraba el niño. Al ver los ojos aguados del niño tomó el pajarito entre sus manos y lo mantuvo así por unos segundos hasta lograr que el pajarito saliera volando con más fuerza que antes.
El joven le dijo al niño que no había pasado nada.
Carlito recobró la alegría y pensó en el viejo Manfloro que le había dicho que para conocer un ángel solamente al que fijarse si no pestañea, si no deja huellas, y si no lleva sombra.
El joven no pestañó al revivir el pajarito, no dejó huellas al marcharse, y no llevaba sombra.
Sandy Valerio. 14 – 02 - 09
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