En la noche oscura de esperanza, bajo una luna aguada, Julián espera; con la única ilusión de verla desde lejos; ver sus pasos pequeños, su leve movimiento de cadera, su graciosa forma de mover las manos y su cabello bailando al compás del viento; que en esta noche en especial esta furioso.
Mientras espera el milagro de su aparición, los recuerdos colgados de la rama de un árbol caen enredados para hacer de este día la viva desesperanza de una equivocación; equivocación que pagaría el resto de su vida.
El sabía que cada camino tiene su final y el final de este lo llevaría irremediablemente al comienzo de otro; como círculos trazados específicamente para el renacimiento.
Sin embargo, esta explicación que siempre le funcionaba esta vez lo dejaba hambriento, tenía hambre de una explicación más gentil, en la cual se pudiera volver a empezar y aunque sabía que esto era imposible sonreía esperando una respuesta; un tren que traspasara los limites del tiempo y de las derrotas; pero los trenes que veía desde el escalón en el que estaba sentado solo iban hasta San Miguel.
La estación parecía esos lugares lúgubres de los cuentos de terror, las miradas de los transeúntes se le pegaban a la piel transpirada.
Fantasmas olvidados jugaban carreras trágicas en su memoria, se burlaban de su lánguida silueta a punto de caer de soledad.
Miró a su alrededor, tomó su cara con las manos temblorosas y lloró, gritó tan fuerte que su grito pegó contra los trenes y sonó a música, a música de despedida, de duelo.
Corrió... Corrió sin mirar atrás, sólo quería callar esa melodía siniestra; llegó a una pequeña plazoleta y exhausto se tiro en la tierra mojada, cayó en ella como quien vuelve de una guerra.
Su corazón poco a poco se fue calmando; como en una fiesta sólo para él, una multitud de estrellas lo miraban, cerro los párpados, no se sentía digno de tanta belleza. Volvió a ver el rostro del remordimiento; se sintió al costado del mundo, un dolor punzante en su costilla izquierda lo estremeció; colocó sus manos detrás de la cabeza y se fue quedando dormido, la ciudad lo acunó en el hueco de su hombro.
Al día siguiente, Julián abrió los ojos y todo estaba igual, la gente corriendo de un lado a otro, escapando, los gallos cantaban sus tormentas. De pronto vio como una araña se deslizaba y atacaba a una hormiga que con mucho esfuerzo llevaba una hoja muy pequeña e iba detrás de una caravana interminable, la pequeña carnívora la dejaba casi sin vida y volvía a subir por su tela, esperaba, y cuando la hormiga creía estar a salvo bajaba nuevamente para inyectarle sus poderosos jugos diabólicos hasta que por último como a un trofeo inigualable la abrazó con sus patas delanteras y hundió sus colmillos; luego, lentamente la llevo a su guarida para terminar con su existencia. Mientras la observaba; Julián tuvo el impulso de ser Dios y colocó su pie justo arriba de la pequeña asesina. Pensó que quizá de eso se trata la vida (o la broma de los Dioses); pensó también que todos tenemos un enorme e invisible pie esperando el momento justo para aplastarnos. Un arrebato de piedad se apoderó de su pierna y se alejó silbando por la avenida. Se sacudió las miradas indiscretas; mientras el sol se recostaba en un rincón. De una cosa estaba seguro; que todo siempre puede estar mucho peor...
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