No sé si alguna vez han tenido la necesidad de escribir. A mí me pasa a menudo. Es como si todas aquellas cosas que llevo dentro de mí me pidieran salir, ser contadas así nadie las escuche, ser descritas así nadie las lea. Y así fue como nació esta historia, este cuento en el que inevitablemente soy yo el protagonista, este breve relato en el que expongo lo que alguna vez sentí, en el que me muestro como fui en alguna otra época y en el que enseño quien soy yo ahora. Este cuento está dedicado a todos y cada uno de los soñadores que se han atrevido con idealizarse a si mismos, a todos aquellos que alguna vez se han sentido solos.
La luz empezaba a filtrarse por aquel pequeño y casi imperceptible espacio entre la cortina y la ventana. Ya era de de día y no deseaba levantarme. No sé si era cansancio, fatiga o que sencillamente me estaba enfermando pero me sentía tan débil, tan incapaz de levantarme, como si mis fuerzas me hubiesen abandonado, como si mi propio espíritu hubiese partido durante la noche dejando tan solo un cuerpo moribundo. Miré el reloj. Contemplé como el segundero avanzaba, como los minutos pasaban, como el tiempo a mí alrededor transcurría y yo ahí, inmóvil, viviendo aquel instante como una larga y a la vez constante agonía porque ella ya no estaba. Sabía que debía levantarme, porque más allá de las cuatro paredes en torno mío, existe todo un mundo que por nadie da espera. Sin embargo, hoy tendría que continuar sin mí. La voz amorosa de mamá tras la puerta indicaba lo tarde que ya se me había hecho para afrontar otro monótono día. Abrió un poco la puerta, contempló mi demacrado aspecto y al comprender que necesitaba estar solo la volvió a cerrar. Me senté sobre la cama sin dejar aún las cobijas y empecé a mirar en torno mío. A pesar de que este era mi ambiente, me sentía como un extraño al que le faltaba todo, pero a la vez nada. Entonces mis ojos se posaran sobre el portarretratos (como si Alguien mucho más fuerte que yo así lo deseara), encontrando en ese diminuto rectángulo de color marrón la silueta de una hermosa niña abrazando a un hombre quien ahora anhelaba el que esa foto nunca se hubiese tomado. Como pude me incorporé, estiré mi brazo derecho tanto como me fue posible y alcancé aquel maldito objeto que ahora me atormentaba. Y entonces recordé aquel día. Su obsesivo gusto por caminar sin rumbo fijo nos había llevado a una pequeña plaza del centro de la ciudad en donde nos esperaban una sucia fuente sin agua, unas pequeñas bancas en donde yacían juramentos de otros de amor eterno, nombres de desconocidos y arengas en contra de un gobierno pasado, un joven de aproximadamente 20 años tumbado en una de las esquinas vendiendo pulseras, anillos y collares y un anciano sosteniendo una vieja y deteriorada cámara de fotos, de aquellas en blanco y negro. Al vernos, se acercó a nosotros, se retiró el viejo sombrero que lo protegía del inclemente sol, nos saludó, y luego de manera amable ofreció sus servicios. Al día siguiente recogimos los retratos. Una copia para ella, una copia para mí. Recuerdo que se quedó mirándola durante largo tiempo, tanto que llegué a pensar que no le había gustado. Al notar que la observaba, retiró la foto de su vista y luego se quedó mirándome, con esa manera tan dulce y tan maravillosa que únicamente ella podía hacer. Me abrazó y mientras sus delicadas manos jugaban con mi espalda repetía una y otra vez: Te quiero, te quiero, te quiero… hasta que sus voz y el silencio se convirtieron en uno solo y sus palabras simplemente vagaban por mi cabeza como si aún las repitiera, como si nunca hubiese terminado.
