Una lágrima de yeso oprime el globo ocular, nublando su pupila y enrojeciendo su mejilla. Rueda por el rostro de porcelana, que el tiempo y la dieta han sabido curtir, dejando un rastro de sangre y de sombras. Josefina la recibe en un frasco de cristal, que cuidadosamente cataloga con nombre, apellido y legajo. Lo deja en una de las esquinas de la mesa redonda, y empieza a escribir la carta.
31 de octubre.
Querido Marcelo.
Perdón, solo te pido perdón, es lo único que me permitirá seguir respirando. El perdón que quiebre mis costillas de bronces, que refractan todos los colores que nunca le pertenecieron, y quebraron las mil y una flechas con las que Cupido, en vano, ha intentado traspasarme.
He sido mariposa de crueldad, que no ha sabido reconocer tus gritos y llantos, que no ha sabido aprehender tu amor y desesperación. Lo se, te partiste en mil pedazos, y no hay pero que cure tres años de engaño, de no-memoria y de nunca-olvido.
Mis labios y los tuyos se han hecho rosas marchitas, rociado con perfume afrodisíaco. Se han vuelto durazno inmaduro, con un triste tinte anaranjado, que oculta su agrio sabor.
Nuestras ilusiones son fantasmas sin cajón ni paraíso. Vagan en vano entre puertas cerradas. Tropiezan sin tener pies, se golpean sin tener moretones, se enamoran sin tener corazón.
Te pusiste anteojos de carey, color ojeras sin sueños. Te compraste un celular, que solo recibe llamadas perdidas. Viste cien veces la misma película, solo para conseguir no llorar por el final. Obtuviste escaleras, para nunca subirlas, para aprender que no siempre se crece. Caíste en mi telaraña sin que yo la haya tejido aún. Has muerto. Resucitaste, para morir una vez más. Te hiciste lagarto, para no necesitar más que el sol para recibir calor.
Te decepcione, te aplaste, te robe la tercera dimensión. Las disculpas se hacen de aire en tus oídos, que apagados, deciden sumergirse en su silencio eterno. Se lo que sientes, reconozco mis errores, mis fatalidades.
No podré ser tus estrellas, ni tu luna. Mi brillo extinto solo produce las sombras en tus caminos de espinas, te opaca la vista, te acrecienta los obstáculos.
Las puertas son para ser cerradas, y la llave que abre la nuestra, debe ser lanzada al vacío, para que nunca logre tocar fondo. Líneas de harina han besado tus orificios nasales, litros ebrios secaron tu garganta ensangrentada. Sin embargo, lo se, nada logró robarte los recuerdos bajo la almohada
Te comento, y recomiendo, que cambiaré de teléfono, de dirección, de pasado y de futuro. No sabrás, ni querrás, encontrarme.
Tu reloj sabrá derretir tus llantos, como supo, anteriormente, ahogar tus llamas. El tiempo es sabio y poderoso, podrá sostenerte y empujarte hacia el porvenir.
Solo me queda regalarte mi sinceridad, y esperar, a cambio, solo redención.
Siempre Tuya:
Josefina.
El índice, en conjunto con el pulgar, toma la carta. Lo enrollan cual papiro. Lo inserta en el frasco de la esquina de la mesa redonda.
Ella derrama una gota de yeso más, solo para ocupar lugar. Toma la tapa de plástico, lo enrosca en el vidrio. Lo guarda, junto a veintisiete contenedores similares, en el freezer de la cocina.
Otra lágrima de yeso le oprime el globo ocular, nublando su pupila y enrojeciendo su mejilla. Lija el rostro de porcelana, que el tiempo y la dieta han sabido curtir, dejando un rastro de sangre y de sombras. La recibe en otro frasco de cristal, que cuidadosamente cataloga, como hizo con su predecesora, con nombre, apellido y legajo. Lo deja en una de las esquinas de la mesa redonda, y empieza a escribir una nueva carta.
1 de Noviembre.
Querido Ricardo.
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