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-¡Alfredo Váttimo! -llamó la enfermera asomando su cabezota rubia en la sala de espera. El se levantó de su silla y entró al consultorio. El doctor estaba esperándolo sentado al pié del sillón. No le dió la mano al saludarlo. El doctor no solo no se involucraba emocionalmente con sus pacientes, sino tampoco fisicamente, por eso nunca los tocaba ni los miraba demasiado. Algunos decían que tampoco los escuchaba pero eso nunca llegó a comprobarse.
Alfredo se acostó y empezó a hablar.
-Bueno, ¿en dónde habíamos quedado?
-En que su abuelo había muerto -dijo el doctor repasando su libretita.
-Ah si... mi abuelo. El nono... Aún me cuesta recordarlo en vida. La mayoría de las veces que pienso en él solo lo veo allí tirado, en medio de ese charco de sangre. Yo era un pibito de seis años cuando lo encontré. En ese entonces pensé que estaba jugando a disfrazarse o algo así. Años más tarde, cuando supe que el viejo se había muerto desangrado afeitándose la entrepierna, resignifiqué el hecho de que él llevara medibacha y porta ligas. Recién entrado en mi adultezllevara medibacha y porta ligas. Recién entrado en mi adultez pude entender que mi abuelo realmente era gay. Había elegido esa noche para confesárselo a la nona y se estaba preparando con sus mejores galas. Ella, una vieja pacata y obstinada, no quizo reconocerlo ni siquiera cuando lo vió. Pero tiempo después, cenil y enferma como estaba, enloqueció. Deliraba todas las noches diciendo que veía al abuelo volando sobre la habitación desnudo y en medias de encaje. Al fin, su frágil corazón no pudo más y dejó de latir.
Alfredo calló unos instantes hundido en sus recuerdos.
-Muchas muertes para un niño de seis años. -dijo el doctor.
-Si... y luego, al cumplir los 18 se me reveló que yo había heredado algo muy especial de mis abuelos. Algo que nadie había visto hasta entonces y que cambiaría mi vida para siempre. Y que me lo entregarían justo ese día. ¿Quiere que le cuente lo que era?
-No -resopló el doctor mirando su reloj.
-Luego, a los 19 o 20 años de edad, viví un acontecimiento que me marcó de por vida. -Alfredo hizo una pausa que se convirtió en eterna, al ver que el doctor no le preguntaba nada continuó- Descubrí que mis padres no eran mis verdaderos padres. Que habían estado fingiendo, qué todo fue un engaño. Me duele mucho recordar, prefiero no hablar de esa experiencia.
-Bien... cuénteme entonces, ¿por qué siente que sus padres vivieron engañándolo?
-Si. Lo que ocurre es que mi padre no era mi padre. Y mi madre tampoco era mi madre. Lo descubrí una noche de verano. Recuerdo que me subí con una petaca de whisky al árbol del patio, que daba justo a la ventana de la habitación de mis padres, esperando ver una sesión de buen sexo con la cual soñar a la noche. Cuando ellos al fin entraron en la
habitación, lejos de besarse o fundirse en sensuales abrazos, comenzaron en un acto rutinario a desvestirse cada uno por su lado. Mi padre se quitó su mostachón falso, se sacó toda su ropa y luego de quitarse una apretada faja que llevaba a la altura del pecho dejó al descubierto unos hermosos senos rosados.
Mi madre por su parte, se quitó primero sus prótesis, sus faldas y por último un bombachón que dejó al descubierto un generoso aparato genital masculino. Luego, se miraron un rato en silencio y se abalanzaron uno sobre el otro encima de la cama en medio de gemidos y alaridos desenfrenados.
Yo, lejos de exitarme como había planeado, me llenaba deestupor e indignación. No podía soportar ver como, quien hasta hoy había sido mi referente directo de masculinidad, se retorcía de placer cuando mi madre le succionaba los pechos. No aguanté más el espectáculo y me fuí lejos de allí sin aguardar a como acababa aquello.
Las preguntas empezaron a poblar mi cabeza: ¿Quiénes eran estos impostores? ¿Dónde estaban mis verdaderos padres? ¿Acaso ellos los habían matado? ¿Acaso yo era una mujer? Tuve que palpar mis genitales varias veces mientras caminaba.
Realmente estaba muy confundido, ya no estaba seguro de nada...
-¿Y quiénes eran esas personas que decían ser sus padres? -preguntó la secretaría a través del conmutador.
-Lo supe luego de un tiempo -contestó Alfredo-, el hombre que se disfrazaba y pretendía ser mi madre era nada menos que mi padre. Y viceversa. Habían estado mintiéndome a mi y al mundo durante años. Lo que ocurrió, fue que cuando mi madre quedó embarazada y ellos decidieron casarse, ambos estaban pasando por una crisis de identidad sexual muy profunda. Mi madre siempre se había sentido un hombre en un cuerpo de mujer y mi padre lo contrario. Fue entonces que luego de meditarlo mucho decidieron que cada uno tomaría el rol del otro, no podían permitir que su hijo creciese con una imagen de un padre que no se siente hombre, o de una madre que quiere ser varón. En última instancia los comprendí, ellos solo quisieron evitarme un daño psicológico mayor. Asi que los perdoné y les di mi bendición para que cada quien secaracterizase como mejor les pareciese. Aunque debo reconocer que hoy por hoy no se a ciencia cierta quién es quién. ¿Pero quién lo sabe en estos días no?...
-Su turno terminó señor Váttimo -dijo abruptamente el doctor.
-Gutierrez...
-¿Gutierrez? Pero yo lo tengo agendado como Váttimo.
-Si, todavía tengo que hacer los trámites –explicó Alfredo-, Gutierrez es mi verdadero apellido, me enteré hace poco. Váttimo es el apellido de mamá.

Texto agregado el 11-02-2009, y leído por 85 visitantes. (0 votos)


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