Nada de lo que hiciera después de tamaña empresa le brindaría tal satisfacción, detrás de la puerta se iniciaba un mundo nuevo que no podría de ningún modo ser contaminado por una gota de su sangre. Los granos de mierda desenfrascados y esparcidos por todo el lugar se convirtieron en pequeñas moscas ciegas, de las bolsas de mugre, como de la carne escupida en el plato surgieron pequeños y mágicos gusanos de color blanco como granos de arroz que se multiplicaban dolorosamente por todo el ambiente. Una vara de luz se introducía por una rendija de la persiana, los gusanos humedecían sus labios.

Su alimento se deslizaba desornada o voluntariamente hacia el. Ya no era necesario que salga a cazar, ya no necesitaba moverse, sus piernas se adhirieron entre si en una membrana rugosa que ni siquiera es piel, convirtiéndolo en otra especie de reptil aplastado en una cueva en un agujero bajo una piedra. Respiraba por la boca. No lograba cerrar los ojos. Sus encías se contraían sobre si, esta seria para el una buena señal. Señal de que por fin estaría envejeciendo. Que pronto podría atravesar la vara de luz sin necesidad de reptar hasta ella, simplemente seria arrastrado por el mismo vaho que se encontraba a punto de estallar.

-La hipocresía es un bien común – susurraba. Acurrucado en un rincón.