La isla
He pasado noches interminables, gritando y buscando en la agobiante oscuridad a todos aquellos que alguna vez me siguieron y me apoyaron en colosales campañas, batallan épicas donde el único color visible es el rojo, el rojo de la sangre que baña los campos y llanuras, montañas y desiertos, los que arrodillados ante mi me reconocen como único dueño.
Ahí estoy yo, al frente de miles de hombres cuyos destinos y el de nuestra patria dependen de mi, listos para morir en busca de la expansión, dominio y grandeza de nuestro nación. Entre balas y cañones nos abrimos paso hacia la matanza y crueldad de una batalla apocalíptica teñida de dolor y sufrimiento de los valientes que la encaran con temor disimulado.
Hoy, todos esos lugares maravillosos habitados por toda clase de individuos, son solamente recuerdos de una magnifica época, donde todo parecía tener sentido, lamentablemente aquellos tiempos de grandeza quedan sepultados bajo una realidad de hechos confusos, pertenecientes al país en que ahora me encuentro, un país donde no existen valores ni ideales por los cuales luchar, un país infestado de gente insana que me hace pensar que yo soy el único ser humano sensato en toda esta región de lunáticos, la cual es tan pequeña, que a veces tengo la sensación de estar encerrado entre cuatro paredes.
A veces, cuando más extraño mis conquistas y triunfos, acostumbro escuchar con dificultad las murmurantes conversaciones de los guardias fronterizos de esta localidad donde aseguran que dentro de este claustrofóbico país hay un sujeto que afirma llamarse Napoleón Bonaparte emperador de Francia, que se pasa las noches gritando y buscando desesperadamente a todos aquellos que alguna vez lo siguieron y lo apoyaron en colosales campañas, batallas épicas donde el único color visible es el rojo.
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