Aparece la señora o el señor en el ciber, con su crío a cuestas, demonio incipiente que ya da sus primeros pasos, iniciándoseme, por acto reflejo, una justificada reticencia. Todo anda bien unos cuantos segundos, el padre o la madre, o ambos, comienzan a ocupar el computador y su atención es muy pronto abducida por el aparato. Es en ese momento, cuando esa marioneta diabólica adquiere autonomía y comienza a desplazarse aleatoriamente por el recinto. Las primeras víctimas son los teclados y los mouses y después comienza la pataleta de “yo quiero jugar, yo quiero jugar” y como los padres no le prestan atención, el pergenio, acorde con su actitud de niño desatendido, considera que debe arrastrar las sillas, corretear de acá para allá y de allá para acá, lo que, por supuesto, origina las miradas de los otros clientes, que no tienen porque considerar que este pequeñín está haciendo una demostración cabal de su manifiesta normalidad en cuanto a su desarrollo etario.
Entonces, como al desgaire, el padre, la madre, o ambos juntos, pronuncian esa frasecita insidiosa, maledicente y endosable: -“Quédese tranquilito y no haga maldades que el caballero se enoja”. Y con eso, toda la responsabilidad que es inalienable de los padres o tutores, es traspasada a mí, convirtiéndome en un ogro sin sentimientos, un engendro que oculta su saco bajo el mesón para evitar delatar la maldad que rezuma.
Desde ese momento, el crío continuará molestando igual, pero ahora, me lanzará furtivas miradillas, como preguntándose: “¿A que hora viene por mí ese viejo y me degüella?” Y así se pasa la tarde, yo reprendiéndolo con gestos y rostro feroz, total, ya he sido investido de la cualidad de monstruo por la irresponsabilidad de esos padres cómodos, que continúan enfrascados interactuando con la pantalla.
Cuando el infante ha colmado toda paciencia, ganándose la inquina de todos los concurrentes, no tanto por los desastres ocasionado, sino por la apacibilidad de esos padres, estos se levantan y cancelan el consumo. De paso, leen el cartelito que he colocado bien visible y que dice: “Se ruega poner atención a sus pequeños, ya que el caballero se enoja y los clientes también.” Y se ríen a carcajadas con el texto, acaso considerando que está dirigido a otros padres y a otros niños. Porque, aquel angelical niñito que ahora llevan de la mano, nunca sería capaz de cometer tanto estropicio junto…
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