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Mis días felices
Las nubes se empezaron a agrupar en grandes manojos, arremolinándose alrededor de una pequeña nube, la cual no sabía qué ocurría. Surgiendo rápidamente del horizonte y desprendiéndose de un campo salpicado de pequeños pompones, enormes nubes encerraron a la pequeña. Al poco rato, ya no se veía. Pobrecita. La habían ocultado y no podíamos verla. Cada una aportó su contribución y del cielo, grandes granizos brincaban por las calles calientes por el sol del medio día. El ruido sobre los techos era tan fuerte que no se podía hablar y si se decía algo, ni uno mismo se oía. ¡Qué tarde tan oscura y mojada! Lo que antes era una calle, ahora es un río. Los zapatos no podían mantener los pies secos y se les pasaba el agua. Sentía como burbujas saliendo de entre los dedos: sic, sic. Los pantalones pesaban como si fueran de cemento.

Eran ya pasadas las dos cuando nos avisaron que la profesora de ciencias no iba a darnos clases. Estaba enferma por causa del resfrío. Es lo que traen estos aguaceros cuando pasamos de verano a invierno. Como decía doña Zula: “Muchachos, cuídense de no mojarse pues los aguaceros de entrada del invierno son los más peligrosos para coger una gripe”. Bueno, es que si uno anda con el paraguas en época de verano lo vacilaban todo y peor, si era con uno de tipo rezador. ¡Qué vergüenza! ¿Qué va a decir la chiquilla que me gusta? Prefiero mojarme, que echar a perder mi imagen moderna y elegante.
Esa tarde de granizos nos la pasamos cerca de la barra de la iglesia. ¡Qué chepas que éramos nosotros ¡ A la Profe Flor le decíamos que nos dejara ir y que nos íbamos para la casa. Pero era imposible cumplir la promesa pues ahí estaban los cuentos, como por ejemplo: averiguar qué le habían dicho a Juan quien se le iba a declarar ayer en la noche a Margarita y no sabíamos si le habían dicho si o no o si Reynaldo, se había contentado con Liliana (su eterna novia). La canción que le había compuesto estaba lindísima. A esa canción le pusimos “Juntos en el Parque”. ¡Qué canción más linda, hasta dicen que la van a grabar en un disco!

Temprano me dijeron que en la casa de Maruja iba a haber baile. Maje, que tuanis porque seguro que va Olga. Y es que maje, ¡ella baila tan rico!
Ella es la que apreta. Le mete el cachete a uno en la cara o el pecho y marca el paso y vieras qué raro, uno termina… ¿Cómo mojado?
Sin plata en la bolsa, con un paraguas, el bulto y unas ganas de comer y un hueco en el estómago, llegaban las cinco de la tarde, allá en Zapote por la ciudadela del INVU. Había que irse pues pronto vendrían los padres de Marujita. Todo empezaba a terminar… Que volver a poner los muebles en su lugar, pues para bailar habíamos metido todas las sillas del comedor en un cuarto, los sillones de la sala había que bajarlos de la montaña en que habían quedado en una esquina. Pasar el palo de piso para limpiar un poco los rayanazos del zapatiao, de tanto bailar la Musita, Acompáñame, y el mambo de Pérez Prado.Todas estas eran nuestras canciones preferidas, pero el disco de la Sonora Santanera estaba ya, “rayaditico”.
Entre tanto, no había parado de llover. Así que todo Zapote era un lago. Esquinas inundadas, chorros de agua que se desbordaban por encima de las canoas como cataratas, caían sobre las aceras y jardines. Pero qué bien la pasábamos juntos. Pensaba en todos y cada uno de mis queridos compañeros del Colegio Rodrigo Facio mientras regresaba a mi casa, en la Ciudadela Calderón Muñoz. Entonces emprendía el regreso caminando y haciendo equilibrio en esa suerte sobre el tubo madre que trae el agua a San José. Este era un tubo de hierro negro, como de 150 cms de diámetro, que arranca frente al cementerio de Zapote y llega a San José por el lado de Plaza Víquez, recorriendo más de cinco kilómetros y va pasando al norte de barrios como Quesada Durán, Córdoba y Calderón Muñoz. Ahí terminaba mi caminata sobre el tubo.

Cuando entraba a la casa me abordaba mi mamá con temas como: ¿qué raro que usted venga sudado?, con el frío que está haciendo, no entiendo cómo pudo encalorizarse; o bien, ¿qué son estas horas de llegar, dónde estuvo metido?. A lo cual seguro que yo respondía -y todos los demás, decíamos- que nos habíamos quedado en un “centro de matemáticas”. Porque el profesor explicaba muy mal lo de los polinomios y entre todos nos pusimos a repasar y hacer los problemas de tarea lo cual mi mamá elogiaba con gran entusiasmo. Bueno, después del interrogatorio venían: el café con empanaditas de plátano maduro rellenas de frijoles molidos, el cafecito caliente, y luego atrás (como si fuera poco), se juntaba con la hora de la cena, menú que consistía en la clásica olla de carne y de postre: arroz con leche y sus astillotas de canela.
¡Qué días más felices eran aquellos de bailar con Sandro, Palito Ortega y los Thunder Boys!

Texto agregado el 12-02-2009, y leído por 85 visitantes. (0 votos)


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