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Es rojo, mullido, con cuello en "v", de lana y con un patrón ridículo bordado en los brazos. A su novia le encanta y él no tiene idea de como llegó a tenerlo puesto.

Camilo sabía que algo estaba mal. Algo no cuadraba en todo esto y se sentía demasiado incómodo. Todo tipo de alertas recorrían su cerebro, pero no lograba hacer nada para obedecer el impulso de quitárselo de encima.

Habían estado minutos antes tomando un café, cuando había sentido como si su cabeza fuese a estallar por un momento, todo se puso blanco y su despertar fue ver sobre sí mismo este esperpento de color rojo escarlata que le quedaba... divino.

Era imposible que tuviese puesto el sweater rojo que había visto en la vitrina de este almacén hace una semana. Shirley le había dicho que le quedaría "divino" ese color. Camilo respondió algo que pudo ser "no es mi estilo" queriendo decir "sobre mi cadaver", pero creía que ella lo había entendido. Y creía que él mismo jamás entraría en ese almacén de moda.

Pero lo hizo, al igual que compró el sweater, pagó la cuenta de la cena, la invitó a pasar la noche en su apartamento y realizó la serie de acciones que culminaron con la invasión de su apartamento por parte de Shirley.

Fue una semana después de este evento, que Camilo estaba analizándose, deseoso de descubrir que le estaba pasando, y todo lo regresaba al sweater.

Su teoría más aceptada era que la acción de ceder ante lo del sweater había generado una ola de actos irracionales, hasta que terminó completamente doblegado: Estaba sentado en el inodoro, pisando el felpudo tapete rosa que había instalado junto con un "kit de decoración", vestido como una víctima de la moda masculina, con una camisa de color azul pastel, pantalón de pana de color beige claro, medias delgadas de color crema y zapatos de cuero color natural... y naturalmente, el sweater rojo colgaba frente a él. Era un muñeco Ken, pensaba, mientras tocaba su pene como si fuese la cabeza de un animal enfermo y moribundo. Le dijo que todo iba a estar bien, que iban a salir de esta. De algún modo.

Viendo la situación objetivamente, era realmente más desesperada que un problema de vestuario afeminado. Shirley se había apoderado de su apartamento, prácticamente estaba viviendo con él. Sus bragas colgaban de la ducha, sus productos de belleza y pastillas milagrosas ocupaban el interior del gabinete del espejo y había traído al perro.

Le costaba acostumbrarse a la inmunda criatura. No podía soportar la vergüenza que pasaba en cuanto daba un paso fuera de su edificio. Sentía sobre sí las miradas de los extraños, podía escucharlos riéndose de su desgracia, temía volver su rostro para ver los índices que le apuntaban y lo perforaban como disparos, se refugiaba a prisa de ellos en rincones oscuros de los parques, donde aguardaba impaciente que el diminuto monstruo vaciara su vejiga, para que no lo hiciera después en sus parlantes Bose, su computador o su cocina.

Por más que detestara la situación, no veía un modo de librarse. Ella le espera cada noche desnuda y lista para hacer el amor, despierta antes que él y le tiene listo el desayuno y el café. Para cuando está listo para discutir, ha llegado al trabajo con una sonrisa en los labios.

Ahora dormía en posición fetal para no despertar a Shirley, quien tenía un sueño más ligero que el suyo, sufriendo de las más terribles pesadillas: Abría la caja de Pandora y el sweater rojo surgía de su interior, lo abrazaba y lo asfixiaba, hasta que se fundía con su piel y surgía de su interior un hombre distinto, irreconocible y aterrador. El déjà vu de estos malos sueños le llegó una mañana cuando entró al baño antes que ella llegara con el desayuno y vio en su espejo a esta irreconocible persona.

Durante ese nuevo momento de lucidez, que una vez más llegaba a él en su baño, recordaba con terror las nuevas costumbres que había adquirido: salidas por las noches, charlar sobre sentimientos, fines de semana de paseo por los centros comerciales, y tardes enteras de conversar sobre lo que habían hecho durante el día.

Nunca antes en su vida había hablado sobre nada tan seguido, y en este caso ya había tenido sexo con ella antes, no tenía excusa. Escuchó tanto sobre ella y lo que piensa o siente que no hay nada de ella que le pudiese sorprender. Sabe lo suficiente al menos para estar seguro que ella se trae un matrimonio entre manos.

Y que sea lo que sea que esté pasando con él no es un accidente. Así que se enjuaga las manos, decidido a acabar con la farsa en que se ha convertido su vida, pero para cuando está listo para discutir, ha llegado al trabajo con una sonrisa en los labios.

Las lagunas mentales en efecto se habían incrementado desde la compra del sweater. Primero era unos minutos, ahora eran horas enteras.

