Señor son las 21:30, si no precisa nada mas me retiro, dijo Juana abriendo levemente la puerta del despacho del presidente de la empresa. Avísele al chofer que prepare el auto y retírese nomás Juanita muchas gracias, contestó este sin levantar la vista de su escritorio. Muy bien señor Mauricio, recuerde que a las 22 tiene esa reunión, hasta mañana, dijo la eterna y fiel secretaria del empresario.
A pocas cuadras de ahí, en un semáforo de la avenida más ancha del mundo, un niño de 13 años hacia malabares con unas pelotitas de plástico. En uno de los lujosos autos estacionados frente a el viajan el sindicalista Aringola y el secretario de comercio interior de la nación. ¡Que pobreza!, donde vamos a ir a parar, dijo el sindicalista, si si, han quebrado al país, respondió el funcionario, ¡pero levante el vidrio hombre!, agregó, no sea cosa que el pibito le arrebate algo, si no respetan nada ni a nadie, concluyó.
El joven terminó su rutina y se acercó al auto, mientras veía como se cerraban las ventanillas de este, pensó en Martita, su hermanita melliza que trabajaba en la ruta. Ella a menudo subía a autos como ese, decía que le convenían más, pero con frecuencia la veía llorar mientras se frotaba su cuerpito con una esponja húmeda. También recordó a sus hermanos Bryan y Jonatan, de 8 y 11 años, que juntaban cartones cerca de ahí, en la zona más comercial. Desde que la flexibilización laboral dejó a su padre sin trabajo en la fábrica de autopartes todos tenían que trabajar para poder comer.
Mientras esperaba el ascensor para dirigirse a la cochera de la empresa, el señor Mauricio, escuchó, en el pequeño televisor del guardia, que esa noche darían un programa especial “imperdible” sobre la pobreza, la marginalidad y el trabajo infantil. Son todos vagos, dijo el empresario, no quieren trabajar, para ellos es más fácil pedir o robar que ponerse a laburar, quieren todo servido, el guardia movía la cabeza como aceptando la idea para no entrar en polémicas con el jefe.
Subió al auto y le ordenó al chofer que se de prisa. Quería llegar a la cena primero porque le gustaba que los demás lo vinieran a saludar a el. Siempre hay que adelantarse y marcar el territorio ¡amigo!, hay que jugar de local, decía, mientras el chofer le devolvía un gesto de aprobación a través del espejo retrovisor del auto.
El modelo político - económico de la década anterior le permitió hacer buenos negocios pero con la última crisis había tenido que cerrar un par de plantas de su fábrica y esa reunión era una oportunidad de recuperar el camino perdido, después de todo, el aporte realizado para la campaña presidencial debía dar sus frutos.
El auto, oscuro y brilloso, viajaba a gran velocidad. Al pasar junto a un carro de cartoneros se sintió un golpe seco en el costado del auto. Uh creo que lo agarré dijo el chofer, no se detenga, alertó el empresario, seguro que nos tiraron algo porque nos quieren robar, luego el seguro se encargará del arreglo, dijo, yo les conozco todas las mañas a estos.
Mientras el auto se alejaba a toda velocidad, Jonatan corría a ayudar a su hermanito que se encontraba tirado en la calle bañado en sangre. ¡Me duele, me duele! gritaba el pequeño entre llantos.
En un bar de la zona, el sindicalista había estacionado su auto. Es mejor dejarlo llegar primero, dijo, para que no crea que estamos tan interesados en el. Lo importante es lograr que invierta, dijo el funcionario, necesitamos hacer que empiece a girar la rueda porque si no nos van a comer el hígado, la gente está muy movilizada y necesitamos dar alguna noticia que tranquilice a la gilada, agregó, al tiempo que levantaba su vaso de vino espumante haciendo un gesto de brindis. A sus espaldas, el documental de la televisión decía que aunque la ley prohíbe el trabajo infantil hay 1.200.000 niños en todo el país que tienen que trabajar para poder sobrevivir.
Tranquilo Bryan, dijo Jonatan llorando, voy a buscar a Martín que está en el semáforo de la avenida, el sabrá que hacer, vos no te muevas. Cuando Martín vio llegar corriendo a su hermanito cortó inmediatamente su rutina de malabares, supo que algo no andaba bien porque ellos eran muy responsables y no abandonaban su trabajo por cualquier motivo.