Y entonces regresé al presente, contemplando como sobre el portarretratos yacían mis lágrimas. No sabía cuando había empezado a llorar, sólo sabía que lo estaba haciendo. Retiré el vidrio que protegía la foto y luego, como quien sostiene un bebé entre sus brazos, tomé la lámina de papel especial decorada por el semblante festivo de aquella pareja que se amaba. Empecé a deslizar sobre el rostro de la joven los dedos de mis manos como si la estuviera acariciando, como si le estuviera brindando todas aquellas cosas que ya nunca más podría ofrecerle. Y como motivado por una sensación espontánea de furia, tomé el retrato por sus extremos y empecé a romperlo lentamente, acabando de esta manera, con el último recuerdo material que me quedaba aún de ella. Y digo el último recuerdo material porque aún me quedaban todas las frases que me había obsequiado, todos los besos que me había dado, todas y cada una de las caricias que mi cuerpo había recibido, su aroma se encontraba esparcido por todas partes, su sonrisa me perseguía incluso en mis sueños, ella aunque yo ya no quisiera, siempre estaría ahí. Arrojé los pedazos al piso y volví a recostarme. Cerré los ojos y me quedé dormido. Entonces vislumbré como la puerta de mi habitación se abría dejando al descubierto la tenue figura de una delicada mujer a quien yo no conocía. Poco a poco empezó a acercarse, hasta que pronto, sus labios estuvieron demasiado cerca de los míos. Y empezó a hablar pero sin mover sus labios. Y fue en ese momento en el que entendí aquel lenguaje universal que todas las personas sobre la tierra conocen pero que a veces olvidan y que se llama amor. Fue como una ráfaga de viento que atravesaba mi ser, como un flujo de agua que no podía contenerse, como un rayo de luz que me cegaba pero que a la vez me confirmaba que seguramente alguien en otro lugar, en otra dimensión, en otro sitio mucho más lejos de mi entendimiento sentía y pensaba igual que yo. Por primera vez en mucho tiempo no me sentí solo. Abrí de nuevo mis ojos pero ya no encontré en la entrada de mi pieza a una extraña sino a una nueva ilusión. Pero una ilusión tan real como yo, como la persona que está leyendo esta historia, como tus padres o tus amigos, tus vecinos o tu mascota. Ya no era un sueño que yo creaba para hacer más llevadera mi soledad sino una persona de carne y hueso que entraba a mi vida para quedarse. Abrí con más fuerza mis débiles ojos porque no creía el que ella estuviese ahí, más sin embargo ahí estaba. Y así como el fantasma de mis sueños, aquella bella mujer empezó a acercarse lentamente hasta que pronto estuvo al pie mío. Se acomodó como pudo a mi lado y se quedó observándome, y yo a ella, y así como lo hice con aquella extraña, empecé a hablar con la chica que ahora me miraba sin pronunciar palabras, sin mover mis labios, sin decir nada. Entonces le pedí que no me dejara envuelto en ese manto infinito y oscuro de la soledad, le rogué que fuera mi amiga, mi compañera, mi novia, le supliqué que no se levantara para dejarme absorbido de nuevo entre mis tristezas y depresiones. Entonces levantó una de sus manos y la puso sobre mi boca y por primera vez hasta entonces pronunció palabras: “Te amo”. Al escuchar esto, mi cuerpo por primera vez en mucho tiempo se sintió ligero. Comprendí que no mentía, que no me estaba diciendo cosas para hacerme sentir tan solo un poco mejor, que aquellas dos palabras brotaban desde la parte más profunda y sincera de su alma. Entonces, fue como si mi espíritu divagante hubiese regresado al cuerpo, que hasta hacía tan solo un instante, moría por su ausencia. Y entonces volví a sentir los latidos de mi corazón y aquel cosquilleo extraño que nacía en la boca de mi estomago y que me hacía ver lo enamorado que estaba de esa perfecta extraña. Y fue así como pude darme cuenta de lo mal que había estado hasta aquel momento. Comprendí que así como yo, ella también deseó durante mucho tiempo tomar la mano del otro y acariciarla, refugiarse en el otro cuerpo en un abrazo infinito o sencillamente ahogarse en las mieles exquisitas de los besos ofrecidos, recibidos y compartidos por ambos. Fue de esa manera como entendí que aquella persona pensaba y sentía igual a mí. Fue de esa forma como por fin asimilé que mi vida, mi monótona vida siempre había tenido sentido y el sentido se lo daba ella. Y así nos quedamos durante largo tiempo, contemplándonos, mirándonos, viendo como el silencio del otro era suficiente para ambos, comprendiendo que no eran necesarias las palabras, entendiendo que aquel bello sentimiento que ahora nos tocaba siempre había existido, que todo tiene un momento y una razón de ser, que todo tiene un significado y que nadie en este universo nunca ha estado ni estará solo porque en algún otro lugar alguien lo estará soñando…
Bogotá, 29 de Marzo de 2004
Carlos Alberto Pinilla Morales
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