Lucila gimotea en su post-preludio de fantochada. Repara las rotas, levanta las caídas, tira las no sirven, acomoda las desorganizadas. Hojarascas de pañuelos giran buscando un porvenir desde un pasado entre narices y ojos en continuas cataratas. Veo los zapatos que él le regaló, ella también los ve. Veo los zapatos crecer hacia mi dirección. Mis lágrimas de plata y vidrio muerden el polvo, desquebrajando cada una de sus partes inconexas de hoy y para siempre. Mis fragmentos de realidad serán olvidados en el basurero municipal y no seré más que una maldición de siete años.
Sigo en esta especie de espacio sideral sin contacto a tierra. Entre nubes de almohadas mojadas de lágrimas, que quieren ser amor y no quieren ser cobardes; que quiere desnudarse y mantener la máscara en el mismo lugar por los siglos de los años. Golpeada con los patéticos sentires de Marianita hacia la arrogancia en su estado más puro. Tener que conocer de antemano la catástrofe emocional en el próximo mes y ese cuore que no termina jamás de reventarme los tímpanos. Son cien toneladas de cemento frío y áspero sostenida en una espalda con la superficie más pequeña, elevando a la cuarta potencia la presión ejercida en cada punto infinitesimal. La cabeza revienta, el estomago vomita, Quimey saludándome en cada esquina vacía. Es insoportable.
En fin, Marianita se retira para encontrarse con ese atorrante, mis lágrimas son libres de expresarse.
Tocaron la puerta, qué se olvidó ésta loca. Castigo mis últimos pañuelos en lágrimas, no hay nadie en casa, responsabilidad de abrir, maldita responsabilidad, como la detesto.
Llega el momento verdadero llega el momento, donde se contrapone la realidad se contrapone de modo intolerable a mis percepciones y me influye en un estadio casi pleno, donde la otra persona no es más el otro, sino un yo que refracta su actuar refracta en mi movimiento: las vallas en el camino, pugna de voluntades, choque de poderes, inmortal dialéctica de personalidades en guerras inmortales de existencia de río quefluyeentrepasionesamontonadasenunaseguidilladenadasquequierenestar, sólo estar.
Abro la puerta, y todo se vuelve oscura tempestad de provocaciones en llamaradas que carcomen los segundos en explosiones múltiples. Quimey entra con el impulso de la puerta, me toma de las caderas derretidas, y su lengua perfora mi boca, estrangula mi garganta. Su pierna izquierda golpea la puerta con una sensibilidad de poeta, y la duda de que si quedó cerrada o no me dura más que un parpadeo de ojos cerrados.
No entiendo, ni lo quiero hacer: La razón, la racionalización se fue a dar un paseo y todo es una ilusión, todo es magia. Sin darme cuenta empecé a perder mi ropa. No lo decidía, ocurría fatalmente. Pulsiones animales atolondraban mi pecho, ser mujer era la meta a posteriori, nunca meditada: la voluntad nunca estuvo; o por lo menos no era consciente. Actuamos y luego pensamos: pensé en mis ropas cuando las tuve que buscar para vestirme, pensé en Quimey cuando se fue, pensé en lo que estábamos haciendo al despertar el otro día, pensé en las consecuencias cuando derribaron mi ventana. El camisón toma vuelo y todas mis desnudez aparecen en los ojos en lagrimados de él; su tez suave, perfecta espuma de mar sin sal y con sal. El cierre relámpago se desliza delicadamente a pulso constante. La liga se enrolla en sí misma; los botones se pelean violentamente, partiendo al hombre a la mitad: por un lado la tela, por el otro la carne; por un lado yo, por otro él; por un lado ella, por el otro yo.
