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La banqueta me sirve de asiento junto a la mesa. Corriéndola alcanzo el tragaluz Al subirme, llego a su parte inferior. Veo alguna estrella; un astro. La basura que gira alrededor de la tierra. Falsa o verdadera la luz debe venir del exterior. La mía ya no alumbra. Perdí la capacidad de engendrarla. No llego a ver el suelo; ya lo conozco. Mejor olvidar. Desconocer, por ejemplo, que fui concebido bajo la cola del dragón y la Osa Mayor. Sin mayores detalles. Sin preguntar en el orfanato cuál de las estrellas era mi madre. Qué astro mi padre.
Solamente entra un rayo de Sol en invierno. Ese día lo anoto en la pared; mi calendario particular.
La comida viene a veces con atraso. Giro la cabeza. Abandono la pared para ver debajo de la puerta. Nada. ¿Se olvidaron? Solamente gritos desde afuera. A veces con el tono de los aullidos de lobos. Me tapo los oídos para no oírlos. Paula no gritó. Mansa como un cordero.



A través de una pequeña ventana, con reja en la puerta, visitaba a mi hermano. Lo llamaba y tardaba en venir. Miraba la pared, la gran pared de ladrillos, el monótono muro de ladrillos rojos; raídos, casi sin aristas. Ni una palabra, sólo escuchaba. Entonces fatigado por la falta de respuestas, me retiraba. A veces hablaba con el doctor, otras con el abogado. Sin novedad. Medicación: la de siempre. Escritos: los de siempre.
El horizonte cotidiano se le había borrado: lo suplantaba la pared. Como la piedra de Bretón hablaba aún en el silencio. Le transmitía fuerzas sutiles, energía. Había echado por la borda todos los valores preconcebidos. De vez en cuando una mirada por el tragaluz para cerciorarse del movimiento de la Tierra. Temor a que se detuviera para volver a recordar lo apenas olvidado. El cuchillo sobre la garganta de Paula.





Vea Señor, su relato conduce a esa conclusión. Vivió siempre en un infierno moral. Cualquier ser humano sano, si realiza una mala acción, se arrepiente de ella desde el fondo de su alma. Él no quiere pagar el precio del remordimiento. Reclama el derecho del justiciero. Crueldad, violencia, paroxismo. No podemos interpretar esos horrores, sino apenas una equilibrada exhibición. Todos ellos fueron personajes de la literatura o de crónicas. Otelo, Tito Andrónico, Jack, Manson, Hannibal. Todos insanos por compulsión. La razón no lo puede resolver. Se deshacen cruelmente de la casa del hombre que es la mujer, para regresar a su soledad. El cuchillo en la garganta de Paula era su objetivo.


Pregunto a la pared cuál es el único destino inevitable. Sólo ella lo sabe responder: la muerte. Yo lo intuía, cedí a ser Dios. Ahora estoy convencido de la total certidumbre de ese tránsito.
De esa manera eliminé de mi mente el reproche. Para ella era su hado, su sino. Yo fui el ejecutor del fatal desenlace. Era un hecho ineluctable. Tal como lo fue su traición, su infame engaño. La pared me despojó de la incertidumbre. A pesar de estar encerrado en este cuarto me siento libre. Su muerte no fue para nada una venganza a su perjurio, fue su irrevocable conclusión. Con ese fin, cuántas cosas murieron. Múltiples deseos, incontables sospechas de infidelidad. Suma de apetitos, cantidad de aprensiones.
Cuando maté a Paula se produjo su liberación. Fui el designado a perpetrarla. Me lo confesó la pared.




Texto agregado el 10-02-2009, y leído por 49 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
10-02-2009 Deja el paco porq te van a empezar a hablar los arboles y los ligustrines!!!! Malizzia
 
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