La espera de la ambulancia parecía eterna, ambos estaban muy asustados, no hacía más de un año que habían visto morir a su hermano mayor tirado en la calle cuando lo balearon para robarle el caballo y el carro de cartonero en el puente del arroyo el gato. Aquel día la ambulancia nunca llegó. Decían que era un lugar muy peligroso y que no podían arriesgar la integridad física de los enfermeros. Desde esa época su padre estaba preso, acusado de intento de homicidio, luego de haber golpeado a un funcionario del ministerio de salud.
Ya en el estacionamiento del lujoso restaurante el empresario se alegro que lo del auto no era nada, fue solo un susto dijo. Al chofer se lo notaba pálido y sudoroso.
Buscó la mesa que tenia reservada y volvió a conversar telefónicamente con su socio. Será mejor que acepten algunas condiciones especiales con respecto al personal, dijo este, recuerda que los accionistas están algo temerosos y no quieren complicaciones con el sindicato. No te preocupes que eso está encaminado, dijo Mauricio, lo mas importante es que nos aseguren el mercado, que nos dejen la ruta libre que nosotros hacemos el resto. Una risa complaciente se escuchó en el auricular antes de cortar. Mauricio sabía que para que el negocio de las autopartes vuelva a ser rentable debía lograr que algunos órganos de control mirasen para otro lado.
En un pequeño televisor de la guardia del hospital un niño con la cara sucia y algunos mocos decía que el preferiría ir a la escuela en lugar de tener que vender estampitas en el tren y que cuando sea grande sería mecánico para poder ayudar a su mama que siempre estaba enferma, su hermanito saludaba a la cámara y sonreía.
Los médicos llevaban a Bryan al quirófano en el momento que llegaba Martita que había sido alertada de lo que paso por otro cartonero. Esa noche no lograrían juntar la plata necesaria para la comida del próximo día.
En el restaurante la cena fue excelente. Cocina internacional, vino seleccionado y champaña de Francia para celebrar un acuerdo que, para el funcionario, que ya arrastraba algunas palabras a causa del alcohol ingerido, pondría en marcha nuevamente al país. ¡El trabajo dignifica!, vociferaba parado, algo tambaleante, a un costado de la mesa con una copa en la mano izquierda y el dedo índice de la mano derecha señalando al resto de los comensales del restaurante.
El sindicalista lo tomo del brazo y lo ayudó a sentarse nuevamente, sabía que el acuerdo implicaba un ajuste en las condiciones laborales pero era la manera de volver a reflotar la industria, además un buen dinero entraría a su cuenta personal a modo de agradecimiento de parte del empresario por su buena predisposición al colaborar con la negociación.
Ya eran las doce de la noche. Bryan llevaba más de una hora en el quirófano. El documental de la tele terminaba con algunas escalofriantes estadísticas. Contaba que casi el 20% de los niños en el país morirían antes de ser adultos por causas evitables, que el 20% de los jóvenes de entre 14 y 17 años trabajaban, que mas del 50% de los niños que salían a trabajar en el conurbano se drogaban para superar la bronca y la vergüenza.
La ley prohíbe el trabajo infantil, decía el conductor del programa, pero no puede asegurarle trabajo sus padres para evitarlo, se establecen derechos para los niños pero no podemos asegurar su cumplimiento, la educación es obligatoria pero cada vez son más los que no pueden acceder a ella. Finalizaba diciendo que éramos como animales de costumbre, que ellos se acostumbraban a trabajar desde niños y nosotros a verlos como parte del paisaje, con el tiempo lográbamos ignorarlos. Cada vez serian más pero se volverían invisibles.
Por fin el cirujano salió del quirófano y buscó a los padres del niño. Yo estoy a cargo, dijo martín, mi mama esta con mis otros hermanitos en casa, es lejos y todavía no le pudimos avisar. El médico no pudo contener las lágrimas….., tu hermano se pondrá bien dijo pero no podrá volver a caminar, el auto le destrozó la espalda. Los tres hermanos se abrazaron fuerte y comenzaron a llorar. Martín sabia que debería dejar la escuela, ahora tendría que trabajar el doble.
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