Tenía las manos negras y las unas sucias (parte II)
(León, España)
El sol de junio convierte los campos de Castilla y León en un cementerio de arbustos y abrojos, caminos polvorientos y treintaiocho grados centígrados de un calor infernal. El ayuntamiento de León ha movido este ano a los feriantes itinerantes, ahora todos los puestos ambulantes estarán ubicados alrededor de la plaza de toros, situada a un extremo de la ciudad y al lado de la carretera, separada del resto de la ciudad por el rio Bernesga y varios puentes, siendo el más importante el de San Marcos.
El calor es infernal, estacionados a lo largo de la avenida están las furgonetas de los feriantes, como escarabajos a l sol en la ribera, las furgonetas son verdaderas casas rodantes, además de la mercadería acogen los pertrechos de los feriantes, armazones de fierro y telas para los puestos y camas improvisadas. Los feriantes son el crisol de la inmigración en España, hay peruanos mestizos, indios ecuatorianos Otavalos, de largas cabelleras negras atadas en coletas, gitanos, rumanos, argentinos, rusos y africanos, sobre todo hay muchísimos africanos.
Los africanos son un verdadero enjambre, una colmena que acampa en tiendas, autos y en sus puestos, los más pobres duermen en cualquier rincón o atrás de otras tiendas en bolsas de dormir improvisadas. A diferencia de todos nosotros, los africanos son desenvueltos y cuando el sol arrecia sacan hacia afuera sus colchones y mantas sestean en plena calle, bajo un árbol y quizá bajo tu propio puesto, de la manera más fresca y casual.
A la hora de comer se reúnen en un círculo, los hombres sentados en cuclillas, sus mujeres han preparado una inmensa batea, tienen al costado un recipiente de agua con el que se mojan manos y pies, y luego atacan alegremente la bandeja circular de alimentos, que es básicamente arroz guisado con pimientos fuertes, mandioca, berenjenas y algún pescado o carne. Comen con las manos, hacen una bola pegajosa con todo moldeándolo entre sus dedos negrísimos y largos de los que lamen los residuos con delectación para luego volver a tocar la batea donde comen todos.
He estado observándoles desde el puesto de enfrente, junto a su puesto han improvisado una tienducha estrecha en la que tienen una cocina y un gran batan, todo el puesto tiene un hedor intenso a pimientos y aceite, a comida grasosa y ha sudor de cuerpos, pienso que debido ha ese hedor mas gente no entra a comprar las artesanías africanas que venden, yo entre a curiosear una vez en su puesto y me dieron arcadas.
Entonces ellos me miran y me invitan corteses y casuales a compartir su comida, yo voy, me enjuago las manos en el agua turbia y me siento en cuclillas y meto las manos resueltos en la gran batea. Sabe bien, tal vez demasiado aceite y picante, pero el arroz fieramente sazonado sabe bien.
A instancias y protestas de los feriantes, las autoridades del ayuntamiento de León nos ha concedido un baño portátil, los feriantes de León son varios cientos sin contar a los vendedores informales que venden sin permiso municipal y se confunden entre los puestos corriendo constantemente de la policía municipal. Al costado de la plaza han instalado una gran feria de atracciones regentada por gitanos, además hay miles de personas, todo el pueblo de León transita por nuestros puestos.
A mí el almuerzo pesado y picante me lleva urgentemente al baño, a ese único baño portátil de la feria, 4 por 4 metros con dos letrinas, un grifo de agua y dos duchas estrechísimas, agua estancada chorrea de las comisuras y la puerta, la poca privacidad, la estrechez amplifican los ruidos y los estertores de los defecantes, sus largos pies negros sobresalen debajo de las portezuelas, al compas de esta música infame, una señora de larga trenza renegrida lava calzones en el grifo de agua y dos pequeños ecuatorianos toman sendas duchas cantando boleros, yo llevo un periódico doblado bajo el brazo, y yo mismo estoy doblado tratando de ajustar mis esfínter, hay una larga cola para entrar y yo soy el numero dieciséis…
Vomito bilioso.
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