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En la revista Viajes del Diario La Tercera, en Santiago de Chile, se abrió un concurso sobre anécdotas de viajes. El concurso consistía en responder algunas preguntas relacionadas con situaciones extrañas o poco comunes en las que uno se podría haber encontrado envuelto. Una de las preguntas era: ¿Cuál ha sido el lugar más extraño donde se ha encontrado con un chileno? ¡Yo tenía una buena respuesta! Pero ya estaba fuera de plazo. Dado que la anécdota la considero interesante por lo inolvidable, es que quiero compartirla con ustedes. Aquí va.


Visitaba yo Machu Pichu, hace algunos años, en compañía de una amiga. Cuando las legendarias construcciones emergieron en las alturas, cual nido de aves mitológicas; sentí tal sobrecogimiento, que la mudez fue el impacto más inmediato. En ese silencio que me bebí de un sorbo, silencio sagrado y empapado de susurros milenarios, fui sólo ojos y delectación, admiración por la omnisciencia que parecía traspasar todos mis sentidos.

Todo adquiría trascendencia y, ese todo, uno lo asumía con un mayúsculo respeto. Sentía en mi corazón una musicalidad inusitada, parecía yo estar sintonizada a las altas esferas, todo era prodigioso, las palabras con que intento plasmar toda esta ventisca de sentimientos, no cabrían en la dimensión que yo desearía expresar.

De pronto, sumida en tan divina contemplación, embebida en escalofríos mágicos, el sonido de una flauta, vino a sublimar aún más ese instante prodigioso de reencuentro con lo vernacular. No era una melodía ad hoc, sólo el sonido sugerente de una flauta que provenía de un lugar inubicable. Poco a poco, la música se fue haciendo más profunda, más certera, era un tema altiplánico, o amazónico, no podría precisar el origen de esas notas fragorosas. Hasta que desde un sendero hollado por el pie de razas tutelares, parafraseando a Neruda, apareció un señor altísimo, delgado como la misma flauta a la que le sacaba tan bellos sonidos y que después comprobé que era una Quena. El hombre que venía vestido con poncho de sobrios colores y gorro, ambos atuendos a la usanza incaica, continuó aproximándose hacia nosotras.

¿Quién era este mágico señor? Era el chileno Gastón Soublette, polifacético hombre de letras y musicólogo por excelencia, quien rendía culto a esa milenaria región, acaso rescatando el legado de esos antepasados, que contrariamente a toda naturaleza, permitieron que la piedra fuese más elocuente que ellos, sobreviviendo en esas alturas para fervor, alabanza y canto de los seres que descubren todo rastro del pasado para descubrirse al final a sí mismos. Fue una maravillosa experiencia de vida que creo que jamás olvidaré, es más, nunca la olvidé.

Verano de 1982


Texto agregado el 08-02-2009, y leído por 234 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
08-02-2009 Todas las estrellas para este magnífico texto. La magia se hace presente en esas alturas milenarias... gui
08-02-2009 Un texto verdaderamente fabuloso. uleiru
 
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