Cita
Qué pensaría alguien si me viera con esta sonrisa tonta que se me pegó a la cara, si ya no tengo edad para estas cosas. A la dependienta de ayer se le escapaba risitas, la intentaba disimular tras las yemas de sus dedos sobre los labios y un perdóneme señor, y cómo no voy a perdonarla señorita si me mira con esos ojillos como viendo a su abuelo, si debo estar ridículo pidiéndole consejo para un perfume porque tengo una cita, pero si yo le contara me tomaría por loco.
—Pero debe ser un perfume que huela a flores— indicaba afanoso.
El mostrador se fue llenando de un sorprendente surtido de minúsculos frasquitos y un enjambre de señoras llegaban para participar en la fiesta, aconsejando a este rarito espécimen que debía resultar, nunca imaginé mi nariz rodeada de una multitud de muñecas de mujer con unas gotitas de aromas; a jazmín, de rosas de Alejandría, flores de azahar, lavanda, lilas, violetas, nardos, gardenias, azafrán, claveles, neroli, orquídeas… ¿Cómo puede haber tanta variedad de fragancias en un local tan diminuto?. Pero cómo explicarles que a mi me encantó el de geranios, porque así la imaginaba.
Y preparo nuestro encuentro, como cada mañana. Desde tan temprano este corazón de adolescente a destiempo no para de hacerme jugarretas, a la hora de la ducha mis dedos arrugaron como pasas, pensando en ella, no sé cuantos minutos quedé embobado con la alcachofa sobre la cabeza y su cara aparecida como la virgen del vapor, luego marchaba de la tina todo espuma. Una calamidad me tiene hecho este andar entre las nubes, ya no cuento las veces que tomo el café sin café, cuando acierto me quemo los labios, meto caramelos en la cerradura del coche o mojo la magdalena en el vaso de agua.
Cuando se acerca el momento estoy tan nervioso. Las siete y cuarenta y cinco, acelero, aprieto el pedal, que llego tarde.
Las primeras veces la veía ensimismada en sus quehaceres, su trabajo, no sé cómo ocurrió, levantó la mirada y se estampó en la mía, la aparté. Cada día me decía, no, no debes, pensará de mí que soy un voyeur maleducado, un mirón que un día arrancará con un piropo guarro, pero no podía evitarlo, repitiendo sin querer. Y sucedió ¿serían imaginaciones mías? no eres un chiquillo para estar pensando estas cosas, qué quiere que les diga, primero cambió un detalle de su atuendo, no sabría decirles cual, luego lo combinó con un pañuelo en el pelo y me sonreía y yo le devolvía el gesto, más adelante me saludó tímida y yo como un idiota me señalé con el dedo, lo arreglé la siguiente vez y correspondí el saludo con un día de retraso, es tan difícil cuando no puedes decir una palabra, algún día faltó y esos empezaron a parecerme incompletos, no comprendía hasta que caí en la cuenta, tonto de mí, la hora, por eso hoy voy con prisas.
Cómo no enamorarse de alguien que es más bonita que las flores, lástima el poco tiempo que nos dejan para conocernos, siempre rodeado de tanto loco apresurado, metiendo miradas fulminantes de: ¡tío aparta y sigue, que estorbas! . Tan sólo unos segundos nos depara el diario encuentro, salvo cuando el gracioso hombrecito verde nos regala en prórroga un minuto, cuánto da de sí un solo minuto.
Estoy nervioso como un chiquillo, temblando como un flan, porque ayer me citó, lo sé, maquillada tan natural y los destellos del sol en sus labios pintados, estrenó nuevo corte de pelo, estaba tan preciosa, tan chico que la hace tan juvenil, el color caoba resaltaba entre el verde plateado del romero, cambió su uniforme de trabajo por un vestido a juego con un estampado rojo de lentiscos, apoyada en escobones con grandes cálices amarillos, aquí y allá áloes, alternando con voluptuosos dragos, cestas de alisos, sobre una alfombra de enredaderas de geranios multicolores. Fue la contraseña de la margarita en su pelo, la palma de su mano apoyada en su pecho, un vuelo de beso y un guiño que sacudió mi corazón. Por eso, hoy me puse mi mejor camisa almidonada de fiesta, la punta de un pañuelo tímido a la salida del bolsillo de la chaqueta, unas gotitas de olor a geranio y voy a su encuentro. Como todas las mañanas cogeré el coche y puntual, enfilaré la autovía G03 que me lleva destino a la oficina, pero al llegar al semáforo de la entrada de la ciudad, esa donde la gran rotonda ajardinada, esta vez pararé en el arcén, para invitar a la jardinera de mis días, sí, la que me sonríe cada amanecer entre flores, cruzaremos el paso de peatones para agradecerle al hombrecito el destino y la invitaré a un paseo, a un lugar tranquilo para hablar de todo aquello que nos dijimos en las instantáneas de las miradas y los gestos. Y quién sabe. |