Una noche, cuando esperaba la llegada de Shirley en un costoso restaurante que ella deseaba conocer, pero el que no lograba saber cuando reservó, descubrió una cajita forrada en terciopelo rojo al interior de su abrigo. Se excusó para ir al baño, donde abrió la cajita para descubrir un diminuto pero elegante anillo de diamantes, que tampoco podía recordar haber comprado. Guardó el anillo, respiró una vez, dos veces y vomitó hasta que no sintió que restara algo en su interior.

Era inminente que le pidiese matrimonio durante una de esas lagunas mentales. Su vida continuaría como una secuencia de humillantes paseos al perro e insulsas conversaciones sentimentales. Sentía que el terror se apoderaba de él, pero se equivocaba.

Temblaba ligeramente, aumentaba su nerviosismo, la tensión corría como un relámpago por todos sus músculos hasta que se detuvo en seco. Corrigió su postura, que lo hizo verse erguido, su lenguaje corporal adquirió un gesto arrogante y se sacudió a sí mismo un poco antes de abotonarse las mangas, meter la camisa y limpiar sus zapatos con un pañuelo que surgió de otro bolsillo de su abrigo. La conversión se completó con una sonrisa que se dibujó en su rostro.

Su yo, el Camilo que siempre había existido fue arrojado violentamente al fondo del cerebro, donde observaba sin remedio las decisiones que ese extraño estaba tomando por él.

Pide educadamente al mesero que traiga la carta, quien a su vez lo atiende con ese esmero que tienen aquellos meseros que saben que habrá una buena propina. Solicita un aperitivo que recomienda el mesero y toma el primer sorbo con delicadeza, a la expectativa de la llegada de Shirley, pero atento a las miradas de las mujeres que también le prestan atención a todos sus movimientos. Esta revelación lo sorprende, a ese Camilo real que se encuentra al fondo.

Cuando ella llega, el doppelganger se muestra cariñoso, como si ella fuese la única mujer para él, pero sabe que no es más que una exhibición, quiere a todas las mujeres que lo observan.

Piden la cena, sin detenerse a leer los precios, pero Camilo lo hace, imaginando fines de semana enteros sin salir por al menos un mes. Y extractos bancarios impagables, muchos extractos.

Suena una conocida canción de pop cuyo título no puede recordar, pero que recuerda que le gusta a ella. Algo le dice que es su canción favorita y que es hora de arrodillarse. Observa con horror que el anillo sale de su caja y que todos los comensales aplauden.

Justo ahí ve directo a sus ojos, que gracias a tres años de relació puede leer como un anuncio puesto sobre una valla gigante en una autopista: Shirley sabe que ese no es él.

Mejor aún, sus ojos le dicen que ella es la responsable directa de todo esto.

Paseó el perro, hizo el amor, pero no durmió. Esperó.

A las 3 a.m. volvió a tomar control de su cuerpo y salió de su habitación con el bolso de ella en la mano.

La variedad de objetos que se pueden hallar al interior de un bolso de mujer es asombrosa, pero no es infinita.
La mayor parte de los objetos debe ser catalogado como "Herramientas de Mantenimiento", es decir, peines, maquillaje, lociones, crema y herramientas metálicas que doblan o arrancan pelos o trozos de piel.

La siguiente porción mencionable es el "Componente Social": Agenda, tarjetas de presentación, memos, celular, gomas de mascar, aspirinas, pastillas anticonceptivas (que no ha tomado desde hace una semana), un par de toallas higiénicas, aplicadores y un paquete sin terminar de cigarrillos.

Lo que queda es lo inclasificable. Si hay alguna respuesta, debe estar aquí, entre la mugre. Dos recibos, frascos de píldoras sin etiqueta, gotas y un sobre cuadrado con caracteres chinos.

Tomó fotos de los recibos, las píldoras y el sobre, que guardó debajo de las revistas que ahora decoraban su mesa de estar. Envió todo por e-mail al único amigo que aún detestaba a su novia, Javier. Era una mala influencia y un vicioso, pero podía confiar en él.

Después, regresó a su habitación a dormir plácidamente, con la esperanza de resolver pronto el misterio de su personalidad dividida.

A las cinco de la tarde de ese día, llevaba puesto el sweater rojo, viendo a Shirley comprar una vajilla nueva para su cocina. Una vez más lo había manipulado. Había pasado todo el día sin recordar una sola de sus acciones. ¿Es algo en el café?¿Las píldoras? Debía ser algo ingerido, o brujería, si resultaba ser lo que estaba en el sobre. Las preguntas latían en su cabeza, pero lo que debía contestar era si prefería platos decorados con flores azules o hiedras rojas.

Javier dijo que los recibos eran de tiendas de shower y agencias de eventos... cosas relacionadas con matrimonios y que eran de hace tres meses. Las pastillas le resultaban familiares, pero no podía decirle nada con seguridad aún. El sobre era de ginseng.

Tres meses. Ella llevaba tres meses conspirando en su contra. Esa noche tampoco logró dormir.

