Entonces le regalé una estrella, para mí la más hermosa y se la di en mi nombre. “aquella que brilla más, la más tímida y, sin embargo, la más leal. Aquella que se asemeja a mi corazón y todo lo que en él pudiera sentir, esa estrella es para ti”. Me preguntó entonces porqué no le daba la Luna…no pude confesarle que era mi amante, que tal vez la quería un poco más que a ella, o tal vez, de una forma diferente. “no me amas lo suficiente” dijo fríamente. Yo solo la dejé ir, confiando en que como un gran amor volvería a mis brazos, tarde o temprano. Me equivoqué, al igual que otras veces, pero no sentí esos latidos rápidos que denuncian un error, aún así, la seguí queriendo, un poco más cada día, y sin quererlo se volvió mi noche y Luna. Abría despacio mi ventana, corría suavemente las cortinas y la observaba a lo lejos. Estiraba mis brazos para alcanzarla, nunca pude hacerlo. Deseaba tanto abrazarla, tanto que al darme cuenta de que no podía sembraba lágrimas en el balcón.
Nuevamente se hacía día, y te ibas. Me acostaba y te esperaba. No tanto, pues en sueños te encontraba, y al fin, en mi oscuridad podía verte otra vez. Sacaba los poemas que te escribía y los leía fuerte para que el viento te los llevase. Hasta que ya no pude más y al cielo di mi vida, queriendo estar a tu lado.
Me volví una estrella fugaz, esquivando sus ojos, escondiéndome de ella. Aunque sin cuerpo que guardase las emociones, seguía sintiendo amor, amor por la Luna y con el paso del tiempo mi cariño por ella fue tan inmenso que me hizo brillar mucho más que mis hermanas. Me llamaron entonces: Sol. No pude, sin embargo, quitarme la vergüenza de estar cerca de ti y me oculté en el día donde solo podía vivir de tu recuerdo, donde solo pudiese amarte en un eclipse eterno.
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