Y ahí estaban, uno y otro. Otro y uno. Dos y un millón de copos cayendo.
Unos con un par de ojos negros rodeados de lágrimas.
Otros sin saber más que decir.
Unos detrás de una gran coraza hecha de pura rebeldía.
Otros con los brazos y el corazón abierto.
Unos tratando de no caminar un solo paso de más a la hora del amanecer.
Otros esperando ese paso demás.
Unos evitando inventar excusas para tocar la puerta... y escuchar.
Otros inventando lo imposible para tocar la puerta... y decir.
Unos tratando de encontrar a cada segundo esa forma tan especial de mirarse.
Otros haciendo exactamente lo mismo.
Unos y otros comprometidos.
Unos tratando de creer que ahí esta todo en orden.
Otros queriendo desordenar todo.
Unos con ganas de cambiar el rumbo.
Otros con ganas de seguirlo.
Unos con mucho brillo.
Otros encandilados.
Unos con secretos.
Otros compartiendo muchos de ellos.
Unos con ganas de tocar la arena y escuchar el mar.
Otros también.
Y... unos y otros se permiten todo. En realidad casi todo.
Y siguen cayendo copos, se acumulan, el viento los desordenan.
No saben a donde ir. No saben como quedarse ahí.
Y amanece. Se asoma el resplandor del sol. Todo vuelve a su lugar.
Unos se quedaron y otros se fueron. Y al fin no se permitieron lo que más hubieran querido.
Amarse.