...Y otra vez la llamó... Cuando ella estaba decidida a no volver, a recomenzar y dejar el pasado atrás...
Ella muchas veces había decidido olvidar, pero el olvido no llegó...
-"El olvido no existe" - se dijo un día finalmente.
Esta pequeña conclusión, -verdad evidente para muchos-, la llevó a la aceptación, -al contrario de lo que se podría pensar-, la calmó... la ayudó a encontrar resignación... a entender que hay más vida por vivir, más momentos para compartir... ¡ella quería, otra vez, ser feliz!..., pero él la llamó...
Lo pensó un poco, pero su corazón latió fuerte, comenzando a nublarle la razón; la empujó y a su encuentro corrió... con una nerviosa sonrisa instalada en la cara, en sus abrazos pensó
Lo vio y la sonrisa creció..., pero él no la abrazó
-"No importa, hay más tiempo para abrazos, esperaré la ocasión y le daré uno yo"- pensó
Le iba a hablar, pero el teléfono de él sonó, no la dejó continuar. Él no contestó, lo apagó... Con una expresión indescifrable la miró y no la abrazó
La sonrisa de ella se borró y su corazón se arrepintió, otra vez no...
Ella no sabía qué hacer; ¿correr? ¿arrancar? ¿llorar?
-"Gracias... lo lamento... me voy"- farfulló. Lo miró. Le dio un beso y corrió, arrancó y lloró
-"Bien"- dijo él y no la abrazó; no dijo nada más y quién sabe si se dio cuenta de su dolor
Cuando a su casa esa tarde, ella llegó, ventanas y puertas cerró, las cortinas juntó y en la oscuridad lloró...
Lloró esa tarde, esa noche, los siguientes días y las siguientes noches. A ratos con dolor, a ratos con rabia, con pena, con autocompasión, con vergüenza... con locura... y se preguntaba dónde estaba el amor... y la esperanza... y la vida... -"¡¿A qué lugar, sin mí, se fueron?! ¿Por qué me dejaron?-
Producto del llanto, envejeció todos los años que aún no cumplía... y enloquecía. Jalaba sus cabellos, se golpeaba... se maltrataba.
Recibió su llamado y escuchó sus palabras, pero la pena se acrecentaba...
Recibió su mensaje y leyó sus palabras, pero la rabia aumentaba...
Ella ya no contestaba el teléfono, ni cuando a la puerta llamaban... nada escuchaba. Sólo lloraba y en su cabeza con su propia voz, ella misma hablaba...
La tercera noche, con todos los años encima, se dirigió a tientas a la cocina; ya casi no veía... Tocó el cuchillo, lo tomó, lo acarició mientras recordó aquella cena que para los dos preparó. Su llanto se desesperó una vez más y con fuerza el cuchillo a su pecho llevó, pero la hoja no entró, en un hueso chocó,... no sintió dolor... y la sangre brotó y escurrió... aún desesperada, a su vientre, con la misma fuerza, lo dirigió... ¡ahí, la hoja si entró!, en ese vientre que vida no generó, sólo la muerte de él salió; ahí dentro quedó la hoja del cuchillo unos segundos, hasta que con sus mismas manos, ella lo sacó...
Sus piernas temblaron, sintió su sangre caliente recorrerla... la desesperación se fue calmando, estaba casi anesteciada, sedada por ese dolor del alma que la inundaba... fue al dormitorio abrió un cajón y tomó esa foto feliz de los dos... contra su pecho la abrazó y de espalda, en la cama, se recostó... comenzó a sentir sueño y cansancio, ya no había espacio en su mente para rabia ni dolor... volvía a pensar en su amor, y así, de a poco, se durmió...
Cuando él por fin entró en la habitación, la encontró abrazando la foto, ensangrentada y con el cabello más largo y cano que había visto...
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