Besa mi bocagargantapechosabdomen. Besa mis besos y yo beso sus piernas. Lo blanco del vientre, del ombligo blando que se derrite en mi boca humedecida. Sus piernas depiladas se deslizan por mi lengua. El metálico sabor de la perla que gime, que canta, que grita, que asusta, que brilla, que revienta. Todo se vuelve puro, todo se justifica. Él allí, yo acá arriba, yo acá abajo, yo en toda la habitación, en total soledad, una masturbación acompañada. El blanco, blanco perfectamente claro, dos blancos, blancos acompañados, muerdo la madera, hay un gritó que nunca escucharé: Él no soporta, yo juego, yo manipuleo, empleo manos, dientes, lenguas, labios, uñas y movimiento, y el blanco siempre ahí. Sus piernas se desfloran y sienten dolor. Cuestión de espacio. La sensibilidad de una pupila que recibe con brazos abiertos/cerrados los alfileres. Todo placer es necesario para sentir dolor, para disfrutarlo, para morderlo, matarlo, comerlo. Luego de escalar por diecisiete minutos de vértigo, caigo en pocos segundos y no paro, no paro de caer, sigo a una velocidad infinita, que se deprecia por la fricción nula, pero que acabará segundos antes del jamás. Él muere derribado sobre mí, y no me alcanzan las bocas, todas las que tengo, para repartir los besos que lo abofetean simultáneamente, moretones de por medio; no se deja vencer, pero este round no se acabará hasta que no comience el próximo.
Giro ciento ochenta grados, me sostiene con fuerza y ejerce presión, grito como no he gritado desde niña. Mis senos estallan por los dedos duros que los perforan. Mi hombro se atraca en los colmillos y sangran. Mi espalda reposa en su pecho. Rojo transparente agudo blanco salado rosa naranja. Penetro su piel que se tiñe. La almohada no resiste la contienda y llueven plumas, llueve ardor, llueve, y se precipitan sobre mi cama las infinitas lluvias, sus caras, sus carnes, sus voces, sus blancos... después… comer… desahogo.
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Por fin el sudor de Myqui sembró sus frutos y la puerta, tímidamente, como quien no quiere la cosa, se fue abriendo; al permitir el triunfo y el ingreso del intruso de turno, a la habitación que celosamente protegía. Era de un brillante color oro, que como metal, donaba un cálido ambiente a su compañero de cuarto; y por la mañana, el sol daba a su piel un brillo bronceado y tenue que atraía los abrazos de infinitas mariposas: aunque queme, siempre queremos lamer las llamas.
La habitación era cómoda. Las paredes envueltas de colchas, forradas de seda. Se podía ver una mesa sosteniendo un mantel; un mantel bajo un florero; un florero rodeando un ramo de rosas; un ramo de rosas que rociaban su perfume en la habitación; un rocío de perfume que ingresaba en la nariz de Myqui junto con el aire que producía un ramo de rosas, rodeado de un florero, sobre un mantel, sostenido con una mesa. En un rincón, un cardume de higos se disfrazaba de pintura de naturaleza muerta. El techo estaba revestido de parlantes funcionando a energía solar, para no dañar el ecosistema aquí existente, por los que se escuchaban constantemente la quinta de Ludwig van Beethoven. Myqui no entendía mucho de música, pero la gente decía que era bonito y, para no desconfiar, les creyó; sin contar aún con la seguridad brindada por el guardia de la puerta. Por más que lo intentara, tampoco vamos a decir que intento intentarlo, no le encontraba ningún defecto a ese edén. Desde las alturas de la habitación, admiraba a todos los seres que dormitaban bajo sus pies. En ese lugar se respiraba un aire superior: era como estar un escalón encima en la escalera evolutiva. Todos envidiaban su altura. El pueblo se sentía pisoteado por el afortunado hombre.
Las mañanas se decidieron a avanzar incansable, casi imperceptiblemente, entre estas distintas orgías sensoriales. Sin embargo, las noches pasaban con esfuerzo. El oro se volvía frío y oscuro. Sirvientas retiraban las colchas para lavarles y poder así estar limpias para el otro día. Las rosas, como todas las plantas a la noche, le extinguía el oxigeno a cambio de del dióxido de carbono que, almacenado, le sobraba. Los parlantes silenciaban con la ausencia de los rayos de sol. Los higos le eran inapetecible a Myqui, que ya estaba empachado de comerlos todo lo que pasó del día. Lo único que le quedaba era ese guardia de la puerta, que permanecía en su lugar para ver de forma indiferente el llanto de su protegido.
