Mi Tío Braulio por poirot
Siempre le había hecho gracia la frase “Más vale ser rico y estar sano que ser pobre y estar enfermo”. Su tío Braulio, el de Talarrubias, pasó toda su vida como un fiel ejemplo de la segunda parte del proverbio. Pobre, enfermo y soltero toda su vida. Además fue inoportuno hasta para morirse. ¿A quién se le ocurre realizar el viaje final en Nochevieja? Toda la familia reunida cenando. Él callado, como siempre, mientras pelaba los camarones cocidos del segundo plato. “Pasadme otra gamba”, -dijo. No llegó a comérsela pues su cabeza cayó sobre el plato lleno de cáscaras. Todos nos miramos. No hay pulso. Llamadas insistentes al teléfono de urgencias que nadie responde. Alguien comenta. ¿Por qué no llevamos al tío a Talarrubias? Él siempre quiso que se le enterrase en el pueblo. Le montamos en el coche, con el cinturón de seguridad puesto para fijarlo al asiento. Tres horas de viaje y cuando lleguemos, llamamos al médico y le contamos que veníamos al pueblo a pasar el Día del Año y que no nos dimos cuenta de que estaba muerto. Que corra el Ayuntamiento con los gastos del entierro.
Ya, es una buena idea, comenté. Pero… ¿Quién se encarga de llevar al fiambre?
Lo echaremos a suertes: Como cuando éramos chicos”.
Mientras entonaba la cantinela monocorde apuntaba con cada sílaba a uno de los allí presentes:
-“En un café,
se rifa un gato.
Siempre le toca,
al número cuatro.
¡Uno, dos, tres y cuatro!”
Y el cuatro fui yo. Tu lo llevas, me dijeron.
Y aquí estoy, con el coche parado, sin saber qué demonios le pasa, a 50 kilómetros de Talarrubias. Averiado junto a la tapia del cementerio, al pie de la carretera de un pueblo que no conozco y con el tío Braulio sentado junto a mi. He apagado las luces del vehículo, para no llamar la atención de la Guardia Civil. Los cabrones de mis hermanos han desconectado los teléfonos para que no les joda con mis llamadas. ¿Qué hago? Una idea cruza por mi cabeza. Paso al camposanto y doy un vistazo rápido. A mi derecha hay una losa de mármol. Grabado en la piedra el nombre de su ocupante y dos fechas. Una joven. Murió a los 23 años. Empujo la losa y ésta se desliza con suavidad dejando un ataúd a la vista. Vuelvo al coche y, no sin esfuerzo, saco al tío Braulio para llevarle en brazos hasta el lugar que he elegido para su descanso final. Con cuidado le coloco dentro de la fosa. Empujo la losa nuevamente. Esta vez en sentido contrario hasta encajarla perfectamente en su posición inicial. Una vez colocada, intento volver a moverla pero me resulta imposible. Rezo un Padrenuestro rápido y vuelvo al coche. Me siento al volante. Doy al contacto y el vehículo arranca con suavidad mientras pienso que Braulio vivió solo y enfermo pero que tuvo buen gusto para elegir su morada final.
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