Los niños tienen tesoros tan simples y tan pequeños, pero para ellos son lo mas importante en su mundo de sueños, y podrían dar la vida por esos tesoros, solo por protegerlos. Nadie puede quietarles esos tesoros, o bueno, no deberían.
Tener una bicicleta, fue para mi uno de eso tesoros. Montarme en la bici, era como ponerme unas alas, sentir la brisa en mi rostro y soltar mis manos al viento, era como estar en el cielo mismo, montado en un a nube.
Viajar kilómetros sin destino, ser el señor del camino, levantarme temprano para subir a esa loma cercana y ver el amanecer, orgulloso de lo que era, el señor del camino.
Pero el destino me jugo una treta. Mientras volaba con mis alas, un camión se puso en mi camino. Mis alas y mis sueños se esfumaron.
Años de recuperación hizo que el olvido merme las ganas de volver a volar. El miedo entro a mi vida como una fiel consejera de no volver a subirme a una bici nunca mas.
Pero la vida es irónica, un accidente me quito mis alas y otro me las devolvió años después.
Los años pasaron, la naturaleza hizo lo suyo, eso de nacer crecer y todo lo demás. Ahora soy un hombre. ¿Podré volar de nuevo? ¿O sentir ese sentimiento que solo los niños pueden sentir? Tenia que averiguarlo.
Al montarme por primera vez, en mucho tiempo, el desequilibrio siempre sucede a la primera vez, el miedo y los recuerdos de trauma se fueron reemplazando con la nostalgia y la adrenalina, unas ganas de vivir que en mucho tiempo no sentí.
Pero al pedalear, volver a sentir esa brisa en la cara y empezar a viajar con tus sueños y recuerdos, acariciar el cielo con la mirada, sentir el sudor del esfuerzo por subir la vieja loma, ya no el amanecer, sino el hermoso ocaso, siendo el mismo señor del camino. Solo por una bicicleta.
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