La helada recorría toda su espina dorsal en innumerables oportunidades. Los segundos eran minutos y las horas años. El tiempo no quería acabar jamás y la luna cual hiena burlona, no quería morir para reírse eternamente de la desgracias ajenas. Amaneceres hermosos y ocasos que comprimían el pecho.
Era insostenible, la decisión devenía inexorablemente, por las noches, Myqui iba salir a dar una güelta por el barrio.
Como siempre hay un pero a sobreponerse, y nuevamente, llevaba el mote de guardia. Este individuo informaba que se le pagaba por la seguridad plena del inquilino y no abandonar jamás su puesto. Así es que, si Myqui se retiraba, el guardia no podía hacerse responsable de él, y este era muy puntilloso respecto a sus compromisos. No por justos se correspondía con el mutuo acuerdo.
Sublimes segundos matinales de gozo e insufribles semanas nocturnas de anhelos de libertad se sucedían con cada rotación del mundo. Una voz en la cabeza de Myqui que repiqueteaba, “cada lujo merece su precio”.
Como era predecible, ni el infinito dura para siempre. La rutina de las rosas repetidas. La rutina de los brillos de oro repetidos. La rutina de las caricias de seda repetidas. La misma música una, y otra, y otra, y otra vez.
Los fogones se hicieron extrañar junto a los días en la plaza, los jazmines de lechosa blancura, la misa de Patricio Rey, el pogo más grande del mundo, los ríos, los mares.
Myqui soñó con lluvias veraniegas, gotas de esperma caían del cielo, esparciéndose por una calesita en movimiento. Esta dulce imagen se amarga al encontrarla del otro lado de la ventana. Barrotes se amontonaban al por mayor. Una pared con el letrero “Permuto calzado por plumas de alas cerradas”. Cómodas jaulas lo rodeaban con forma de billetes, de cruz, de albañil, de corazón, de bandera, de libro, de constitución, de pulmón. Como dicen: la variedad hace al gusto y la costumbre mata la sorpresa. La libre libertad moría en detrimento de la segura seguridad. Myqui era aún muy joven, el más joven y veía el volar como la primera máxima: no iba a dejar que le chupen su juventud. Era menester el actuar del muchacho, no sólo para su bien, sino para todos los de su clase. Actuar es lo que mejor le enseñó la vida y actuar para vivir es lo que hará. Dormirse en la inercia de los laureles es algo que no perdurará entre sus ideas.
Las sirvientas vendrán, como cada noche, a llevarse las colchas, sin antes recibir un tiroteo de higos desde el fuerte “El Bello”. El guardia no se haría esperar para aparecer en escena, será ese el instante donde un jarrón se convertirá en escombros sobre su cabeza. La ironía del daño necesario que toda libertad acompaña.
Ninguna situación pudo semejarse tanto a lo planeado, y antes que se diera cuenta, un muchacho salía corriendo, en dirección opuesta a la puerta, con un par de palabras en la cabeza; ALGÚN DÍA DE ESTOS… VOLVERÉ
Sonrío… de excremento. Sonrío una sonrisa oscura entre nieblas sonrío de excremento mientras el conductor… el chofer… me apura a pagar me apura.
-Por favor el boleto.
Pero la sonrisa sigue ahí sigue... no se atreve a morir no se atreve... la muerte es algo que nunca pudo superar... algo tan lejano que muestra el final de nuestros pensamientos y sentimientos no puede ser observado con total continuidad...
-Por favor joven, el boleto.
No sé qué me pasa... mira, ahí está Caracruz...Yo... el Zurdo... todos mirándome todos impacientes que pague... y mi sonrisa que dice - no todavía, dejame un respiro más, sólo uno solo - ...se lo di... pero pidió otro último respiro... y otro... y otro.
