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Inicio / Cuenteros Locales / ClementinaLaMandarina / \"Que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena\".

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Después de varias lágrimas y dos estrellas fugaces di el primer paso, me dije a mi misma: -no te vas a acobardar-. Siempre me lo dije en ese tipo de ocasiones y nunca seguí mi propio consejo; dos o tres pasos después cuando oí que decía -ahí viene- con ganas de que no me diera cuenta de la discusión abierta acerca de mi "no tan mágica" situación, quise detenerme y gritarle: -¿No te das cuenta que lo que tratas de justificar no debe sino argumentarse? Cállate, no tienes la razón; me hiciste perder 352 días y 10000 besos... no sabes ver más allá de tu propia nariz!!!-

Pero callé, rogando que los gritos que me salían del pecho fueran disimulados por el rock ochentero que estaba acabando con las paredes de la habitación. Había más oscuridad en su cuerpo de la que pude ver antes, sus ojos otra vez escapaban de los míos... no me sorprendió, siempre me vio más clara a través de sus manos, y las veces que no las utilizó fueron el peso para estar de nuevo en ese momento perturbador. Entré cargando las mil palabras sin sentido que tuve que aguantarle pero sin arrastrar los zapatos; mientras rogaba con todas las fuerzas que tomara mi mano hice la revisión estúpida del dinero para continuar con mi deseada fuga. Aún no se si para darle tiempo de detenerme o para darme valor de seguir.

Lo vi cobijado en la queja sin ganas de acto, como en nuestras conversaciones, solo que está vez se quejaba de mí; con la estupidez de quien decide que todo está perdido, sin ganas de cambiar su escurrida posición en la silla y con la cabeza gacha que ponen los perros cuando saben que no se comportaron como debían. Quise hacer algo que lo sacudiera y de paso le mostrara todo el amor que se estaba escapando por mis tobillos, que se quedaba regado en el piso a medida que avanzaba, así como las huellas en la arena que hay que ver en el momento oportuno, porque después se desvanecen. Pero no tuve la fuerza, la lucha ya no era mía. Un par de besos sin ganas y seguí adelante; escuché que de pronto me pasaba algo... escuché indiferencia.

Caminé acompañada por el halo de frío que disfruto en ocasiones menos tristes. Escuché su risa, intocable como siempre, y me sentí humillada. No iba a pasar nada más, ahí se quedaba para empezar a cicatrizar, pera contarse siendo parte de la interminable lista de amores desgraciados. Está era una de esas veces en las que nos toca aceptar la derrota sin apelaciones; pero tenía muchos más sueños cortados de tajo... una niña nacida muerta y lágrimas en el cuello.

Finalmente me pregunté si habría valido la pena ser cobarde, regresarme y tenerlo junto a mí unos cuantos segundos más antes de la próxima hecatombe. Siempre marcó el compás de la marcha. El precio por mi valentía era muy alto, pero necesario; yo estaba en juego, en todo mi esplendor de tragicomedia, apostando doble o nada a que en cualquier momento iba a encontrarme a mi misma sentada a un lado de la carretera para ser de nuevo la persona fuerte que se había ausentado.

Texto agregado el 10-02-2009, y leído por 211 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
19-05-2010 Me gustó malaya
09-03-2009 Buen texto, bien contado y con un fondo sicológico que hace reflexionar. margarita-zamudio
11-02-2009 Me ha encantado tu texto, has plasmado de forma maravillosa un momento de despedida con los sentimientos que produce****** JAGOMEZ
11-02-2009 Muy sentido, te hace vivir el momento, te lleva a la tensión, te habla de la sinceridad, me gusta mucho y lo sabes... mandarina Macjoey
11-02-2009 dramático texto. marxtuein
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