Los datos que el amigo de do Santos le había enviado no solo incluía datos sobre la vida social, familiar y financiera sino también fotografías.
Por alguna razón que el mismo desconocía al ver la foto más reciente de Caro Rudolff se le heló la sangre. Era un hombre más bien bajo y robusto, totalmente lampiño, que usaba anteojos de grueso marco y era obvio que nunca había sido una persona atlética.
Pero lo que más aterró al viejo empresario fue el hecho de que Caro Rudolff había muerto nueve días antes de la muerte de los padres de Ana, en una expedición que estaba realizando en África, por la manipulación de una planta conocida por algunos nativos, quienes se negaron a ayudar al joven, esta planta altamente peligrosa al tacto, lo llevó a la tumba. Los padres de Ana y ella inclusive, no se pudieron enterar de ello porque el cuerpo del joven había sido rescatado cinco días después de la muerte de los Ferreira, en un estado total de descomposición, lo que dificultó identificarlo.
Solo hace unos días fue posible saber quien era, gracias a unas muestras de ADN obtenidas de sus padres, quienes nunca dejaron de buscarlo después de haber perdido contacto con él.
Las sospechas de Raúl do Santos eran válidas. Este extraño era un impostor, que seguramente iba a timar a la joven en cualquier momento. En ese mismo instante fue con Ana y le pidió los documentos que su falso tutor le había entregado, para ver si el traspaso de los bienes era legítimo.
Ana no comprendía lo que estaba pasando pero no dudó en entregar los documentos a su futuro tío.
Raúl do Santos no sentía miedo por una posible pérdida financiera de Ana, ni siquiera por las intenciones futuras de este ladrón de identidad, por alguna razón totalmente ajena a su conciencia, lo que más aterraba a do Santos era descubrir quién era en realidad este desconocido.
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