La mirada
Toda una vida juntos es algo maravilloso aunque no todos puedan decir lo mismo en esto de vivir bajo el mismo techo. Es por eso que quiero escribir sobre mi hermosa y superficial relación aunque parezca una incongruencia.
Su madre murió cuando nacía y el biberón tomado en brazos de una niña deben haber marcado parte de su afecto y sensibilidad. Lo digo pues sus mimos, sus alegrías, sus miradas te enternecían.
Mi carácter huraño, mi temperamento explosivo, contrastaba con sus silencios y me dejaba solo hasta que yo le dijese algo. Rara vez hago caricias y a eso fue acostumbrándose poco a poco. Le invitaba a salir y aunque paseábamos juntos mi cabeza estaba en mil lados y en ninguno a la vez. Mi obsesión por estar en el centro del círculo del cual jamás he podido salir no me ha dejado ver muchas cosas y entre ellas, cuanto significaba reencontrarnos todos los días.
Sin darme cuenta se me pasaron los años.
El otro sábado, cosa que nunca había pasado, en el galponcito donde me recluyo a reparar cositas y me molesta se me interrumpa, se acercó a mi y me encontré de repente con su mirada muy extraña, muy intensa. No hacia falta que nos habláramos, enseguida intuí que algo malo pasaba. Salimos a pasear y extrañamente se me vino encima todo nuestro pasado y me embargo un sentimiento de culpabilidad sin sentido. Esa noche no dormí casi nada, algo me estaba molestando y no sabia que.
El lunes me fui a trabajar dejando atrás los saludos cotidianos y esa rara mirada, como si algo quisiera expresarme. No pude concentrarme en la oficina pues se me cruzó por la mente que podía ser que tuviese alguna enfermedad, aunque nunca antes padeció dolencias.
Fuimos a la clínica y noté en el camino que se acurrucaba en el asiento con su temerosidad demasiado visible.
El diagnóstico me estalló en la cara. Un soplo cardiaco. Debían hacerse estudios y no podía volver a casa.
Dicen que los duros se ablandan cuando nos tocan los seres queridos; vaya si es cierto; me derrumbé. ¡No podía ser!
Al cabo de un rato nos encontramos en la sala y dos mangueritas estaban conectadas a una mano y a la vejiga. Me seguía mirando fijamente, inexpresivamente, o yo no entendía. Si me quedaba me descomponía y… ¿cómo irme? Supuse estremecido que se moriría si no me quedaba a su lado. Los estudios preliminares estarían en unas horas así que me quedé acariciándole, hablándole. Su mirada no contribuía a mejorar mi estado de ánimo, mi congoja, y creo que demostrándole eso, no ayudaba a su situación.
Insuficiencia renal, creatinina excesivamente alta, pronóstico malo me dijeron los facultativos que vinieron a vernos.
Mejoró algo al cabo de largos siete días de desgarrantes separaciones. De repente me había dado cuenta cuanto le quería.
Consensuamos con los facultativos el alta en la clínica para estar en casa e intentar con una dieta y medicación que comiera y bebiera, cosa que en la clínica no aceptaba. Su pánico a esta altura era notorio.
El martes tomó agua y el miércoles comenzó con pollo y arroz. El jueves quiso salir a pasear y dimos una vuelta saludando algunos vecinos, parecía estar mejorando. Pero ya el viernes no quiso ni beber ni comer. El sábado tampoco y llamé al facultativo. Luego de revisarle a modo de sentencia al retirarse me dijo: No hay nada que podamos hacer aquí, deberá volver a internación pero poco puede la ciencia en estos casos, ¿la edad vio?
No se quejaba, jamás en su vida lo hizo, tampoco lo hizo ahora y ante su extraña mirada solo pude llorar.
Vivía para mí.
Hoy costosamente se levantó para mí.
Allí estaba esa mirada fija sobre mí.
Nos miramos sin noción de tiempo.
A las 10:18 AM de hoy domingo 8 de febrero luego de un ronquido me dejó solo.
Cuantos años y nunca fue el centro de mi atención pese que yo lo fui para él. Cuan pendiente estaba de mí, cuanta importancia tenía para él y yo pensando en otras cosas. ¿Que nos divertíamos muchas veces? No lo suficiente, quedé en deuda con él, por eso solo puedo llorar,… hasta cuando escribo, parece mentira que mi perro haya sido mil veces mejor que yo.
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