Con un cigarro barato en la mano veo el mundo desde una perspectiva diferente, más clara y concreta. Soy capaz de adaptar la lógica a cada mundo de los muchos que pueblan mi cotidianeidad, y con ojo certero evalúo cada gramo de ignorancia con la simplicidad de un niño. Cuántos hombres habrán caído por cerrar sus ojos en los más oscuros callejones del mundo…
Sé callar cuando debo y gritar cuando es necesario, pero la sangre fría tiene sus límites y la resignación va quebrando los nervios lentamente, hasta que al fin llega la detonación, y todo vuela por los aires, y todo parece mentira, una pesadilla oscura que, al despertar, deja el cuerpo lleno de heridas y arañazos. Una vez me hice a mí misma la promesa de no más empujarme hacia el abismo, y no siempre es fácil cumplir a la palabra dada. Y qué fácil la traición, a veces.
¿Serías capaz de decirme cuántas veces al día piensas en mí? ¿Cuántas veces al día traicionas la palabra que me diste de quererme siempre, de pensar sólo en mí, de olvidar lo que me hace quedar fuera de ti? ¿Cuántas veces al día te preguntas qué habría sido de tu vida si yo no te hubiera entregado todo?
Con un cigarro barato en la mano, acepto la vida tal y como me viene, con todo lo bueno y todo lo malo, porque sé lo que hay, lo que mi piel me cuenta que siente mi alma, porque por la mirada se me escapan las heridas que ya no pueden quedarse dentro.
Con un cigarro barato en la mano te sigo queriendo como antes, porque no sé hacer otra cosa, porque, a pesar de todo, me das lo que mi boca, mi pelo, mi aliento, mi piel, mi alma, necesitan.
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