Dije basta... no puedo dejarme vencer por una estúpida sonrisa no puedo dejar vencerme... la gente espera que entregue el boleto y eso debo de hacer... qué es esto de hacerme esperar por una estúpida sonrisa hacerme esperar... el deber es el deber y uno debe de acatarlo… –atacarlo-... así fue como el boleto cayó lentamente de mi mano a la mano del chofer enfurecido e impaciente, aplastando para siempre la vida de mi sonrisa; aplastando los recuerdos y proyectos: matando por fin el presente tan adverso
Retiré el fragmento de boleto que me correspondía... nada fue el mismo.
Abro el ojo izquierdo que quiero despertar: cuánto hace que estoy aquí, tirado en esta nada. Sigue allí, aunque con un presente en ruinas, el bermellón con trampolín azul en el lienzo.
Todo está en escombros, la blanco cabeza da vueltas, sonrío y pienso por donde estará el Vicente. Me siento en la silla de madera. Que suave madera, blanca madera, nunca supe el sabor de la madera, y este Zurdo que no aparece, pero la madera, ¿tendrá hora?, la hora, tengo que regar las plantas de Vicente, ¿qué hora son?, son la una, o es la una, o nunca fue la una, la una, o el una, o la luna y todo comienza de nuevo, a pesar de ser totalmente nuevo…
Es una armonía que va creciendo cronométricamente, de menor a mayor, aunque se hace cada vez más pequeña. Se va encerrando sobre sí misma, va implosionando. El movimiento de las agujas dinamiza la calma, haciendo temblar todos los fósiles. El pulso del reloj en la pared disminuye paulatinamente de después velocidad con un movimiento rectilíneo variablemente uniforme; mientras se intensifica, aumentan sus vibraciones. Se hace más grave y sigilosa.
Estoy comiendo, tengo muchas ganas de comer. No quiero ni alimentarme, ni saborear olores, ni saciar mi hambre. Me conformo con comer. He retado a duelo al estomago del cerebro y no habrá revancha.
Los parpados pesan toneladas, pero es un ejercicio el mismo hecho comer de mantenerlos cerrados. Me duelen los ojos. Me duele detrás de los ojos, y delante de todo lo que veo. Para mirar lo que está detrás del cuadro que crea mi mente, que suele estar invertido, debo dilatar los músculos que se encuentran atrás de mis ojos y delante de la imagen que lo enfrenta. Luego debo contraerlos, hacerlos uno, hasta que se produzcan los calambres del caso. Es una especie de onda cíclica que va carcomiendo todo mi entorno sensitivo; el cuadro, la comida, los olores que se confunde con los sabores, el sonido que se confunde con el silencio, los relojes y el mar. El sonido de las agujas es tan grave y lento que hace horas deje de percibirlo, y eso que solamente pasaron un par de segundos.
Un instante de quietud, todo se paraliza, se mantiene suspendido, se esteriliza y se fecunda como el más grande de los sementales del certamen.
Se apaga…
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Era una alondra revoloteando casi sin juicio, buscando aquel rowan en el cual apoyarse por lo que le queda de eternidad. La brisa cantaba entre sus alas y venas abiertas, respirando sobre su libertad amplia y a la expectativa. Las intromisiones colectivas dormitaban a esta hora. La presión atmosférica disminuía, indirectamente proporcional a la altura alcanzada. El viento, señor gobierno, dirigía las vicisitudes del caso. El rowan más alto la esperaba, junto a la felicidad perpetua. Hasta que despertó.
Despertó en plena soledad, soledad pura de otoño sin consciencia. No percibía lo que la rodeaba en ese momento, tranquila por la noche plena. Abre los ojos lentamente para no sorprender a nadie, pero no había nadie a quien sorprender. Sola de armonía escuchaba sollozando del otro lado de la pared un llanto femenino. Una sonrisa triste se colaba entre sus labios. Una sonrisa tan Quimey que lo recuerda desaparecido de la cama. Mira en todo el cuarto y que sigue desaparecido la madre que lo parió. Se levanta, mira en redondo para abrir la puerta y no ver más mensajes que las lágrimas de Marianita que poco le interesa. Cierra la madera contra el marco de la puerta. El miedo la tiene hasta la corinilla, pero la preocupación la supera e incita a continuar la búsqueda. Penetra por el baño y el impacto gris la suspende en el tiempo de la carta pegada al espejo.