Tomó su desayuno y perdió completamente su conciencia. Cuando despertó, estaba acostado junto a una colega que trabajaba en otro sector de su compañía. Sabía que nunca hubiese podido acercarse a ella por su cuenta porque tenía novia... y porque esta colega estaba buenísima. Y quería decir algo, o mostrar su sorpresa al menos, pero una vez más, él estaba relegado de su propio cuerpo.

Mr. Hyde miró el reloj y con toda calma le susurra al oído que ella tiene que irse porque su novia está por regresar. Dice que no quiere lastimar sus sentimientos.

En vez de entrar en la histeria que Camilo esperaba, ella sonríe, le dice que comprende, se viste, le da un beso de despedida y pide que no olvide llamarla pronto. Fácilmente este monstruo hubiese logrado que ella tendiese la cama y aspirase su alfombra antes de irse. Pronto volvió a recuperar su cuerpo.

Bajo otras circunstancias, si tan sólo hubiese pensado en la infidelidad estaría muerto de miedo, pero esta era una experiencia ajena, así que estaba sereno.

Era otra persona la que había sido infiel, al punto que la satisfacción que lo invadía no estaba relacionada con el sexo, sino con la certeza de que este lado oscuro no entraba en los planes de su novia.

Revisó su celular y había un mensaje de texto de Javier: Tenían que encontrarse pronto. Camilo lo llamó y quedaron de verse en el parque, durante la paseada del perro, al que por lo visto Mr. Hyde había dejado amarrado en el balcón antes de recibir a la visita.

Cuando ella llegó, tuvo la oportunidad de pasear al animalito. Shirley traía juegos de toallas para el baño.

Por primera vez desde la invasión, él era feliz. Se dio el lujo de sentirse orgulloso mientras paseaba al engendro. Le dio un par de patadas en el estómago sin temer las miradas de desaprobación de las personas camino al parque.

Javier lo estaba esperando en el parque. Sacó una linterna con tapa verde y la apuntó a su cara. La encendió y apagó un par de veces.

"Bien, no estás bajo los efectos" dijo, guardando la linterna a continuación. "No me extraña de esa perra malparida, ¿sabes lo que te hizo? Mental eXpress. No puedo decir que podía imaginar que haría algo así, pero esa es una perra loca y te lo había dicho."

Las pastillas fueron el medio después de todo. Un punto extra a favor de la ciencia. Pastillas de modificación de personalidad, adictivas tras uso continuado. Ahora veía la luz. Abrazó a Javier, se guardó las pastillas y le pidió que le consiguiera a alguien para cambiar las cerraduras. Le dio patadas al perro para que se apurara, compró un par de cervezas y regresó al apartamento.

Camilo no sabía nada de los aretes en ese momento, pero sabía que había rabia en el ambiente. Antes de abrir la puerta pudo olerlo. Todo estaba lleno con una niebla de cigarrillo, pero ella podía verse al fondo, sentada en la mesa del comedor.

Después de dar un par de pasos al interior, le arrojaron
un par de aretes en la cara.

"Sé lo que piensas, pero te puedo asegurar que no fui yo."

Su rostro se había transformado en una máscara arrugada y ojerosa, con ojos que le miraban como a un trozo de mierda de perro pegado al zapato. A Camilo le era difícil recordar cuando se había sentido así de bien.

"¿Es eso todo lo que puedes decir?¿Si no fuiste tú entonces quién?"

La frase que siguió fue una que él estuvo ensayando mentalmente desde que estaba en el parque: "Si tú no lo sabes, ¿cómo voy a saberlo yo?" Y después de decirlo, sacó las pastillas del bolsillo y las dejó sobre la mesa, frente a ella. Y la miró con la mirada más dramática que pudo realizar.

Después de eso, caminó a la cocina y abrió su primera cerveza de la noche. Escuchó los pasitos de Shirley acercándose haciendo un tic-tac con sus tacones altos que le daban un toque extra de suspenso.

"Puedo explicarlo todo."

"Claro que puedes, comienza."

Ella llora y habla de sus intenciones y de como él nunca la escucha y bla, bla, bla, que ella de verdad le quería y que patatín, que patatá, que no quería que las cosas terminaran así, y que quería y quería y quería... y Camilo estaba dejando que su lado sensible se dejara convencer hasta que ella dijo "que sólo quería que pudiese pensar como ella necesitaba."

Después de procesar esas palabras en su cerebro por un tiempo total de menos de dos segundos, la arrojó a ella al pasillo y al perro por el balcón. El sweater rojo en cambio sufrió un destino peor que la muerte: lo amarró a la escoba para limpiar el piso.

¿Quién dijo que un hombre no puede tener un final feliz?

Texto agregado el 11-02-2009, y leído por 354 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
03-06-2009 Creo que conozco a alguien que quiso darme esas pildoras... pero temprano me di cuenta. leda66
 
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