ASÍ FUNCIONA EL AMOR PLATÓNICO FUNCIONA ASÍ: SIN CONTACTO, SIN ACLARACIONES, CON UNA SOBREDOSIS DE INCERTIDUMBRE UNA SOBREDOSIS; DE DESQUISIDADES. TODOS LOS FERMENTOS ESTÁN EN SU MEDIDA JUSTA ESTÁN, EN SALOMÓNICO EQUILIBRIO. ES UN ALMA EN UN ESTADO DE PUREZA TAL QUE ES CAPAZ DE PARTIR UNA HOJA DE PAPEL ES CAPAZ DE PARTIR POR UNA DE SUS ARISTAS HASTA LLEGAR A LA QUE LA CONTRAPONE. NO SE CARACTERIZA ESTE TIPO DE AMOR NO SE CARACTERIZA POR SU IMPOSIBILIDAD, SINO, POR SU CAPACIDAD DE SER POSIBLE, DE CONCRETARSE SIN QUE UNA DE LAS PARTES SE DÉ POR ALUDIDA. ES UN AMOR UNILATERAL. POR ESO SIEMPRE ES CORRESPONDIDO SIEMPRE ES. ES COMER EL AMOR PLATÓNICO ES COMER. NO EXISTE EL PLACER DE LA INTERACCIÓN CORPÓREA NO EXISTE. NI LA SEGURIDAD DEL AMOR CORRESPONDIDO. ES MÁS; HAY TENSIÓN. EL SUELO ES DE HIELO EL SUELO ES, Y QUEDARON PERDIDO EN LA MEMORIA MÁS LEJANA QUEDARON LAS ENSEÑANZAS DE LA ÚLTIMA EXPERIENCIA. EL SUSODICHO QUE POSEA LA VIRTUD DE SER EL AMOR PLATÓNICO SE CONVIERTE EN UN INSTANTE EN DIOS SE CONVIERTE, CARENCIADO DE PECADOS, DE VICIOS, CON TODAS LAS VIRTUDES Y OMNIPRESENCIAS QUE SE TE OCURRAN. SIN EMBARGO, CUANDO EL AMOR ES CORRESPONDIDO EL AMOR: EL ILUSIONISTA MUESTRA LA INGENIERÍA TRAS EL SOMBRERO MUESTRA, Y A FREÍR PATATAS SE VA LA MAGIA A FREÍR. POR ESO SUEÑO CON TU VOZ SUEÑO CUANDO “TUS PIERNAS CADA VEZ MÁS ALTAS DICEN QUE NO PUEDO VOLVER ATRÁS” AUNQUE “LA CIUDAD SE NOS MEA DE RISA, NENA”. DEL SUFRIR DEBO VIVIR Y A SUFRIR HE DE IR HOY, PORQUE SUFRIENDO SE APREHENDE EL PLACER MÁS PURO. NOS VEMOS HERMOSA NOS VEMOS. TE AMARÉ SIN OJOS.
Me visto y salgo de la habitación agitada. Marianita empapada en lágrimas relata lo que sucedió desapareciendo mi cabeza, mi futuro, mi todo. Quimey acababa de colgar avisando que se iría, que se les dio una beca con el Zurdo y que marcharían al extranjero; que el mundo se venía abajo, que se iba a matar. Pálida empecé a llorar sin lágrimas y a gritar sin emitir ningún sonido. Tengo que ser fuerte, sostener a la Marianita, debo de continuar, debo aprender, debo…
Abro los ojos que blanco jamás se cerraron.
Me acostumbró comer a la verdad para alimentarme.
Sobrevivo.
Vicente no llega.
Tengo hambre.
Como todo buen sobreviviente tengo hambre, pero también tengo sueño y tengo que regar las plantas. Jazmines en después el patio, cereales en la mesa, almohada en la cama. El doctor Difunto entra por la puerta. La almohada sigue en la cama. Yo sigo en la almohada. Cama sigue en mí. La aguja perfora la vena. La cama es mí.
negro
P.D.:No hay capítulo IV, así que lo que sigue es un intervalo y el Capítulo V
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